Veus. Entrevista de Sergi Cámara a Ramiro Pàmpols, sj., director adjunto de las escuelas rurales Foi et Joie (Fe y Alegría) en Haití.

1. ¿Cómo llegaste a jesuita y en qué lugares has estado antes de trabajar en Haití?

Entré en la Compañía de Jesús a los 17 años, en un ambiente de posguerra que según dicen, es siempre un tiempo muy especial. Fui primero una “víctima” y después un “liberado” del nacional catolicismo. Al finalizar mis estudios, el Concilio Vaticano II me dio la puntilla. Al enterarme de la existencia en Francia de los prêtres ouvriers (curas obreros), me interesé por ellos y al poco tiempo estaba trabajando en una pequeña fábrica en Santa Coloma de Gramanet. Esta forma de vida duró hasta el 2000, año en que me jubilé de mi trabajo en la imprenta del Ayuntamiento de Barcelona.

2. ¿Cómo fuiste a parar a Haití?

Cuando me jubilé, decidí ofrecer un tiempo de la nueva etapa que tenía por delante a un país pobre. Me pareció que Haití podía ser este país. Lo propuse y pudo hacerse realidad el año 2006. Antes no me fui porque tenía mi madre con casi 90 años.

3. ¿Qué situación socioeconómica encontraste?

La situación de Haití era y es desesperada: quizás más de un tercio de su población vive fuera del país (cerca de tres millones de personas); el paro afecta al 80% de los haitianos en edad de trabajar; se produce a diario una fuga de cerebros impresionante con personas haciendo cola ante las embajadas de Canadá y los EEUU (algunas cifras hablan de 30.000 peticiones de visado); casi la mitad de la población la forman niños y niñas de uno a catorce años.

La economía agraria es muy frágil. Aproximadamente un 60% viven de la producción agrícola practicada sin ninguna tecnificación, ni con políticas agrarias que acompañen los campesinos en la selección de simientes y otras posibles ayudas en pesticidas o fertilizantes. Las explotaciones son de minifundio y casi no pueden alimentar a familias, generalmente, numerosas. No obstante existen algunos grandes terratenientes y el estado haitiano dispone de grandes extensiones de tierra sin cultivar.

Para acabar esta rápida descripción, habría que hablar de una industria muy escasa con dos zonas francas, una en Port-au-Prince y otra en Ounaminthe. Los salarios, son salarios de miseria. Este año ha aumentado el llamado “salario mínimo” de dos o tres dólares diarios que se pagaban hasta cinco dólares, y no en todas las industrias. La mayoría de los trabajadores siguen con unos 100 o 125 gourdes de salario mínimo diario (un dólar equivale a unos 40 gourdes)

Como conclusión se puede afirmar que aparte de las dos zonas francas, apenas hay valor añadido en la producción haitiana (mangos y otras frutas tropicales, carbón vegetal,…) y una productividad muy baja. Un 80% de la totalidad de la población vive de la economía informal. Port-au-Prince, como paradigma de esta “economía”, es un inmenso “mercado en la calle” donde infinidad de personas, especialmente mujeres, esperan durante diez o doce horas, para poder vender alguno de los productos vegetales, o ropa y zapatos de segunda mano, que han venido de los EEUU.

4. La masiva presencia de ONGs, ¿es viable? ¿Cómo afecta?

Se hace difícil evaluar cual será ahora su influencia y peso específico. Hace dos semanas la AECID (Cooperación Española) convocó a todas las ONGs provenientes de España o que se benefician de sus ayudas, y ¡pude contar más de cuarenta!

Sobre su papel se pueden decir muchas cosas. La sospecha de que son, en conjunto y de hecho, una especie de “gobierno paralelo”, que libera, excusa, justifica y como mínimo retrasa, que el gobierno legítimo asuma su responsabilidad. Algunas utilizan una forma de actuar diseñada desde el país de origen y que aplican rigurosamente en todos los espacios donde se hacen presentes (la USAID podría ser un buen ejemplo). Otras en cambio se preocupan por trabajar con un partenaire haitiano bien definido y al cual dejan tomar las decisiones más importantes; y, finalmente, aquellas que no tienen claro cual es el impacto real de su trabajo.

En última instancia, siempre habrá que considerar que aquello que se pretende impulsar, esté en la línea políticamente correcta, aunque se trate de un proceso irremediablemente gradual. ¡Y nunca en la dirección contraria!

5. ¿Crees que las grandes donaciones de dinero de otros países es desinteresada?

Ciertamente hay que desenmascarar los intereses económicos de los países donantes y de las condiciones que ponen en el momento de financiar determinados proyectos (por ejemplo, que sean empresas del país donante las que deban llevarlas a cabo). Aquí entramos en una especie de agujero negro donde nunca será posible saber con seguridad qué intereses están en juego.

No quiero hacer ciencia ficción, pero sí que se pueden sugerir algunas pistas verosímiles y que responden a rumores de personas bien informadas: posibles bolsas de petróleo cerca del mar, cerca de la capital, existencia de metales preciosos… pero de manera muy especial importancia geoestratégica de la isla, al lado de Cuba y en pleno Caribe, y también próxima a Venezuela que la quiere atraer hacia su influencia. Y siempre el eterno problema del narcotráfico más importante de lo que podría parecer a primera vista.

6. ¿Dependerá siempre Haití de la ayuda internacional?

La palabra clave de esta pregunta es precisamente la palabra dependencia. Parece una contradicción que el primer país negro in-dependiente haya estado sometido a una creciente dependencia.

Un testimonio nada sospechoso, el de Edmund Mulet, representante de la ONU en Haití, acaba de afirmar: “O bien se refuerzan ahora las instituciones de Haití, o este país seguirá dependiendo durante los próximos 200 años”. El último número de Le Monde Diplomatique (marzo del 2010) tiene un artículo donde compara el comportamiento del gobierno de la India ante un tsunami devastador que sufrió hace unos años en uno de sus estados, y cual es la política que ahora sigue o pretende seguir el gobierno de Haití. Las preguntas que se plantean al final de ese artículo son de una vital importancia.

7. ¿Por dónde pasa el futuro de Haití?

Está claro que el futuro de Haití ha de pasar por donde quieran los mismos haitianos. Por esto tengo una fuerte convicción de que cualquier proyecto, por humilde que sea, ha de tener una única finalidad: ser un pretexto para formar personas del país. Un proyecto nunca ha de ir por delante de las personas sino detrás. En cambio, muchas veces, las ONGs en lugar de hacer de multiplicadores, se hacen indispensables para seguir llevando a cabo durante años el mismo trabajo y tener ahora sí, un pretexto para cobrar unos salarios considerables.

La otra convicción es que no hay ningún proyecto, absolutamente ninguno, que no tenga un contenido político. Con esto quiero decir que consciente o inconscientemente, las ONGs están contribuyendo al reforzamiento o debilitamiento de un modelo de sociedad determinado, quizás aún poco dibujado, pero bien real.

Y este implícito es el que puede dar miedo a gobiernos poderosos, como Canadá o EEUU, y con intereses muy claros, pero no expresados, que se sienten motivados para enviar un contingente de 14.000 marines bien armados a Haití además de multitud de barcos de guerra anclados frente a sus costas.

Aquí sí que hay que decir que la sociedad haitiana en su conjunto, la que llamamos “sociedad civil organizada”, ha de moverse para ir creando y a la vez exigiendo un nuevo modelo de sociedad que los haga salir de la pobreza crónica. Ya lo está haciendo, denunciando al gobierno que en sus documentos y proyectos de “reconstrucción nacional” no ha tenido en cuenta el parecer de la sociedad civil. En un artículo reciente, un grupo de esta misma sociedad civil, los haitianos más afectados por el terremoto, por tanto las auténticas víctimas, escriben: “No estamos esperando limosna: reclamamos trabajo, escuelas y vivienda”.

No parecería tan difícil atender estos derechos fundamentales. La gran pregunta es si el gobierno haitiano quiere escuchar más las voces de los “donantes” o las voces de los hombres y mujeres que quieren ser ya desde ahora protagonistas de un Haití diferente al de antes del terremoto.

La gran tentación es que siempre es mucho más cómodo poner la mano, que impide poner en marcha la maduración y la creatividad de las energías propias del país, que decir respetuosamente a los donantes interesados o desinteresados, como ha hecho Bachelet en Chile, o antes la propia India: “muchas gracias, tenemos recursos (humanos) suficientes para afrontar el problema nosotros mismos”.

Esta noble respuesta pide una lucidez y un compromiso personal y colectivo de mucha envergadura.

Esperamos, aquellos que somos críticos con la mayoría de gobiernos y de ONGs, que este compromiso, que ya ha comenzado, llegue hasta el final.

Seguro que hay otros gobiernos y otras ONGs que desde otra perspectiva política están también por esta misma labor: la de colaborar para una auténtica autonomía del país.

Port-au-Prince, marzo del 2010

Haiti_Pampols

¿TE GUSTA LO QUE HAS LEÍDO?
Para continuar haciendo posible nuestra labor de reflexión, necesitamos tu apoyo.
Con tan solo 1,5 € al mes haces posible este espacio.
Artículo anteriorHonduras: luces y sombras después del golpe de Estado, con el testimonio de Ismael Moreno, director de Radio Progreso
Artículo siguienteJosé I. González Faus: «Nada con puntillas: fraternidad en cueros»

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingresa tu comentario!
Please enter your name here