«Bienaventurados los testigos de lo invisible
que labran sin cesar nuestra tierra
para inventar nuevas posibilidades en las profundidades del suelo más ordinario.
Ustedes mantienen viva la chispa de la humanidad,
ustedes mantienen abierto el mundo y su historia».

Jacques Grand’Maison, Bienaventuranzas Modernas.

 

Durante mucho tiempo, en el colectivo imaginario de la gran mayoría de los mexicanos, la sierra Tarahumara era sinónimo de la belleza de las inconmensurables Barrancas del Cobre, de paisajes típicos del norte del país así como del pasaje del tren al que cariñosamente se le conoce como “El Chepe”. Para otros más cercanos al apostolado y la acción social, la sierra Tarahumara evocaba la presencia y compromiso de diversas congregaciones religiosas acompañando al pueblo rarámuri. Todo eso cambió el 20 de junio del 2022, cuando aprendíamos, con dolor e indignación, el asesinato de dos sacerdotes jesuitas: Javier Campos, “el Gallo”, y Joaquín Mora, así como del guía de turistas Pedro Palma, perpetrado por un miembro del crimen organizado. No son los únicos, de acuerdo al Centro Católico Multimedia, más de 80 sacerdotes, religiosas, religiosos, seminaristas, laicos o agentes pastorales, han sido asesinados entre 1999 y 2022. Estas estadísticas nos recuerdan que en México, como en tantos otros lugares del mundo, trabajar por la fe y la justicia, así como tomarse en serio el mensaje del Evangelio, es una misión de riesgo, que se paga con la vida misma.

Para entender lo que está pasando en la sierra Tarahumara, las repercusiones del asesinato de Javier Campos y de Joaquín Mora, en un país de violencia generalizada y narcoestado, para abrir nuestros ojos e invitarnos a la construcción de una sociedad justa, solidaria y fraterna, y para generar conciencia, es necesario escuchar la voz de las personas que día a día siguen trabajando en la sierra Tarahumara. Una de esas voces es la del Padre Javier Ávila, sj, mejor conocido como “el Pato”.

Javier Ávila: testimonio y compromiso

El padre Javier tiene 80 años y vive en la sierra Tarahumara desde hace 48 años. Entró a la Compañía de Jesús  en 1962. Originario de Guadalajara, recibió una formación religiosa en casa y la completaron los jesuitas, con quienes estudió desde pequeño hasta llegar a la universidad. Al terminar su primer año en la Universidad Nacional Autónoma de México y acompañando diversos movimientos sociales, decidió entrar a la Compañía, una semilla social brotaba en su interior. Al terminar su magisterio, pidió ir a Japón como misionero pero su superior le dijo “tu Japón es México, quédate en México”.

Durante sus estudios en teología, un grupo de jesuitas formaron un grupo musical componiendo canciones no precisamente religiosas, sino más en un estilo de trova, canciones “con mensaje”. Fue así que nació La Fauna, grupo musical formado por Rafael Fuentes («el Gato»), en la batería; Fernando Lazcano, («la Araña»), como bajista; Juan Manuel Micher («el Conejo», como tecladista; y el propio Pato, como guitarrista. Después de 3 años de intensas giras y con la salida sucesiva de todos los miembros del grupo de la Compañía, el padre Javier pide ordenarse, a lo cual sus superiores respondieron con risa diciéndole que lo pensara bien pues no servía ni para la Compañía ni para el sacerdocio, que repensara su vocación, pero el padre Javier no necesitaba pensárselo, sabía cuál era su vocación. Llegó su primer destino en Monterrey y ahí trabajó en colonias marginadas y conflictivas; después vino su ordenación sacerdotal y pidió ir a la Tarahumara. Una vez más, sus superiores se lo negaron diciéndole que esa misión no era para él. Tres veces pidió ir a la Tarahumara y finalmente los superiores le dijeron “ve y convéncete que no sirves para ello…” y 48 años después ahí sigue el padre Javier. Su terquedad y constancia han comprobado que su misión ha servido, como él dice de manera sencilla: «Todos estos años me han enseñado mucho más de lo que yo he podido enseñar y he recibido mucho más de lo que yo buenamente he querido dar».

A los dos años de haber llegado a Tarahumara hizo su primera protesta y su primer grito por dos amigos, un rarámuri y un campesino que el ejército había matado por la espalda. Organizó marchas y, desde entonces, nada lo ha detenido en la búsqueda de la justicia. Junto con el obispo José Llaguno, sj, fue cofundador de la primera comisión de derechos humanos de todo el norte de la República Mexicana, el Comité de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos (COSYDDHAC) y aunque ese es su trabajo, el padre Javier necesita estar cerca de la gente y de la base, por ello, es vicario en la diócesis de Creel, celebra misa y atiende algunas comunidades pastoralmente. De manera serena nos recuerda que «los espacios de la Iglesia son espacios de humanidad, nuestro trabajo no tiene límites, al igual que Jesús que rompió barreras, fronteras, tradiciones». Sin embargo, este trabajo cotidiano, se vio alterado a raíz del asesinato de sus hermanos jesuitas el año pasado.

Misión de la Tarahumara, presencia y acompañamiento del pueblo rarámuri

Los jesuitas han estado presentes en la Tarahumara desde los inicios de la misión en 1600 hasta la expulsión de la Compañía en 1777, regresando en 1900. Fue siempre una missio sui iuris (misión de derecho propio). A partir de 1958 se nombra el vicariato apostólico de la Tarahumara, un territorio que abarcaba más de 30.000 km2, y se nombra el primer obispo jesuita, Salvador Martínez Aguirre. El padre Javier nos recuerda que

«en ese entonces, había 35 jesuitas en todo el territorio de la sierra; actualmente somos 10, de los cuales 8 son sacerdotes y 2 más son maestrillos. Actualmente tenemos 3 misiones: Cerocahui: ahí hay trabajo pastoral, otro más de promoción y defensa de derechos humanos así como de acompañamiento del pueblo rarámuri (conocimiento y promoción de la cultura, acciones interculturales, visita de toda la región, inserción con la comunidad, escucha, diálogo, apoyo en sus necesidades y peticiones); Samachique: ahí tenemos un proyecto de atención pastoral que supone las celebraciones de la vida y la fe de la manera como los rarámuris la viven; el baile y la fiesta como preludio de la celebración de la eucaristía, compartiendo la comida y la bebida (el tonari y el tesgüino). Por ejemplo, durante la semana santa esto es muy notable, así como la fiesta de nuestra señora de Guadalupe, la Navidad o el Año Nuevo. El diálogo con la gente nos permitió darnos cuenta de las necesidades: por ejemplo, acompañar a los niños y a los jóvenes, y esto se hace a través de dos centros culturales. Ahí se les enseña a los niños lo que las familias necesitan: conocer la lengua, practicar los ritos y tradiciones, celebraciones litúrgicas y culturales, mejorar los cultivos, etc. Y estos centros culturales son acompañados por nosotros, pero los maestros vienen de la comunidad. Es un trabajo desde, con y para la gente. En Creel tenemos otras obras sociales, entre ellos el Complejo Asistencial Santa Teresita acompañando a todas las personas que trabajan en el sector salud. Los principales beneficiados son la población rarámuri. En esta clínica se acompaña la medicina tradicional o la formación de las parteras. Y, por supuesto, la oficina de la COSYDDHAC con la defensa y promoción de los derechos humanos».

Toma de conciencia de la Compañía de Jesús a raíz de los asesinatos de Javier Campos y Joaquín Mora

La Compañía de Jesús ha estado muy comprometida en la promoción de la fe y la defensa de la justicia a través de diferentes obras sociales, ya sea acompañando diferentes colectivos que buscan a las personas desaparecidas en México, denunciando los atropellos en derechos humanos o acompañando el caminar de los pueblos indígenas. Los jesuitas y sus diferentes colaboradores han sido compañeros en la construcción de un México mejor. Sin embargo, a raíz de los asesinatos de Javier Campos y Joaquín Mora, el padre Javier nos comparte que de ser compañeros de todo un pueblo, se han transformado en dolientes:

«Hemos sentido la muerte de nuestros propios hermanos en nuestro propio cuerpo, y a pesar del dolor, esto ha sido una gracia de Dios. Esto nos reconfirma en nuestra misión como jesuitas: ser hombres para los demás y de servir hasta dar la vida. Javier y Joaquín dieron la vida atendiendo y asistiendo a otro hermano, Pedro Palma, entonces, de ser solidarios con la gente ahora somos víctimas del mismo dolor. Desde hace muchos años hemos participado en marchas exigiendo que aparezcan los cuerpos de tantas personas desaparecidas en México y ahora nosotros somos parte del dolor de los que han perdido a sus seres queridos, hemos sido tocados por el mismo dolor del pueblo que acompañamos. En Tarahumara ha habido muchas muertes, así como en Chihuahua y en todo México; no es la primera vez que han asesinado a sacerdotes o religiosos. Sin embargo, esta vez mataron a dos miembros de una institución muy conocida que es la Compañía de Jesús. Esto hizo que se prendieran los reflectores y lo que hemos hecho es ampliar esos reflectores porque hay miles de muertos en todo México que han sido asesinados en las mismas condiciones de Javier y Joaquín, personas a las que se les ha quitado la vida de una manera muy injusta y hay mucha gente que no tiene quien grite por ellos. Por eso, no podemos dejar los reflectores en Javier y en Joaquín, es necesario ampliar la luz para los miles de desaparecidos que claman justicia.

Hay algo que es muy lamentable en México y es que desde hace años el país está arropado por una cobija de impunidad vergonzosa. El hecho de que detengan al responsable de estos asesinatos no va a solucionar el problema porque van a aparecer otros. El problema se va a solucionar el día en que el gobierno empiece a desestructurar ese sistema tan férreo de delincuencia y narcotráfico que el mismo gobierno ha permitido construir. Los sistemas políticos le apuestan al olvido, nosotros le apostamos a la memoria. Los muertos de hoy sepultan a los muertos de ayer; el mismo dolor que generó la muerte a quien le quitaron la vida hace 20 años es el mismo dolor que le genera a alguien hoy a quien se le ha quitado la vida; no podemos perder la memoria. Hay duelo, pero también hay esperanza de encontrar a los desaparecidos. Aunque ese duelo siempre queda pendiente. Los familiares me dicen: ‘Yo no he podido vivir mi duelo porque necesito tocar el cuerpo, cerciorarme de que esos son sus restos. Cada que aparece alguien es un pedacito de duelo que voy viviendo’.

Como Compañía de Jesús hemos tomado conciencia de nuestra misión en favor de la vida, la justicia, la paz. Se ha empezado a hacer un trabajo conjunto con la Conferencia del Episcopado Mexicano y la Conferencia de Superiores Mayores de México para promover proyectos en toda la república en favor de la paz y la justicia, buscamos restaurar el tejido social que ha sido roto. Estamos planeando para septiembre de este año un encuentro para generar un diálogo nacional en favor de la paz en la Universidad Iberoamericana de Puebla. Estamos buscando el diálogo. Yo le digo a la gente que no podemos dejar el país en las manos del gobierno. Asumamos nuestras propias responsabilidades. Ni el gobierno puede solo ni la sociedad puede sola. Debemos dialogar los dos, con apertura, no nada más a favor de la iglesia o de los gobiernos; tenemos que caminar de manera horizontal. Las personas que nos representan reciben un mandato de parte de la sociedad y, por eso, exigimos justicia. Todas estas reflexiones como Compañía de Jesús y Provincia Mexicana nos están ayudando a repensar nuestro compromiso a favor de la vida, porque hemos sido tocados. Nosotros no tenemos opción de sexenio, tenemos una opción de vida y esa es la gran diferencia, y aquí dejaremos la vida«.

Orar no es suficiente

Desde el asesinato de Javier Campos y Joaquín Mora, los jesuitas han organizado una vez al mes jornadas de oración por la paz en el país, invitando a todos los sectores de la población a sumarse para ser constructores de paz. Sin embargo, el padre Javier nos recuerda que

«no basta rezar, hacen falta muchas cosas. Cada uno de nosotros tenemos una responsabilidad, cada uno de nosotros hemos sido plantados en un lugar para llevarla a cabo, cada quien tiene una responsabilidad muy concreta y muy definida. Es necesario asumirla y hacer vida aquello que decimos creer. ¿De qué manera podemos aterrizar, en nuestro espacio, aquello que Jesús de Nazaret nos vino a decir: ‘Quiero que construyan este mundo. ¿Me das la mano?’. ‘Sí, te doy la mano, Señor’. ¿En qué momento lo hacemos consciente? En el momento en el que lo integramos en nuestra vida. Tenemos que abrir los ojos e ir viendo por dónde nos comprometemos. Hemos dejado demasiado el país en manos de los funcionarios. No es responsabilidad solo de ellos, tenemos que exigirles, tenemos que cumplir con nuestras responsabilidades ciudadanas, todos. Tenemos que cuidar nuestro país y hacer un país más fraterno, más horizontal, más justo, en donde todos podamos vernos directamente a los ojos, sin ninguna vergüenza a decirnos ‘¡Cómo te quiero!’ Y si te quiero, te voy a dar la mano, y desde nuestro propio espacio, desde donde estamos, vamos construyendo una sociedad diferente. Yo estoy convencido de que yo no soy el redentor, yo lo que puedo es cumplir con mi responsabilidad y dar testimonio a todas las generaciones de que es posible vivir de manera diferente, que es posible encontrar otros rumbos para la vida. Nosotros no creemos en la muerte, sino en la vida. La Compañía de Jesús tiene sectores de jesuitas que se preocupan por los jóvenes para buscarlos, impulsarlos y protegerlos, no de manera paternalista, sino como alguien que puede tener otra visión, mostrarles otro camino, pero siempre respetando la libertad, su libertad, y dándoles seguimiento. Los jóvenes son una prioridad en la provincia mexicana de los jesuitas, hay que entusiasmarlos como el testimonio del papa Francisco porque ha generado esperanza y fe en los corazones de mucha gente. El papa lo que ha hecho es ser testigo de un mundo diferente. Darse cuenta de que lo primero es la persona, no la norma, ni la ley, ni la tradición. Son importantes, pero todo tiene su jerarquía y su espacio».

Esperar contra toda esperanza

La situación en la sierra Tarahumara sigue degradándose: la presencia de grupos criminales que expolian las tierras de los rarámuris, la siembra de marihuana y amapola por parte de esos mismos grupos cooptando niños y jóvenes para trabajar en ellas, ejerciendo control con violencia y crueldad, la tala ilegal de los bosques y el despojo de tierras ejidales, la ausencia de policías y de seguridad pública, la falta de acceso a servicios de base, por nombrar solo algunos de los factores de esa degradación. A pesar de todo, los jesuitas mantienen su misión de presencia y de acompañamiento en colaboración con sacerdotes diocesanos y muchas otras congregaciones religiosas. Sin embargo, 7 jesuitas, un pre novicio y 3 religiosas de la parroquia de Cerocahui han sido amedrentados y viven en riesgo por los recientes homicidios en ese lugar. A raíz de ello, la  Comisión Interamericana de Derechos Humanos, emitió una serie de medidas cautelares para protegerlos advirtiendo la situación de violencia e inseguridad que se vive de manera permanente en la región.

A mediados de marzo de este año, los jesuitas organizaron una mesa de coordinación e implementación, junto con autoridades del gobierno de Chihuahua así como de representantes de autoridades federales, para que estas medidas cautelares puedan llevarse a cabo y beneficiar a la comunidad de Cerocahui. Días después, era hallado sin vida el cuerpo de la persona que asesinó a Javier Campos y Joaquín Mora nueve meses antes. Esta noticia, está muy lejos de resolver los problemas de violencia en la sierra Tarahumara, así como la falta de acceso a la justicia. La Compañía de Jesús en México emitió un comunicado señalando que

“la aparición sin vida de la persona implicada en el homicidio de los padres jesuitas, de ninguna manera puede considerarse como un triunfo de la justicia ni como una solución al problema estructural de violencia en la sierra Tarahumara. Por el contrario, la ausencia de un proceso legal conforme a derecho con relación a los homicidios implicaría un fracaso del Estado mexicano frente a sus deberes básicos y confirmaría que en la región las autoridades no detentan el control territorial. Este desenlace no es ni el que esperábamos ni es por el que trabajamos… Los jesuitas nunca hemos callado ni callaremos ante la violencia y la deshumanización. Seguiremos en la Tarahumara y en otras regiones de México, trabajando para que haya paz, justicia, derechos humanos y reconstrucción del tejido social”.

¿Cómo mantener viva la llama de la esperanza en un país que siembra muertos, que mata a su propia gente y a tantos testigos el Evangelio? El Padre Javier nos comparte, con serenidad:

«Con frecuencia he tenido que esconder mi esperanza para que no me la roben. Ves el panorama tan negro y las posibilidades tan reducidas y tan negadas, que dices ‘no es posible la esperanza’, pero en el momento en el que el hombre o la mujer pierdan la esperanza, se deshumanizan, porque es parte de la esencia de la naturaleza de la persona humana el vivir con esperanza. Si no hay esperanza, no hay vida, no hay ilusión, ni caminar, y te estacionas. Y el hombre no puede estacionarse si no quiere traicionarse. La esperanza es lo que nos mantiene a muchos de pie, la esperanza es el motor, es la batería, es el combustible que nos hace seguir creyendo y esperando contra toda esperanza. ¿Por qué llevo yo 48 años en Tarahumara? Porque nunca he dejado de esperar. Puede ser que yo no coseche, pero lo que yo deje de sembrar, nadie lo va a sembrar, tengo que sembrar, y yo, lo que he cosechado ahora, ha sido lo que mis hermanos jesuitas sembraron antes de mí hace muchos años. Ojalá algún día alguien coseche, si es que yo sembré algo, y lo que me mantiene aquí en Tarahumara es la ilusión de seguir sembrando y con esperanza. Si yo pierdo la esperanza, me deshumanizo, y no puedo permitirme eso».

Esperar contra toda esperanza, ser ciudadanos responsables y cristianos comprometidos, recuperar nuestra línea profética que anuncia una buena noticia de liberación y que denuncia las injusticias, construir mano a mano una sociedad más justa, fraterna y solidaria.

Que el grito de todas las personas desaparecidas y de todos los ausentes sea tan estridente que no deje descansar a la impunidad. Y que el espíritu de Javier Campos y de Joaquín Mora, así como de tantos hombres y mujeres que han sido testigos del Evangelio con sus vidas, resuene con fuerza en toda la sierra Tarahumara, se extienda por todo México y nos anime a resucitar, a ponernos de pie, hoy, mañana y todos los días de nuestra vida.

[Fotografías cedidas por Daniel Vargas]

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Amarillo esperanza
Anuario 2023

Después de la muy buena acogida del año anterior, vuelve el anuario de Cristianisme i Justícia.

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Mexicana de origen, québécoise de adopción y quasi francesa. Estudió la licenciatura en derecho en la Universidad Autónoma de Querétaro (México), una maestría en Desarrollo Comunitario en la Universidad de Concordia (Montreal, Canadá) y en Solidaridad y Acción Internacional en el Instituto Católico de París. Ha trabajado para la pastoral social de la diócesis de Montreal con atención a población en situación de riesgo y migrantes latinoamericanos; en Francia ha trabajado para el Secours Catholique Caritas France y el Servicio Jesuita a Refugiados Francia. Actualmente trabaja en el Servicio Nacional Misión y Migración de la Conferencia Episcopal Francesa como responsable del área de migraciones. Se define como abogada de pies descalzos, especialista en migraciones e interculturalidad. Tiende puentes y hace redes. Soy Nepantla: de aquí y de allá, lo uno y lo otro… y los dos al mismo tiempo. Me dicen “Marche”.
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