Oscar Mateos. [Revista RS21] El mundo se ha convertido en las últimas décadas en una suerte de “Far West” financiero. La política se ha visto claramente subordinada a la voluntad de los poderes económicos. Ejemplos de este problema hay muchos, y van desde la capacidad de instituciones económicas no democráticas de cambiar constituciones de estados teóricamente soberanos, hasta lobbies y grupos de interés que acaban influenciando las agendas políticas de muchos gobernantes. Pero recordemos que esto no fue así siempre. Durante el siglo XX, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, existieron ciertas condiciones que permitieron al Estado-nación imponer unas reglas de juego determinadas, orientadas al control de la economía, a la redistribución de la riqueza y, en definitiva, a aspirar a un escenario de cohesión social.

La globalización, sin embargo, ha supuesto no sólo un cambio de las reglas de juego, sino de facto la aparición de un nuevo tablero. En este nuevo tablero global, el capital goza de una gran movilidad, busca en qué lugares del mundo su producción puede ser más barata, dónde pagar menos impuestos (si es que los paga) y especula con el precio de lo visible y de lo invisible. Este tablero global no sólo impone duras condiciones laborales a los trabajadores de los países del Sur, sino que, con la amenaza de la competencia global, es capaz de precarizar las condiciones de vida de aquellos trabajadores del Norte que creían tener consolidados una serie de derechos sociales históricamente conquistados. Este tablero global, en definitiva, simboliza un nuevo orden mundial en el que el poder ya no está en la política –atrapada lastimosamente en el ámbito territorial- sino en el ámbito financiero.

Nos guste o no, estamos abocados a jugar en este tablero durante mucho tiempo, si tenemos en cuenta que la globalización ha venido para quedarse. Entonces, ¿cómo podemos establecer unas nuevas reglas que contribuyan a una realidad de mayor equidad que la actual? ¿Cómo devolver cierto poder a la política y domesticar lo financiero? ¿Cómo dotar de nuevos significados a una democracia vaciada de sentido y a unas instituciones tremendamente impotentes ante el escenario de “mercadocracia” actual? ¿Cómo podemos, en definitiva, construir nuevos contrapoderes globales?

Existen al menos dos estrategias a tener en cuenta. Por arriba, es urgente repensar organizaciones supranacionales como Naciones Unidas, que tengan carácter democrático, que estén guiadas por el bien común, los derechos humanos y un nuevo paradigma ecológico, y que tengan capacidad de decidir de manera vinculante. Por abajo, es urgente abandonar la dinámica fomentada por el sistema, que en muchos casos, nos ha convertido en meros deudores o consumidores. Es urgente, en este sentido, recuperar la condición de ciudadanos, con todo lo que ello implica: preocupación por los asuntos de la comunidad, participación activa en la vida social, búsqueda de nuevas formas, más justas y democráticas, de organización social, económica y política, etc. De hecho, cabría preguntarse, ¿no son, de algún modo, las protestas sociales que recorren el conjunto del planeta desde 2011, un síntoma de que algo está cambiando? ¿No está germinando ese nuevo contrapoder social que el contexto actual demanda a gritos?

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Imagen extraída de: Todo es posible

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Miembro del área social de CJ. Profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna (Universitat Ramon Llull) y delegado del rector para el impulso de la Agenda 2030. Es miembro de la Junta de Gobierno del Institut Català per la Pau (ICIP) e investigador asociado del CIDOB. Fue el responsable del área social de CJ entre 2010 y 2020.
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