Ramón Almansa. La pandemia por coronavirus cambiará radicalmente nuestras vidas, no sólo durante el confinamiento, sino cuando ésta cese; cada día que pasa, la certeza de que ya nada volverá a ser igual es más fuerte. Convivimos con esta certeza y con la confusión de no saber si esto es pesadilla o realidad. Seguimos preguntándonos obsesivamente: pero, ¿qué está pasando? Estamos atónitos, sin dar crédito al dolor que vivimos. El COVID-19 nos ha desbordado social y personalmente. Es imposible hacer ninguna reflexión sobre todo esto sin empezar expresando una profunda empatía por todas las personas que están sufriendo directamente, o en sus círculos familiares cercanos, los efectos crueles del coronavirus.

En Entreculturas trabajamos en 37 países y en más de 150 proyectos de América Latina, África, Asia y Europa con un foco muy fuerte en lo educativo y no podemos dejar de preguntarnos si hay algo que aprender de esta crisis; si este maldito coronavirus tendrá algo de pedagógico. ¿Qué lecciones nos está enseñando todo esto?:

  • En nuestra ignorancia o ingenuidad, pensábamos que nadie podría pararnos, que éramos dueños de nuestro presente y de nuestro futuro. Hoy, con un tercio de la humanidad confinada en sus casas, que tememos por la vida de los nuestros, que las escuelas de 188 países en el mundo están cerradas, lo que supone casi el 90% de la población estudiantil mundial o, lo que es lo mismo, 3 de cada 4 niños y jóvenes y que alrededor de 60,2 millones de docentes en el mundo tampoco pueden trabajar en las aulas, ya sabemos con certeza que este pequeño virus nos ha parado, ¡Ay si nos ha parado! Hemos caído en la cuenta de nuestra vulnerabilidad, de nuestra fragilidad infinita. Hemos aprendido que debemos recuperar un talante sencillo y humilde. Hoy sabemos que la mayoría de las personas solo podemos hacer una cosa: quedarnos en casa. Somos parte de la solución quedándonos en casa. Hemos aprendido, hoy más que nunca, que nos necesitamos los unos a los otros.
  • Creíamos que el COVID-19 era un tema que pertenecía a un país y, además, a un país lejano. Veíamos en el telediario como construían hospitales en sólo dos semanas y jamás llegamos a pensar que esto tendría relación con nosotros. Esta crisis nos ha enseñado que situaciones así sólo se pueden abordar globalmente. Ojalá que este aprendizaje lo extrapolemos a la crisis climática sin precedentes y a la intolerable crisis de desigualdad social en la que estamos inmersos. Creo que el aprendizaje es claro y sería de necios cerrar los ojos a él: los problemas globales sólo se pueden abordar con respuestas globales. No hay ningún otro camino sostenible en el futuro.
  • Estamos viendo el impacto tan devastador que está teniendo en países con Estados fuertes y con sistemas de salud robustos. Las organizaciones que trabajamos en cooperación al desarrollo y que trabajamos en países con Estados frágiles, donde los sistemas públicos de educación o salud son muy débiles, no podemos dejar de alarmarnos y de levantar la voz sobre lo brutal que será el zarpazo del coronavirus cuando se extienda por los países más empobrecidos y a las poblaciones más vulnerables. No podemos dejar en la sombra a cientos de millones de personas. Por eso es tan importante, hoy más que nunca, seguir trabajando para que la ayuda internacional y la solidaridad hacia las comunidades y pueblos más necesitados se convierta en una prioridad de la acción exterior del gobierno de España. Sabemos que la crisis del coronavirus golpeará con una crueldad inimaginable a los países y continentes más empobrecidos. La cooperación internacional se convierte en el mejor modo de concretar el compromiso de solidaridad y empatía con los pueblos que sufren. Aquí no podemos dar ni un paso atrás.
  • Cuando vemos que nuestros hospitales se saturan, que el personal sanitario se desvive por cuidar a los nuestros, vemos con claridad que los bienes públicos (y me centro ahora sólo en dos bienes capitales y básicos: salud y educación) deben estar garantizados, blindados. La mejor inversión que puede hacer una sociedad es invertir en salud y en educación, porque eso es invertir en vida, es invertir en futuro, es invertir en personas. Es nuestro mayor tesoro. Seguro que cuando salgamos de esta crisis lo habremos aprendido y no admitiremos recortes de ningún tipo, ni en salud ni en educación, ni aquí ni en los fondos de cooperación destinados a tantos países de África o de América Latina.
  • La Agenda 2030 nos recuerda una y otra vez que nadie puede quedar atrás. Y ¿qué significa esto en el ámbito educativo y en el contexto actual? No podemos admitir que la brecha digital agrande la exclusión de niños, niñas, adolescentes o personas con menos recursos. En muchas regiones donde trabajamos junto a Fe y Alegría el acceso a Internet es inexistente, muchas familias no cuentan con ordenador, o no tienen acceso a un teléfono móvil con conexión e incluso la electricidad es limitada, por lo que en esos lugares el reto de la educación a distancia es aún mayor. En este contexto estamos detectando las necesidades específicas y acompañando a la comunidad educativa en los 22 países en los que la Red está presente. Las clases a distancia han tomado el relevo en múltiples formatos ya que es necesario adaptarse a cada contexto y circunstancia. Por ejemplo, en Chile se ha creado un repositorio de material docente; en Perú, se ha diseñado una página web para grabar las clases y en otros casos, como Brasil, Guatemala, Argentina o República Dominicana, el material se difunde a través de las redes sociales. Bolivia, por ejemplo, está realizando acompañamientos al personal docente a través de Whatsapp, esperando llegar de esta manera a los 400 centros educativos que gestionan. Tenemos que imaginar modos nuevos de hacer posible que el derecho a la educación siempre está garantizado. Esta crisis está abriendo nuevas vías a la creatividad y a la innovación.
  • También nos preocupa que, en el mundo, más de 70 millones de personas refugiadas y desplazadas corren el riesgo de verse afectadas por esta pandemia, como apunta nuestra organización hermana, el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS). Su situación es especialmente vulnerable ya que, por una parte, las personas desplazadas internamente viven en países donde la guerra y los conflictos armados han destruido los sistemas de salud y otros servicios básicos; por otra, las personas refugiadas en otros países raramente tienen acceso a atención médica de calidad y a otros servicios básicos. Junto a JRS, estamos monitoreando de cerca la situación para asegurar el bienestar de aquellas personas en situación de refugio o migración a las que acompañamos, para garantizar sus derechos y que las operaciones continúen activas donde sea posible. Por ejemplo, ante el cierre de las escuelas en Malaui, continuamos con nuestro programa de alimentación diaria para más de 2.000 niños y niñas de preescolar y cuarto de primaria en el campo de personas refugiadas de Dzaleka. Además, el JRS ha repartido kits de higiene con jabón y cloro para prevenir el contagio.

Ciertamente que el coronavirus nos asoma a un mundo que hoy vemos más vulnerable y frágil que nunca, nos asoma a un escenario de tremendas incertidumbres. Pero siendo eso así, nos alienta saber que ya hemos aprendido algunas lecciones: tenemos que seguir trabajando para que nadie se quede atrás, debemos garantizar que los bienes públicos nunca se pongan en venta, que nunca puedan quedar poblaciones excluidas de ellos para convertirse en algo que se compre o se venda.  Hemos aprendido que la opción por las personas más vulnerables es lo que mide la altura ética de las sociedades. El clamor de querer cuidar y proteger a los más vulnerables habla de la altura de nuestras sociedades. Cuidemos de los más vulnerables. Y hemos aprendido también que los grandes retos solo se pueden abordar uniendo las voluntades de todas las personas.

Por último, es importante caer en la cuenta de que esta crisis nos está haciendo sentir que nuestras familias no acaban en nuestros parientes. Nos enseña que nuestra familia son todas las personas que sufren esta crisis. Nos sentimos familia y estamos orgullosos de todos los que están cuidando y trabajando para salir de ésta. Estamos recuperando el sentido de familia universal, de fraternidad universal, de solidaridad global. Nadie debe quedar desatendido, nadie puede quedar atrás. No hay distinción de lugar, ni de nacimiento, de edad, ni de nada, como algunos partidos quieren hacernos creer. Estamos aprendiendo que todas las personas hemos de salir juntas. Ojalá que no perdamos la oportunidad de aprender de todas estas lecciones.

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Ramón Almansa es director ejecutivo de Entreculturas.

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