Manfred NolteSe atribuye a Robert Kennedy la frase de que el PIB (Producto interior bruto) «lo mide todo, excepto lo que hace que la vida valga la pena». Sugerente mensaje que precisa de algunos importantes matices. Dos acontecimientos han volcado comentarios e informaciones que pueden ayudarnos en esta tarea. El primero se refiere al simposio organizado en mayo de este año por Naciones Unidas en Malasia bajo el lema ‘Alternativas al PIB’. El segundo se traduce en la reciente publicación del ‘Informe de Desarrollo Humano 2014’, cuya autoría corresponde igualmente a la referida Organización Multilateral[1].

‘Nada nuevo bajo el sol’ acertó a expresar el sabio rey Salomón. En efecto. La profesión económica lleva lustros preguntándose por la efectividad de un registro que surgió en Estados Unidos para evaluar el éxito de las medidas acometidas para paliar la gran recesión del 29. Nadie le atribuyó entonces una relación directa con el bienestar. Pero como índice económico, el PIB cuenta con algunas ventajas. Carece de juicios de valor y mide lo que mide: bienes y servicios finales, monetizados. Y al caer su registro e incurrir la economía en recesión, el malestar que se traduce en desempleo y pobreza lanza una señal de alerta del máximo nivel: el PIB avisa.

Por el contrario, las críticas son acertadas cuando se alude a las limitaciones del PIB como indicador de desarrollo y del bienestar. Siendo un agregado económico presta poca o ninguna atención a aspectos de distribución y a elementos de la actividad humana para la que no exista mercado ni en consecuencia valoración monetaria. La segunda, que mide flujos productivos y que, consiguientemente, ignora el impacto en las masas de riqueza, en los recursos naturales y en el medioambiente, en la problemática de género y otras. El PIB no distingue entre actividades beneficiosas o nefastas para el desempeño económico. La reconstrucción de una gran catástrofe, el tráfico de armas o el trazado de un viaducto de flagrante impacto ambiental se agregan de forma similar e indiscriminada en su cómputo. Los embotellamientos urbanos aumentan el consumo de gasolina y por tanto el producto global. Pero es a costa de un modelo regresivo que no hace sentirse a los conductores ni más felices ni más opulentos.

De ahí las reacciones y la búsqueda de alternativas. Convendría medir e impulsar la alegría contenida en el corazón de las gentes más que el dinero guardado en sus bolsillos. Claro que, al indigente, tener algunos billetes más en el bolsillo le ayudará, sin duda, a acumular un poco más de alegría en su corazón. De modo que poner el bienestar o la felicidad por delante del PIB no significa despreocuparse del nivel de vida de las personas sino todo lo contrario. Un nivel de vida decente es requisito básico de dignidad. Una economía orientada a la maximización del bienestar de sus ciudadanos se preocupará más –y no menos- de reducir la pobreza y la desigualdad. Pobreza y privaciones son predictores inequívocos del malestar. Hacer crecer la renta de los más indigentes acarreará significativos dividendos de bienestar, a diferencia del mero crecimiento del PIB en abstracto, particularmente si los frutos de ese crecimiento se asignan desproporcionadamente a los más ricos.

Por supuesto, el bienestar es algo más que dinero: la evidencia muestra que nuestro bienestar está determinado por toda una serie de factores ignorados por el análisis económico convencional, desde la salud hasta la seguridad del empleo. Y aún hay presupuestos más básicos y condicionantes. En su obra maestra ‘Desarrollo y Libertad’  el nobel Amartya Sen explica cómo en un mundo de opulencia, millones de personas siguen sin ser libres. Aunque técnicamente no son esclavos, se les niegan las libertades elementales y permanecen encarcelados en una u otra forma por la pobreza económica, la privación social, la tiranía política o el autoritarismo cultural. El objetivo principal del desarrollo es devolver la libertad a esos ciudadanos atenazados. Desde la libertad –argumenta Sen- se produce el avance de todas las capacidades humanas.

El ‘Índice de desarrollo humano’ (IDH), que Naciones Unidas actualiza en su reciente ‘Informe de desarrollo humano’ de 2014 es la medida resumen de los logros en las dimensiones clave del desarrollo de la persona: una vida larga y saludable, el acceso al conocimiento a través del sistema educativo y un estándar de vida decente en términos de renta disponible. Encabezan la lista del IDH este año Noruega, Austria, Suiza, Holanda y Estados Unidos, aunque este ultimo se desploma 23 puestos si se ajusta el índice con el componente de desigualdad. El quinteto de países subsaharianos Nigeria, Republica Democrática del Congo, República Centroafricana, Chad y Sierra Leona ocupan las últimas posiciones. España se mantiene en su puesto número 27.

Pero ni siquiera el IDH ampliamente consensuado en Naciones Unidas como indicador de bienestar y desarrollo logra satisfacernos del todo. Su aplicación es más útil para comparar el estado relativo de los países en desarrollo y su progreso en el tiempo  que para evaluar a los países avanzados. Al igual que el PIB, omite la problemática de los impactos medioambientales, de género, de derechos humanos o de libertades políticas y algunos aspectos más.

Luego, también, quedan las encuestas a pie de calle. En su barómetro de Junio, el CIS ha pedido a los ciudadanos españoles que se puntúen el grado de felicidad entre cero, muy desgraciado y 10, superfeliz. La nota media obtenida ha sido del 7,2 que no está nada mal. Pero las medias siguen siendo la gran trampa estadística. Que se lo pregunten, si no, a los infelices de solemnidad.



[1] NACIONES UNIDAS(2014): ‘The 2014 Human Development Report – Sustaining Human Progress: Reducing Vulnerabilities and Building Resilience’

http://hdr.undp.org/es

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Imagen extraída de: Café con Lenin

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Manfred Nolte
Doctor en Ciencias Económicas. Profesor de Economia de la Universidad de Deusto. Miembro del Consejo de Gobierno de la misma Universidad. Autor de numerosos artículos y libros sobre temas económicos preferentemente relacionados con la promoción del desarrollo. Conferenciante, columnista y bloguero. Defensor del libre mercado, a pesar de sus carencias e imperfecciones.
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