Xavier Garí de Barbarà[Foc Nou] Una de las noticias más sorprendentes –y, por otra parte, deseadas y esperadas- de este verano desde el Vaticano, ha sido la decisión del papa Francisco de derogar la justificación de la pena de muerte del Catecismo de la Iglesia católica. Hacía muchos años que muchos cristianos y más católicos, nos preguntábamos cómo era posible que en una página del Catecismo se estuviera radicalmente en contra del aborto, por ejemplo, y en otra se aceptara la aplicación de la pena de muerte. El papa Francisco, este verano, ha dado un paso adelante en el progreso del Magisterio de la Iglesia, que es loable y es de agradecer, porque humaniza una vez más la vida humana. Además, ha facilitado enormemente el trabajo de muchos laicos, religiosos/as y sacerdotes que trabajan en las cárceles llevando a cabo una pastoral penitenciaria atrevida y, más en concreto, de los que se comprometen a acompañar en los corredores de la muerte. Estos corredores son lugares infernales en los que muchos reos pueden pasar la tortura de estar allí años y años; este tiempo es terreno de cultivo para hacer brotar la fe, cuando estos penados analizan su propia historia personal mientras esperan un porvenir tan negro como su pasado. Que el papa Francisco haya derogado del Catecismo la justificación de la pena de muerte, en primer lugar, posibilita una defensa universal de la vida en todas sus dimensiones y condiciones, también en los casos de sentenciados por terribles crímenes. El amor de Dios está por encima de las peores culpas, aunque no siempre nos sea fácil admitirlo al resto de cristianos. La capacidad de perdón de Dios es tan grande como su amor, y ni una ni otro nos entran en la cabeza ni en el corazón fácilmente, porque todo es inmenso en Dios y todo es pequeño en nosotros.

Por otra parte, cuanto más hundida está una persona, más es capaz de dejarse llevar por las manos de Dios. En los corredores de la muerte corre una fe en la Vida, de la que el cambio que el Papa ha hecho en el Catecismo ayuda a hacer brotar más frutos, incluso cuando estos reos están a punto de perder la propia vida.

En segundo lugar, esta derogación abre poderosamente las puertas a la conversión de muchos de estos penados, que no podían abrazar la fe al no entender que la Iglesia del Jesús al que se convertían justificaba -cruelmente para todos ellos- su pena de muerte ante el mundo y la historia. No podíamos esperar menos de un Papa que escribe sobre el respeto a la naturaleza en una de sus encíclicas estrella (Laudato Si’), y que hace una exaltación sobre ‘la alegría del amor’ en otra encíclica que no dejó indiferente a nadie (Amoris Laetitia).

Francisco es un Papa que ha actualizado e impulsado uno de los tesoros escondidos de la Doctrina Social de la Iglesia: el Magisterio Católico por la Paz, razón por la que algunas entidades católicas mundiales, como Pax Christi International, hace tiempo que le piden públicamente que escriba una nueva encíclica sobre la Noviolencia (que seguro que, además, tocaría temáticas como el perdón y la reconciliación), y sería la culminación de una trilogía que dejaría en su pontificado una estela de paz y bien completa, del todo fiel al más puro estilo de san Francisco de Asís.

Imagen extraída de: Pixabay

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Amarillo esperanza
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Doctor en Historia (con una tesis doctoral sobre el pacifismo), Máster en Historia Comparada y Licenciado en Historia Contemporánea. Es Postgraduado en Cultura de Paz (especializado en No-violencia), en Resolución de Conflictos (especializado en Reconciliación) y en Acompañamiento Espiritual (especializado en el duelo y la pérdida). Estudia Ciencias Religiosas en el ISCREB. Se dedica a la enseñanza en Jesuitas Sarrià y a la docencia e investigación en la Facultat de Humanidades de la Universitat Internacional de Catalunya. Sus campos de docencia, investigación o activismo son la cultura de paz, los movimientos sociales, la ética global, las relaciones internacionales, la historia y las religiones. www.xaviergari.com / www.culturadepau.org
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