Oscar Mateos. [El Ciervo] Cuatro años después del 15-M la sociedad española se ha repolitizado. “Nosotros los de Sol ya no somos los mismos”, proclamaba una pancarta aquellos días de mayo de 2011 en la plaza madrileña. Y aunque es difícil de cuantificar y de demostrar empíricamente esta afirmación, lo cierto es que nada parece igual: el panorama político heredero de la Transición, que tenía en el bipartidismo su máxima expresión, se encuentra en una profunda crisis de legitimidad (que algunos denominan como “crisis de régimen”); en las próximas elecciones municipales concurrirán decenas de candidaturas ciudadanas que, con todas sus contradicciones, quieren escapar de la lógica partitocrática de las últimas décadas, o entre otros aspectos, son cada vez más los estudios que dan cuenta de una nueva efervescencia de las iniciativas de economía social (cooperativas de consumo, bancos de tiempo, espacios de coworking, etc.).
¿Es todo resultado directo del 15-M? Evidentemente, no. El 15-M cabe entenderlo no tanto como un movimiento social al uso, sino como un acontecimiento social en el que se expresó el malestar de fondo de una sociedad que percibía a los partidos políticos como intermediarios incapaces y deslegitimados para hacer frente a una realidad social caracterizada por la desigualdad y la falta de oportunidades. El 15-M puso letra, de forma creativa y original, a una música de fondo que venía sonando en los últimos años.
Y fue en las plazas y en las redes donde a partir de entonces se generó el despertar de una nueva conciencia social. Una conciencia que era autocrítica (“Dormíamos, despertamos”) y que reconocía que en este contexto neoliberal habíamos transitado tristemente de la condición de ciudadanos y de sujetos políticos a la de meros consumidores de cosas. Pero con el 15-M “mudamos de piel”, “actualizamos nuestro software”, fuimos más conscientes, en definitiva, que el tipo de democracia y el tipo de economía eran modelos que debían ser cuestionados y repensados.
Para los más pesimistas, este tipo de argumentaciones resultan del todo exageradas. En general, suelen entender el 15-M como algo puntual, que quedó circunscrito a la ocupación del espacio público de aquellos días y que no tuvo la capacidad de trascender socialmente. Asimismo, para esta visión, las iniciativas sociales, políticas o económicas tienen una envergadura muy minoritaria, ya que la sociedad, en general, sigue ensimismada por las “bondades” del sistema: el consumo desenfrenado, las nuevas tecnologías, los cuatro millones de espectadores que semanalmente tiene el programa de televisión “Gran Hermano”…
No obstante, esta última visión adolece de un cierto cortoplacismo. Hacen falta luces largas para entender que las transformaciones sociales tienen lugar en procesos muy dilatados. En un momento de ruptura del contrato social (crecientes desigualdades, derechos fundamentales que no se cumplen, etc.) y en el que faltan claramente contrapoderes a la preocupante hegemonía del ámbito financiero, la convulsión e intensidad social del presente podrían significar el inicio de un proceso que trata de redibujar nuevos consensos y reglas de juego orientadas a una verdadera equidad. En este sentido, es probable, como señalan algunas voces, que si la fractura social se agudiza, si los jóvenes siguen a la intemperie, faltos de oportunidades y con una vida crecientemente precarizada, esta repolitización vaya a más. Curiosamente, el camino de regreso a la ciudadanía, lo habremos hecho en medio de una vida caracterizada por una mayor incertidumbre y vulnerabilidad.
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