Si un extraterrestre se asomara hoy a la Tierra, informaría a sus congéneres alienígenas de la existencia de una extraña especie obsesionada por cuidar a sus individuos más frágiles. Comunicaría también que en ese diminuto planeta azul que viaja a toda velocidad por la Vía Láctea se detecta una actividad frenética alrededor de hospitales, residencias de ancianos y supermercados. Un Planeta de seres peculiares que cubren sus rostros con mascarillas y que, a la llamada cíclica de un satélite llamado Luna, se asoman a ventanas y balcones para aplaudir la labor de cuidadoras y cuidadores; tribu especialmente valorada a juzgar por su laboriosidad y el reconocimiento unánime que le tributan todas las demás. Aunque también pudiera ocurrir que el informante marciano elaborara un dossier sobre una estrella lejana, en la que una especie acorralada libraba una batalla sin cuartel contra un enemigo invisible. Un planeta de seres peculiares que, a la llamada cíclica de un satélite llamado Luna, salen a ventanas y balcones para conjurar el miedo e infundirse ánimos unos a otros.
Puede que para explicar lo que nos está pasando hoy no quede más remedio que mezclar los dos relatos, el del cuidado y el del miedo, el solidario y el defensivo. Pero para construir el mañana no tenemos más remedio que optar por uno de ellos: ¿qué sociedad querremos construir cuando salgamos de esta situación de emergencia, un planeta de cuidados o un planeta defensivo? ¿Qué decisiones excepcionales (en el sentido de «excelentes») mantendremos tras esta situación de excepcionalidad? ¿Decidiremos que el cuidado de los más vulnerables será para siempre la piedra angular sobre la que construiremos nuestro modelo de civilización? Cuando nuestros vecinos alienígenas se decidan por fin a visitarnos ¿se encontrarán con el recibimiento afectuoso de un planeta cuidador o con las fronteras inmunológicas de un planeta defensivo?
En el siglo XVI Copérnico nos enseñó que la Tierra no era el centro del universo conocido, ese privilegio le correspondía al astro Sol. En el siglo XXI, un virus letal nos ha obligado a desplazar nuestro centro de gravedad social. La sanidad, la educación, la vivienda, el trabajo, los derechos, el ocio, planetas que hace apenas dos días orbitaban bajo los dictados gravitatorios del astro Economía, giran ahora en torno al «planeta cuidados».
Cuando hayamos tenido tiempo de hacer duelo y llorar la muerte de los que, sin haber podido abrazarlos, ya han viajado a otras estrellas lejanas, será el momento de decidir si, como sociedad, seguimos apuntalando un nuevo orden cósmico que gire en torno a los más frágiles o regresaremos a un «economocentrismo» fratricida de una galaxia desordenada. Desde el firmamento, muchas estrellas nos observan expectantes.
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