Grupo de educadores y educadoras de CJ. Si otro mundo es posible, nos hacen falta herramientas que lo hagan posible y la educación, sin duda alguna, es la principal. Con esta inquietud, nos hemos reunido durante todo un curso en Cristianisme i Justícia para reflexionar y ofrecer, en medio de una situación de crisis y desencanto, una palabra que sea a su vez denuncia y anuncio. Trabajamos en escuelas muy diversas (públicas, concertadas y privadas), en pueblos, barrios y ciudades de Cataluña… pero a todas nos une un gran amor por nuestro trabajo, por los alumnos y por el sueño de forjar una educación diferente para un mundo diferente.
Una educación sometida a los ídolos del sistema
No somos ingenuos. Somos conscientes de que la realidad de partida es dura, difícil y a veces desalentadora. Lo es en relación a la educación misma, en la que los criterios mercantilistas parecen ir ganando terreno. Estos criterios y la obligación, comprensible, de las instituciones educativas de bus – car su sostenibilidad económica han sido claves a la hora de marcar algunas de las líneas y opciones pedagógicas. La escuela tampoco ha escapado al imperio de la “tecnociencia” o de la “innovación” entendida como una finalidad en sí misma, aceptando acríticamente elementos que deberían estar al servicio de la educación y no a la inversa.
Ciertamente, ni la escuela ni la educación son ajenas a un mundo donde el capitalismo parece haber colonizado todos los espacios de la vida. El relato que se impone en lo que respecta al modelo económico y de consumo, a los valores y criterios de éxito y realización personal, ha invadido también el ámbito educativo. Hay una cierta sensación de derrota, de rendición a unos nuevos ídolos que son aparentemente demasiado fuertes como para ofrecerles resistencia.
Este contexto acaba afectando a la misma condición y trabajo del docente, a su libertad y vocación. Un trabajo tan alto y tan noble queda enzarzado en un circuito de condicionantes tan grande que acaban convirtiendo al maestro o maestra en meros “gestores” de expectativas: las de las familias que quieren lo mejor para sus hijos; las de la propia sociedad ordenadas en base a un sistema de valores muy concretos; las de la propia escuela, institución… Unas expectativas, siempre en el marco del mismo sistema, que no hacen más que poner en duda la capacidad de transformar lo que necesita de una profunda transformación.
Somos conscientes de que la escuela no puede ser una burbuja artificial en medio de la sociedad, pero creemos que hay margen para una educación transformadora que enseñe a valorar críticamente un modelo de vida que tiene un fuerte impacto tanto sobre la felicidad de las personas como sobre la viabilidad de nuestro planeta. Una educación que sea más ventana que espejo.
La propuesta de una educación transformadora y liberadora
Porque creemos en la posibilidad de una educación transformadora y liberadora, nos atrevemos a hacer unas propuestas que puedan ayudar a abrir el debate y la reflexión:
Despertar en los alumnos la consciencia y el compromiso con el bien común. En los temas sociales, hay que pasar de las respuestas y los enfoques asistenciales a atrevernos a abordar los orígenes de las desigualdades en nuestra sociedad. Esto implica un análisis de la realidad social que tenga en cuenta no solo las consecuencias sino que afronte las causas y que despierte en los alumnos un espíritu crítico e interpelante que no olvide la dimensión política.
Hacer de la escuela un verdadero espacio de integración. La escuela y el sistema educativo, en general, no pueden ser un lugar que incremente, reproduzca o dé por normalizadas las desigualdades o donde la diversidad sea vista como un “problema” que afecta al rendimiento y a los resultados. En la escuela hay que trabajar activamente por la cohesión y la igualdad de nuestra sociedad, y más cuando esta está gravemente amenazada por múltiples líneas de fractura. A este respecto, haremos bien en recordar lo que nos decía el libro Carta a una maestra, del que ahora se cumplen cincuenta años: «Alguna vez sentimos la tentación de quitarnos de encima a los chicos y chicas difíciles. Pero si los perdemos, la escuela ya no es escuela. La escuela no puede ser un hospital que cura a los que están bien y rechaza a los que están enfermos».
Educar para una vida plena y una mayor consciencia planetaria. Seguimos pensando que la educación en valores es un elemento básico que tendría que guiar nuestra acción educativa. Pero es bueno que estos valores que asumimos como principios sean contrastados continuamente por nuestra práctica educativa. Cuando nos comprometemos de verdad con la transmisión de valores como la sobriedad, el decrecimiento, el compromiso, la humildad… valores que están en la base de una vida plena, estamos transmitiendo a la vez unos valores alternativos a los que imperan en nuestra sociedad. La defensa de este ideario y su propuesta entran en contradicción flagrante con muchas expectativas y generan no pocas tensiones. Pero creemos que el planteamiento de una educación transformadora y liberadora tiene que afrontar este riesgo y estas tensiones si quiere ser fiel a la voluntad de construir un mundo mejor. Sino caeremos en aquello que el pedagogo brasileño Paulo Freire denunciaba hace años: «La afirmación que “las cosas son así porque no pueden ser de otra manera” es odiosamente fatalista y uno de los muchos medios con los que los que dominan intentan abortar la resistencia de los dominados».
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Imagen extraída de: Pixabay
Como maestro tengo que decir que este texto está lleno de contradicciones, incoherencia, sinsentidos y numerosos errores. ¡Cuántas manos que quieren (queréis) adoctrinar!