Pepe Menéndez. Cada vez que se acerca un periodo electoral volvemos a oír algunas de las letras más repetidas de la canción sobre la educación.
Si antes de la crisis económica, la «música» de las propuestas electorales subrayaba la importancia que la formación de los niños y jóvenes tenía para el futuro de nuestro país, después del estallido de la crisis son muchos los candidatos que han quedado retratados con las políticas que sus partidos han aplicado, tanto en el ámbito municipal como en el autonómico o en el del gobierno central, aunque sigan defendiendo de manera retórica la importancia de la educación.
Algunas de las políticas de carácter conservador no han ido más allá del ahorro económico que la situación financiera del estado exigía. Se han mostrado tolerantes con la merma de recursos educativos de los sectores sociales más débiles, sin estimular iniciativas que pudieran contrarrestar esta situación y dejando al puro mercado la evolución del sistema educativo. Se puede decir que no han dado la cara por las capas más afectadas por la crisis económica, y no se han mostrado activos en el impulso de políticas de transformación de la educación que pudieran responder a los retos educativos que el mundo vislumbra en este periodo de cambios profundos.
Al otro lado del mapa ideológico, estas políticas han sido contestadas por varios sectores de la izquierda con respuestas previsibles, nada imaginativas y continuistas respecto a las épocas de crecimiento económico constante. Han sido respuestas que no han salido del argumentario esencial, que vincula más recursos económicos con una mejora automática de la educación o que saca la palabra mágica de la privatización como coartada para no entrar en un debate más a fondo. La realidad de los veinte años últimos del pasado siglo ha mostrado con tozudez que el sistema educativo necesita de cambios profundos, que vayan mucho más allá de la clásica división entre educación pública y educación concertada, y que reclama una forma de gobernar diferente así como cambiar las propias reglas de juego de los principales agentes educativos del sistema.
El viejo análisis de amplios sectores de la izquierda, dibujando una raya imaginaria que separa la escuela pública y la escuela concertada en dos mundos de desigual altura moral, no ha sido superado. Los avances que se habían hecho para reconocer un sistema público donde actúan escuelas de titularidad pública y escuelas de titularidad privada han retrocedido y han vuelto los viejos paradigmas. Los recelos entre los diversos agentes del sistema educativo se han acentuado, y se ha perdido una gran cantidad de energía en la creencia de que la solución para conseguir una buena educación consiste en volver a la situación anterior al estallido de la crisis, o en el simplismo de eliminar los conciertos educativos, tal como han declarado algunos de los nuevos rostros que aspiran a convertirse en los referentes de una nueva época.
El panorama muestra una preocupante ausencia de rigor a la hora de elaborar un diagnóstico sobre el estado actual de la educación y el futuro que deseamos, para que sea una auténtica palanca de construcción de capital social. La educación necesita de nuevos paradigmas, que movilicen todos los recursos y toda la inteligencia educativa de que disponemos. Hay que centrarse en los alumnos para elevar su nivel educativo, colaborar con otros agentes para aumentar la cohesión social y, en definitiva, construir ciudadanía. Hay que priorizar las zonas y escuelas de mayor riesgo, para promover iniciativas que permitan un mayor éxito escolar. Hay que identificar las válvulas de los motores de cambio de nuestro sistema educativo, para que sean referentes de la transformación educativa que necesitamos. Y hay que pensar en un modelo de gobernanza que ponga el interés por los alumnos por encima de otros intereses corporativistas de todo tipo.
No soy capaz de ver luz clara en las propuestas de nuestros representantes políticos. Unos porque parece que no son capaces de inventar nada mejor que volver a modelos del pasado, con expresiones retóricas centradas en la autoridad y el esfuerzo. Y otros porque repiten los mismos esquemas ideológicos de otros paradigmas históricos, sin cuestionarse si las prácticas actuales son el camino que necesita la escuela pública para convertirse en un auténtico servicio público.
La expresión más adecuada que se me ocurre para definir el panorama es aquella frase bíblica de «no hay nada nuevo bajo el sol». Y lo escribo con tristeza, porque mi opinión es que la educación necesita de cambios profundos y de miradas mucho más osadas que las que hasta ahora están mostrando las declaraciones de los candidatos.
Mi esperanza radica en la capacidad que la sociedad y las redes educativas tengamos para crear conciencia de la necesidad de cambio e influir para modificar los planteamientos más anquilosados que, hoy por hoy, dominan los resortes del sistema.
Imagen extraída de: Ilustraciones gratis