Un innegable signo de los tiempos, así como imperativo social actual, es sin duda la preocupación ecológica y la integración del asunto ambiental en las distintas agendas. La religión y la espiritualidad no se quedan atrás. En las últimas décadas se han desplegado importantes esfuerzos de parte de las religiones y espiritualidades por abordar la problemática desde su propia tradición. Desde la encíclica Laudato si’ del papa Francisco en el 2015 hasta libros como Buddhism and Deep Ecology de Daniel H. Henning (2002), abunda la literatura proveniente de distintas religiones sobre el tema. Se podría decir que, en la actualidad, la espiritualidad será eco-espiritualidad o no será, pues de no tomarse en serio los riesgos medioambientales que ya estamos padeciendo, la humanidad estará condenada a la extinción y la espiritualidad a la irrelevancia.
También es verdad que, como todo en la era de la superficialidad de un capitalismo decadente, la preocupación ecológica se banaliza hasta convertirse en una moda o incluso en encubrimiento de la misma lógica depredadora pero ahora con el apellido “verde”. Desde el greenwashing hasta absurdas reuniones internacionales que nunca llegan a nada, el campo de las discusiones y políticas medioambientales están llenas de soluciones falsas[1]. Corremos el riesgo de caricaturizar el problema y, por lo tanto, también nuestras acciones al respecto. Muchas veces la supuesta consciencia ecológica de las nuevas generaciones se reduce a un reciclaje automático o aquello que Joakim Book denomina como el “Síndrome de Bambi” (Bambi Syndrome). Este consiste en un asombro por la naturaleza y los animales, pero únicamente después de estar en una situación en donde la supervivencia no se ve afectada o amenazada por estos[2].
En este artículo, me propongo abordar la relación entre espiritualidad contemporánea y cuidado del medio ambiente. Para ello, quiero presentar un concepto que, aunque todavía no muy extendido, me parece elocuente: pachamamística. La palabra proviene de la conjunción de Pachamama (Madre Tierra en quechua y aymara) y mística, lo que literalmente significaría una mística de la madre tierra. Reconozco por lo menos dos nichos de la espiritualidad contemporánea a los que podríamos aplicarles la noción en cuestión. El primero de ellos corresponde a un modo romántico y simplista de entender una eco-espiritualidad; el segundo, en mi opinión, reflejaría auténticamente lo que sería una pachamamística o mística de la tierra.
Pachamamismo como ofensa
En las narrativas de las espiritualidades contemporáneas abundan las expresiones que comprenden la espiritualidad como una cierta sensación de sentirse uno con la naturaleza, de admirar su belleza, de querer que se la cuide y se la respete. Estas expresiones suelen considerar caminatas por parques o bosques, hiking o salidas a ambientes naturales como sus prácticas predilectas. Algunas de estas personas habitan enormes privilegios de clases dominantes. Para ellas la naturaleza es siempre amable, a la mano, como un parque al que se puede ir a disfrutar.
Otro grupo se desenvuelve dentro de discursos alternativos, críticos -supuestamente- al statu quo de los valores dominantes del mercado y del consumo. Se identifican a sí mismos como opuestos a las religiones institucionales y beben de las tradiciones ancestrales indígenas, aunque no perteneciendo culturalmente a ellas, lo que los lleva en muchas ocasiones a un extractivismo cultural. Son amantes de las plantas sagradas y entienden su espiritualidad como una conexión con la tierra y lo natural.
Tanto el primer grupo como el segundo, a pesar de las claras diferencias entre un acomodado abogado que entiende su espiritualidad como salir a trotar a Central Park o la anarquista europea que se mudó a San Cristóbal de las Casas o a Cusco para vivir en una ecoaldea, tienen en común pertenecer a la misma cultura moderna. Es decir, ambos personajes mencionados son fruto de la modernidad, un producto de la misma, y sin ella no serían posibles ninguna de las dos narrativas de eco-espiritualidades, por más dispares que pudieran parecernos.
A estos dos grupos podemos aplicarles el término de pachamamística, en el sentido de espiritualidades tardomodernas cuya autocomprensión gira en torno a alguna representación de la naturaleza. Pueden llegar a ser personas pesadas, dogmáticas en sus ideas, con aire de superioridad en su trato.
Si se realiza una búsqueda en internet en torno a la “pachamamística”, de hecho, lo que más se encontrará serán grupos tarotistas, de alquimia o magia. También aparecerán usos del término como un adjetivo peyorativo. Por ejemplo, un blog ultraconservador acusa de “pachamamístico” el gesto del papa Francisco de introducir símbolos indígenas en el Sínodo de la Amazonía. En esta entrada, lo pachamamístico es casi sinónimo de demoniaco, de hereje. Cabe aclarar que el mismo blog considera que el Vaticano tiene su sede vacante, pues entiende que el último papa fue Pío XII y no reconoce a ninguno posterior. Otra entrada de internet, en esta ocasión un medio de izquierda de Ecuador, adjetiva de “pachamamístico” el discurso de la alta cocina que en el fondo es un ultra-extractivismo donde “lo importante es el cliente y que reciba cada uno una ‘obra de arte’, sin importar los desperdicios o las explotaciones que se hagan dentro de la cocina. Siempre y cuando la foto en Instagram salga bien”.
Como puede verse por todo lo anterior, existe una pachamamística postmoderna, contemporánea, que bien puede contener muchos postulados interesantes y valiosos, así como personas realmente comprometidas con su espiritualidad. Sin embargo, este tipo de pachamamística puede caer en los nuevos modos de colonialismo, de clasismo y de superficialidad en los que suelen quedar atrapadas muchas vertientes de la tardomodernidad. Esto hace que el término pachamamística llegue a ser peyorativo, ya sea porque con él se acusa a falsas eco-espiritualidad extractivistas o, como también se expresó, se le utilice para criticar los intentos de las religiones por integrar la dimensión ecológica. Está claro que son críticas muy distintas, pero tienen en común la utilización del mismo término para referirse a un uso espiritualizado de la naturaleza.
La mística de la tierra
¿Pero acaso serán estas las únicas connotaciones posibles de la pachamamística? ¿Podemos hablar de una auténtica mística de la tierra? Si bien concuerdo en la sensación de superficialidad con la que muchas ocasiones se llega a plasmar la espiritualidad de la tierra en ejemplos como los anteriores, no por ello considero que es imposible hablar de una pachamamística. De hecho, el término, aunque claramente ecléctico (términos en quechua y en griego), me parece elocuente para referirse a la experiencia espiritual de los pueblos originarios, para quienes la espiritualidad es de facto una espiritualidad de la Madre Tierra, quienes en la práctica sí viven una mística de la tierra.
Las espiritualidades originarias tienen como epicentro su relación con la Tierra y sus ciclos. Así, para varios pueblos de la llamada Mesoamérica, el ser humano está conformado de maíz. En algunas comunidades de Chiapas, al sur de México, todavía se entierra el cordón umbilical en el suelo que vio nacer a la persona. No hay romanticismo cuando ellos y ellas dicen “tengo mi ombligo en tal territorio”. Las cosechas, las lluvias, los Apus (espíritus de las montañas en los Andes), se relacionan con la humanidad y con lo divino en una mutualidad que en el mundo andino han denominado como “crianza mutua”.
Los ejemplos anteriores podrían llenar páginas y páginas. Lo que quiero subrayar es que estos pueblos, en resistencia por los últimos 500 años, auténticamente viven una mística de la tierra porque su forma de vida y su cultura operan desde esa lógica. Si para el cristiano Jesús es el máximo mediador, así como el Corán lo es para el islam, el mismo papel juega la tierra para los pueblos originarios. De tal manera que encontramos distintos testimonios de diálogos fallidos entre colonizadores y nativos en los que los segundos no logran comprender la noción de “vender la tierra”. Son parte de la tierra que habitan, ahí están sus ancestros, de ahí han comido por generaciones; genética y materialmente están hechos de la tierra que pisan. Por ello, la defensa de sus territorios es para estos pueblos tanto política como espiritual, pero no meramente en un sentido narrativo, sino material.
Me parece, entonces, que vale la pena hablar de una pachamamística o de una mística de la tierra, cuyos máximos representantes son los pueblos originarios del planeta. Esta mística tiene mucho que aportar en la situación actual, en donde el imperativo por una eco-espiritualidad real se vuelve evidente.
Pachamamística y ascética contemporánea
La espiritualidad contemporánea puede cargar con un sentido caricaturesco de la pachamamística. Ya sea porque se le reduce a un ambientalismo romántico, a un privilegio de disfrute de unos cuantos o a los nuevos extractivismos, la palabra no es muy bien recibida. Sin embargo, la noción de que podemos hablar de una mística de la tierra, particularmente experimentada y vivida por los pueblos originarios del planeta, es una realidad que considero esencial rescatar. Solo a través de un fecundo diálogo interreligioso con estos pueblos es que el resto de las tradiciones espirituales y religiosas, históricamente enfocadas en otras dimensiones como la ética o la trascendental, podrán desarrollar una seria eco-espiritualidad a la altura de las circunstancias.
Pero también existen prácticas que normalmente no consideraríamos como “espirituales” y que sin embargo pueden llegar a serlo aún más que aquellas que tradicionalmente consideramos como tales. En esta intersección entre la ascética contemporánea en diálogo con una mística de la tierra, encontramos distintas prácticas de las cuales me gustaría subrayar tres que están interrelacionadas entre sí: los baños secos, la composta y la agricultura urbana.
Como dije antes, muchas veces la eco-espiritualidad se reduce a un mero sentimiento (dudosamente autosugestivo) de conexión con la naturaleza. Ante esto, contrasta la práctica de los baños secos como práctica ascética que puede vivirse incluso en la ciudad. No solo me refiero al evidente ahorro de agua, sino a la disciplina que implica mantener un baño seco, ya que hay que conseguir los materiales, hacerse cargo de los propios desechos, lo cual tiene un símil psicoespiritual sorprendente con el modo en que trabajamos con nuestras sombras. El acto de jalarle al escusado perpetúa la idea de que con eso se va todo lo mío que apesta y es sucio, evitando hacernos cargo de ello directamente. Con el baño seco, por el contrario, me hago cargo de mis desechos, práctica que con su repetición va cultivando un habito mental que condiciona igualmente el modo en que me aproximo a mis suciedades internas: haciéndome cargo de ellas.
Algo similar sucede con la elaboración casera o comunitaria de la composta, misma que nos lleva a la realización experiencial de que somos tierra, sobre todo si con el suelo que nace de mi composta siembro y me alimento de ahí mismo. Entonces esa “conexión” no será meramente de discurso, sino que auténticamente mi cuerpo será lo que como y lo que como será mi cuerpo.
Prácticas como las anteriores pueden correr el riesgo de terminar siendo individualistas. En su dimensión política, lo importante es que estas prácticas estén entretejidas con otras personas y colectivamente formar una red. Con todo, a nivel espiritual, estas prácticas pueden representar una ascética contemporánea que responda a las circunstancias actuales; tienen la posibilidad de formar parte de una eco-espiritualidad que merezca tal nombre.
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[1] https://solucionesfalsas.org/
[2] “El ‘síndrome de Bambi’ es un término a menudo despectivo para alguien que -gracias a las maravillas del progreso- puede sentir una admiración por la naturaleza y los animales desvinculada del respeto por los peligros que representan. Proteger a los osos polares, a los gorilas de montaña y a las selvas tropicales se convierte en un imperativo moral sin complicaciones cuando su preservación no amenaza tu hogar y tu sustento.” Joakim Book, “Against the Bambi Syndrome: Nature Is Not Nice”, American Institute for Economic Research, 12 August 2020 https://www.aier.org/article/against-the-bambi-syndrome-nature-is-not-nice/ (consultado el 24 de octubre del 2020, la traducción es mía).
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