Victor Codina. Parece contradictorio hablar de Espíritu y política, pues el Espíritu parece algo interior y espiritual, mientras que la política es algo mundano, compromiso histórico con la sociedad, con la “polis”, con la ciudadanía. Parecería que el Espíritu, todo lo más, se limitaría a la Iglesia, a la jerarquía, a los sacramentos y a algunas personas místicas…
Efectivamente el Espíritu es algo interior a nosotros, “dulce huésped del alma”, como le llama un himno litúrgico medieval. Ciertamente el Espíritu está presente en toda la Iglesia, pero no queda encerrado en ella, sino que desborda los límites eclesiales, porque ha sido derramado sobre toda la humanidad. Por esto, otro himno medieval lo llama Espíritu “creador” y “padre de los pobres”.
Es Espíritu “creador”, Señor y dador de vida, que hace emerger la vida en medio del caos de los orígenes de la creación, hace que mujeres estériles tengan hijos y que una Virgen conciba, es el que defiende y protege la vida, sin él la vida vuelve al polvo y desaparece. En cambio, él es capaz de resucitar una vida nueva que participe de la resurrección de Jesús. El Espíritu promueve la defensa de la creación y el respeto a toda vida, es un Espíritu ecológico.
Es “padre de los pobres”, el que suscita profetas que luchen por la justicia y la solidaridad, el que clama a través de los pobres, el que promueve en nosotros la opción por los pobres y marginados, el que dice “no” a un sistema que mata y discrimina, el que a través de grupos y movimientos sociales busca una sociedad más justa, igualitaria y fraterna con tierra, trabajo y techo, el que promueve puentes de diálogo y no muros de división. El Espíritu es un Espíritu político, dirige la historia de toda la humanidad hacia el Reino. Por esto no podemos ser profetas de calamidades. Nos corresponde a todos nosotros discernirlo y seguirlo, no extinguirlo.
Pero al mismo tiempo, a diferencia de Babel que significa confusión y división, el Espíritu respeta personas y minorías, respeta culturas y religiones, respeta identidades sexuales, respeta las diferencias. Todo intento de represión, todo lo que sea negar legítimas libertades y diferencias, todo lo que sea amordazar a la opinión pública con un pensamiento único, no es del Espíritu, pues el Espíritu no es totalitario ni dictatorial, sino Espíritu de verdadera y genuina libertad, de pluralismo, no de centralismo, sea eclesial o político. Es un Espíritu dialogante, ecuménico, no sectario ni fundamentalista. Todos los avances sociales, económicos, políticos y culturales son últimamente fruto del Espíritu que actúa a través de personas y grupos humanos.
En última instancia el Espíritu es el Espíritu de Jesús y nos lleva a seguir las huellas de Jesús: amor, servicio, entrega, solidaridad, justicia, compasión, respeto y confianza en Dios Padre. Y esto tanto a nivel personal y eclesial, como a nivel social y político. Por esto otro mundo es posible.
Imagen extraída de: Pixabay