Desde la antigua Grecia, los filósofos nos han ido recordando que, en el mundo, hay una constante pelea entre las fuerzas del bien y del mal.  Puede ser que muchas veces no seamos conscientes de ese combate en nuestro día a día, pero sus efectos sí que los sentimos. 

En la teología, como en otras disciplinas, se ha tratado de buscar el origen del mal. 

En los textos bíblicos, el pasaje literario que nos muestra el origen del mal se encuentra en génesis 3,1-30, donde el mal, a través de la figura de la serpiente, seduce a Adán y Eva y los aleja del deseo y cumplimiento de la voluntad de Dios. 

En la espiritualidad ignaciana nos encontramos que San Ignacio de Loyola, consciente también de este combate espiritual, reflejó en su libro de los Ejercicios Espirituales en el n.º 32 un esquema que nos puede ayudar a visualizar cómo vivimos esa batalla en nuestro día a día. Dice Ignacio: “presupongo tres pensamientos en mí, uno propio, uno del mal espíritu y otro del buen espíritu”. San Ignacio nos quiere decir que, en nuestra vida, en todo momento fluyen estos tres pensamientos. El nuestro propio es generado después de la batalla, pero la influencia que el “mal espíritu” ejerce sobre nosotros, atacando donde más débiles somos, hace todo lo posible para que nos alejemos del camino que nos ofrece y nos pide Dios. 

Podemos pensar, erróneamente, que esto solo sucede en las grandes decisiones de nuestra vida o ante momentos más llamativos, pero no es así. El combate es continuo, no termina nunca y la parte más difícil de ese combate sucede en nuestro día a día, en las relaciones sociales; frente a las debilidades personales o ante aquello que más nos cuesta o disgusta. Es ahí donde el “mal espíritu” ejerce su fuerza.

Ese combate espiritual que vivimos en nuestra vida diaria se refleja, también, en la práctica deportiva. Ante el deseo que llena la vida del atleta aparece la acción de “mal espíritu” que adquiere diversos rostros. La ambición; los límites personales; el ego; la debilidad personal; la comparación; las lesiones; la pereza; el afán de superioridad; la incomprensión; la soledad; los cantos de sirena que nos hipnotizan diciendo que “el fin justifica los medios” o esa desagradable “voz interior” que, de manera melódica penetra en nuestra cabeza con razones aparentes y muchas veces se sale con la suya. Decía San Ignacio que somos como un castillo, pero que tenemos algunas grietas. El “mal espíritu”, cuando quiere atacarnos, no lo intenta por las paredes más fuertes o por el portón principal donde están las mayores defensas, lo hace por las grietas. Será en esas grietas, que son nuestras debilidades (cada uno tiene las suyas), donde tengamos que prestar más atención, ya que el “mal espíritu”, que nos conoce bien, aprovechará esa debilidad para dañarnos. 

Frente al deseo estará la tentación y esa batalla diaria se combate con fortaleza mental. La fortaleza mental consiste en “no dar una bola por perdida”, seguir e insistir una y otra vez sin fijarse en el antes ni el después. Consiste en saber que el error forma parte del camino, pero que no durará siempre. Consiste en creer en uno mismo (sin soberbia, pero con justicia) y generar una voz interior propia que diga lo contrario a la voz del “mal espíritu”. 

El espíritu de lucha que se necesita para mantener ese combate durante la práctica deportiva o antes de ella, debe mantener el equilibro necesario entre el miedo y la voluntad. El miedo a afrontar un partido, un campeonato o un simple entrenamiento debe ser contrarrestado con la voluntad interior de hacerlo, de seguir adelante, de cuidar y alimentar el deseo que hizo posible ese momento. Por lo tanto, hay tres claves que debemos destacar: no negociar nunca con la voz del “mal espíritu”, recordar los objetivos y las razones por las que empezaste y perseverar, sin más

En esa batalla no estamos solos, Dios está con nosotros, aunque a veces no lo sintamos. La oración es fuente de consolación y ayuda para el combate espiritual. Dios nunca nos abandona. Acudir a él nos ayudará a perseverar y no rendirse nunca. 

[Imagen de Gizelle Kei en Pixabay]

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Javier Bailén
Javier Bailén Llongo es un jesuita valenciano nacido en 1980. Hasta 2015 no entró en la Compañía de Jesús. Previamente ya había estudiado Filosofía, por lo que pasó directamente del noviciado a estudiar teología en Comillas (2017-2020). Hizo el magisterio en los colegios de Canarias (2021) y Valencia (2022). Desde septiembre de 2023, está en Boston estudiando la licencia en Teología.
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