Núria Romay. Va en serio, la vida. Tengas la edad que tengas. Va en serio, te repites esta mañana. La noticia de la muerte de un joven amigo, por si no te había quedado claro antes, te arraiga en el presente. Esta sacudida te resitúa y hace reaparecer un viejo mantra, que te es conocido, que no te resulta nuevo: la vida, va en serio.

Ha quedado bien lejos el tiempo en que lo que te inquietaba era la elección de una formación, la selección de las palabras adecuadas en un tweet, llegar a tiempo a una cita, elegir con quien querrías pasar la segunda quincena de agosto o cómo trabajarías la lectoescritura con tus alumnos. Todo ello, ahora, te parece el camino difuminado de alguien que, entonces, no había probado la resaca amarga que deja el dolor. De un tiempo pasado, en que la enfermedad no entraba en casa y estar cerca de la fragilidad, pensabas, no estaba a tu alcance. Hoy, no sabes cómo, te encuentras siendo la amiga de los que rezan por sus familiares ingresados ​​y de los conocidos que mueren cuando no les tocaba.

Produce vértigo, ¿verdad? Que las preferencias de hoy hablen en otro lenguaje y que te empujen hasta darte cuenta de que la vida (maravilla y misterio a la vez) va en serio. Y, entonces es cuando tienes la sensación de que convives a caballo entre dos opciones (y no olvides que sigues siendo, a pesar de todo, de las privilegiadas que tienen opciones). Como si estuvieras haciendo equilibrios entre lo que hay a un lado y al otro de esas cosas que no salen como quisieras. La opción A: donde nada vale la pena, donde te preguntas constantemente el porqué de tanto sufrimiento humano y por la ausencia de los que ya no están y te ahogas y te rindes y pasas de todo. Y la opción B: te reflejas en la finitud, en la herida, en la vulnerabilidad y la tomas con las dos manos porque es motor de justicia y de responder, cada mañana, que quieres vivir con plenitud el día.

Hoy, a la luz de este mantra que te insiste como una carcoma (va en serio, la vida), buscas alguna respuesta dentro esos cuatro verbos. Las cuatro acciones que hace unas semanas destacabas, en el blog de CiJ, hablando del Morir Dignamente. Qué ironía. Agradecer. Perdonar. Decir te amo. Decir adiós. ¿Y si también, ahora que todo se tambalea, se tratara de eso? ¿Y si se tratara de no confinarnos nunca (nunca) ante estas cuatro acciones? ¿Y si se tratara de sacarte este equipo de protección que te había aislado el corazón?

Agradecer. Perdonar. Decir te amo. Decir adiós. Piensas en Jesús de Nazaret, él no ahorró en amor, pero tampoco en dolor. Se te hace patente en su vida esa dualidad, esos días en que quieres acompañarle en el camino de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección. Está claro, bien sabía Jesús lo que era sentirse consolado y abrumado a la vez. Su vida iba en serio. Y tal vez, ahora, que en ninguna parte encuentras explicación a la muerte y al ahogo de tantos hombres y mujeres, resulta urgente que vivas cada uno de tus días agradeciendo como Jesús, perdonando como Jesús, amando como Jesús y, cuando sea, despidiéndote como Jesús, que sabía de quien se estaba fiando.

Romay

Fotografía de Sol Quiñonez

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Graduada en Educación primaria -especialidad visual y plástica. Ha trabajado como maestra en Jesuitas-Bellvitge y ha estado vinculado al mundo de la educación informal. Actualmente estudia Psicología (UOC) y se está formando en el acompañamiento de personas en situaciones vulnerables. Colabora con la pastoral universitaria del Casal Loiola (Barcelona). Y por en encima de todo es hija, hermana, amiga y aprendiz de la montaña.
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