Anna Pérez Mir. Este verano he viajado a la República Democrática del Congo y durante mi estancia, en pueblos y ciudades, he visto grandes pancartas del presidente Joseph Kabila apelando al diálogo. De entrada, cuando utilizamos esta palabra, el sentido que queremos darle parece muy evidente pero si ahondamos en la letra pequeña, la cosa se complica. González Faus hace pocos días, nos definía en este mismo blog, una larga lista de acepciones del verbo “dialogar”. Pero se dejó una: la acepción Kabila.
La apelación al diálogo que hace el presidente Kabila tiene un trasfondo maquiavélico literalmente hablando: el fin justifica los medios. El fin, perpetuarse en el gobierno, aun habiendo expirado lo que le permite la constitución; y los medios, el diálogo, que solamente es una burda excusa para conseguir el fin. Pero perpetuarse en el gobierno no es un fin en sí mismo sino un instrumento para el enriquecimiento personal y de la mayoría de políticos del gobierno y militares compinchados con las grandes multinacionales que extraen cantidades ingentes de minerales de un país calificado de escándalo geológico por la gran concentración de riqueza de su subsuelo. Ya casi no queda nadie en el mundo occidental que no tenga un móvil, una tableta o disponga de un ordenador. Cualquiera de estos aparatos funciona gracias al coltán, uno de los minerales más preciados actualmente, el 80% del cual se extrae de la RDC. Pero no se nos explica su origen como tampoco que este mineral está manchado de sangre y que en los últimos 20 años ha producido más de 5.000.000 de muertos, un verdadero genocidio. Porque mientras nosotros utilizamos estos aparatos, la población congoleña situada en la zona minera, fronteriza con Ruanda, Uganda y Burundi, está en guerra y es masacrada por las tropas de estos países: asesinatos en masa, mujeres violadas, trabajadores en las minas en situación de esclavitud… una vergüenza para cualquier dirigente que quiera realmente un “diálogo” con su pueblo.
La llegada al gobierno del presidente Joseph Kabila ya fue de por sí un hecho confuso. Su padre, Laurent Kabila, fue asesinado y el entorno del presidente acordó que el mejor candidato para sucederlo era Joseph. Este no llegaba a la treintena y como es vox populi en la RDC, no era ni hijo de Laurent ni, peor aún, congoleño, sino ruandés. Desde su llegada al poder, la población congoleña ha visto disminuir estrepitosamente su nivel de vida pero lo que observé este verano, ya no es solo la precariedad en la que se vive sino la baja autoestima que tenía gran parte del pueblo congoleño. Me estremeció la visión de una gran pancarta en la entrada de un pueblo agradeciendo al presidente su electrificación… ¿en el s. XXI? ¿En el país que tiene la mayor presa hidroeléctrica del mundo? Inconcebible.
Pero fijaros bien que hablo de la baja autoestima que tenía y no que tiene el pueblo congoleño ya que desde verano hay claramente un antes y un después. Los partidos de la oposición concentrados en el movimiento llamado «Rassemblement» (Agrupamiento) toman cuerpo y organizan concentraciones para marcar de cerca al presidente y dejar claro que el 19 de diciembre ya no será el presidente de los congoleños, convoque o no las elecciones, ya que la constitución no se lo permite. Y llega el último día para convocar las elecciones, el 19 de setiembre, hace un mes. Como era de esperar, no se convocan. Kabila ya llevaba tiempo dando pistas de que no se convocarían: había intentado cambiar la constitución para alargar a uno más los dos mandatos actuales y, además, iba avisando de que el censo no estaba actualizado. En previsión, Ressamblement hace una llamada pacífica a salir a la calle para exigir la convocatoria. Esta llamada es aprovechada por el régimen para generar una cadena de disturbios durante dos días que termina con un centenar de muertos y las sedes de los partidos opositores quemadas. Un centenar de víctimas muchas de las cuales inocentes, como la de un niño de 12 años muerto a disparos mientras iba a la escuela. El mismo día, empezada la 71ª Asamblea General de las Naciones Unidas y quien esperaba una alusión o declaración sobre los hechos, quedó decepcionado. O quizás no llega ni a decepción ya que la realidad se impone y no descubriremos ahora que un centenar de muertos no tiene el mismo impacto ni condena según de donde sea.
Pero Ressamblement tiene, entre otros, dos aliados muy significativos: el movimiento Lucha (Lutte pour le Changement) y la CENCO (Conferencia Episcopal Nacional del Congo). El primero está formado por jóvenes que quieren volverse a sentir propietarios de su país y vivir con la esperanza de un futuro. Para ello, no dudan en poner en evidencia las miserias de un régimen llamado falsamente “democrático”. El segundo, la CENCO, comprometida con el pueblo, hace enseguida unas declaraciones contundentes donde pide el diálogo pero con la condición sine qua non de que el presidente deje el poder el día 19 de diciembre. Estas declaraciones toman un valor muy relevante ya que el papel de la iglesia católica en la RDC va unido a los grandes cambios políticos vividos en el país. Cuando el dictador Mobutu Sese Seko perdió el poder en los años 90, el entonces arzobispo de Kinshasa, Laurent Monsengwo, fue nombrado en 1991 presidente de la Conferencia Nacional Soberana, en 1992 el presidente del Alto Consejo de la República y en 1994 portavoz del Parlamento para la Transición, con el encargo de redactar un borrador de la constitución y preparar unas elecciones con garantías. Actualmente, Laurent Monsengwo es cardenal, Primado de la Iglesia congoleña y ha sido nombrado por el papa Francisco miembro de la comisión para la reforma de la curia. Muy probablemente, su proximidad con el papa Francisco fue determinante para que una semana después de los disturbios, cuando el presidente Kabila fue a visitarlo a Roma, no fuera recibido con honores de jefe de Estado en el despacho del papa sino en la biblioteca, un gesto que no ha de pasar desapercibido.
Pasado un mes, el eco internacional del conflicto en un país clave para el abastecimiento mundial, se puede calificar de irrisorio. El presidente francés hizo unas declaraciones que si bien tuvieron cierta repercusión mediática no fueron seguidas por otros países. Bélgica, que por razones históricas hubiera tenido que ser la primera en la condena y en liderar el rechazo internacional a los hechos, simplemente decide no prorrogar más allá de 6 meses los pasaportes diplomáticos de la RDC, un gesto insuficiente como el de los EEUU, bloqueando la fortuna que dos militares congoleños tienen en este país. Esta semana, finalmente, la Unión Europea reclama un diálogo verdaderamente inclusivo entre todas las partes bajo la amenaza de sanciones. Veremos donde quedan las palabras.
No dejemos en silencio a 80 millones de congoleños que solo reivindican pacíficamente el derecho democrático de poder escoger quien los gobierne, quien les saque de la miseria, en definitiva. Cada vez que miremos nuestros móviles, sintámonos responsables de darles voz.
Imagen extraída de: Lutte pour le Changement
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