Darío Mollá Llácer/Piso de Acogida Claver-ValenciaEl “estaba encarcelado y vinisteis a verme” de Mateo 25, con toda la fuerza que da a esta acción y a esta afirmación quien la dice (Jesús como juez de la historia) y el contexto en el que se dice (el juicio de las naciones), no permite banalizarla. El “vinisteis a verme” no alude o se reduce a una simple visita ocasional o cuasi-turística, sino que apunta a un auténtico encuentro humano, con toda su profundidad, entre quien está en la cárcel y la persona que le “visita”. Un encuentro complejo, nada fácil en ocasiones y transformador. Tiene diversos aspectos y en  este post nos referiremos a uno de ellos: la com-pasión. En otro momento nos fijaremos en otros.

“Visitar al que está en la cárcel” pasa por hacernos cargo, en la limitada manera que nos es posible, de la tremenda pasión de quien está en la cárcel, ayudando a que no la viva en solitario y aportando, muy humildemente, ese algo de luz, sosiego y esperanza que la solidaridad humana, cuando es auténtica, puede aportar. Este com-padecer tiene sobre nosotros un doble efecto: por una parte “cargamos” con un sufrimiento que podríamos ignorar o despreciar (es aquello de “la cárcel es un hotel de cinco estrellas”) y, por otra parte, contextúa, sitúa y pone en su punto nuestra propia pasión, tan exagerada tantas veces por ensimismamientos, victimismos y narcisismos personales y sociales.

¿De qué hablamos cuando hablamos de esa “pasión”?

Hablamos de la imposibilidad de tomar decisiones mínimamente autónomas sobre los aspectos más banales y cotidianos de tu propia vida, y de la ausencia plena de la menor intimidad.

Hablamos de pérdidas, muchas veces irrecuperables, de aspectos sustanciales del existir humano: pérdida de los vínculos familiares por alejamiento y/o por rechazo; del propio ambiente y las amistades de siempre; del entorno que te resultaba familiar y en el que se encuentra oxígeno para sobrevivir.

Hablamos de un futuro que se cierra para siempre, incluso cuando ya se ha cumplido la condena y se sale de la cárcel: la imposibilidad de encontrar trabajo por edad y/o por antecedentes, la imposibilidad no ya de una vivienda (imposible) sino de un alojamiento digno, la imposibilidad de rehacer una relación afectiva de pareja, la imposibilidad de encontrar los mínimos apoyos necesarios para no recaer.

Hablamos de la angustia de verse toda la vida, o no se sabe cuánto, en esta situación y de la lucha permanente y angustiosa entre la esperanza de sobrevivir o el impulso a la autodestrucción o el suicidio. La angustia entre el “ahora esto” y el “después ¿qué?”.

Pasiones a las que sólo nos cabe acercarnos desde el respeto, la humildad, la palabra imposible o el silencio, la oración y el deseo de una justicia que no destruya a las personas.

Y desde otras actitudes sobre las que reflexionaremos más adelante…

cárcel

Imagen extraída de: Pixabay

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Amarillo esperanza
Anuario 2023

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Jesuita, teólogo y especialista en espiritualidad ignaciana. Ha publicado en la colección EIDES: "Encontrar a Dios en la vida" (n º 9, marzo 1993), "Cristianos en la intemperie" (n º 47, octubre 2006), "Acompañar la tentación" (n º 50, noviembre 2007), "Horizontes de vida (Vivir a la ignaciana)" (n º 54, marzo 2009), “La espiritualidad ignaciana como ayuda ante la dificultad” (nº 67 septiembre 2012), “El ‘más’ ignaciano: tópicos, sospechas, deformaciones y verdad” (nº78, diciembre 2015) y “Pedro Arrupe, carisma de Ignacio: preguntas y respuestas” (nº 82, mayo 2017).
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