José EizaguirreSegún la FAO, “Hasta un tercio de todos los alimentos se estropea o se desperdicia antes de ser consumido por las personas. Es un exceso en una época en la que casi mil millones de personas pasan hambre, y representa una pérdida de mano de obra, agua, energía, tierra y otros insumos utilizados en la producción de esos alimentos”. Un exceso y un escándalo denunciados, entre otros, por el papa Francisco: «Sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre»» (LS 50).

La FAO se refiere al desperdicio de alimentos que se producen y no se consumen, en particular:

  1. Alimentos que se producen y no se comercializan por estar presuntamente defectuosos (por ejemplo, fruta o verdura con alguna imperfección).
  2. Alimentos que se comercializan, no llegan a venderse (por estar próxima su fecha de caducidad, por constituir restos de existencias o por otros motivos comerciales), y son tirados a la basura.
  3. Alimentos que se venden y, por una mala gestión doméstica o de hostelería, no llegan a consumirse.

Pero estas tres maneras de desperdiciar alimentos deben completarse con otras cuatro menos conocidas:

  1. La propia manera de producir los alimentos en algunos casos es muy derrochadora. Por ejemplo, hacen falta diez kilos de pienso para producir un kilo de carne de ternera “industrial” (la que procede de animales estabulados, alimentados con pienso y sacrificados según un calendario programado). Piensos elaborados con cereales (fundamentalmente maíz y trigo) y soja, que son alimentos aptos para el consumo humano. Y sabemos que hay más alimento en diez kilos de cereales y soja que en un kilo de ternera. Cultivar soja y cereales, utilizando agua, fertilizantes, pesticidas y maquinaria agrícola movida por gasóleo, para destinarlos no a consumo humano sino a la fabricación de carne, con la importante pérdida de nutrientes que ese proceso supone, no solo es una ofensa a las personas que pasan hambre sino también es una manera muy derrochadora de producir alimentos.
  2. A esto habría que añadir que muchos procesos industriales producen alimentos de mala calidad. Volviendo al ejemplo, cultivar cereales, con toda la “mano de obra, agua, energía, tierra y otros insumos utilizados” y luego refinarlos, quitándoles el salvado del grano, es una desgraciada manera de producir alimentos incompletos, que alimentan menos que si se mantuvieran en su integridad. Efectivamente, los cereales integrales contienen minerales y vitaminas que no aportan los cereales refinados. Tanto esfuerzo y recursos para producir ese tipo de alimentos deliberadamente empobrecidos es otra manera, triste y escandalosa, de desperdicio derrochador.
  3. Por otra parte, recordemos que no nos alimenta lo que comemos sino lo que nuestro cuerpo asimila. Por eso, todo lo que hagamos por aprovechar al máximo los nutrientes que ingerimos contribuirá a evitar desperdiciarlos. Y esto empezando por una buena masticación, pues la saliva aporta enzimas que favorecen la asimilación de los nutrientes en el resto del aparato digestivo. Comer despacio y masticando bien, posibilitando una buena digestión de los alimentos, no solo supone indudables beneficios para la propia salud sino que se reviste de una dimensión ética y solidaria. En un mundo en el que casi mil millones de personas pasan hambre, ingerir alimentos y no asimilar parte de sus nutrientes por una mala masticación, supone un desperdicio de nutrientes que tiene también su dimensión ética, pues “el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre”. Por eso, masticar bien es una cuestión de justicia.
  4. Y finalmente, algo que resulta obvio: comer de más es otra triste manera de desperdiciar alimentos. Una forma de dieta en la que de manera habitual (no me refiero a ocasiones o celebraciones puntuales) comemos más de lo que realmente necesitamos, con las complicaciones y riesgos para la salud que ello entraña, no solo es una falta de cuidado hacia nuestro propio cuerpo sino una falta de consideración hacia las personas que no pueden comer lo suficiente.

Ante estas siete maneras de desperdiciar alimentos, ¿qué podemos hacer? Lo primero, ser conscientes y ponernos en camino de conversión. Y, si es nuestro caso, convertir algunas pautas de pensamiento y comportamiento:

  1. Cambiar nuestra rigurosa mentalidad ante los alimentos “imperfectos”. La fruta y la verdura con imperfecciones es tan nutritiva (y a veces más sabrosa) que esa otra impecable de presentación, que parece salida de una fábrica más que de un huerto. Si podemos, apuntarnos a algún grupo de consumo que distribuya verdura y fruta de productores cercanos y ecológicos.
  2. Ser conscientes de la dimensión política del derroche alimentario. Los criterios de fechas de consumo preferente y fechas de caducidad, así como las normativas que obligan a tirar alimentos en buen estado responden a políticas concretas establecidas por programas políticos elegidos por los ciudadanos (en Francia se ha prohibido por ley desperdiciar la comida sobrante de los supermercados). Es interesante y motivador conocer las actividades de la organización Feeding ZGZ, que lleva años combatiendo con creatividad el desperdicio de alimentos.
  3. Ser cuidadosos en casa en la gestión de la comida, para no tener que tirar nada. Comprar lo justo, planificar, congelar, compartir… ¡Todo menos desperdiciar comida!
  4. Comer menos carne y, sobre todo, evitar la carne de producción industrial, sobre todo la de ternera. Comer carne una o dos veces a la semana es suficiente para una alimentación equilibrada.
  5. Renunciar a los alimentos que nutren poco o nada (por ejemplo, las bebidas gaseosas). En particular, evitar los cereales refinados (pan, pasta, arroz) e irnos cambiando a los cereales integrales.
  6. Comer despacio, masticando bien, disfrutando de lo que comemos, siendo conscientes y agradecidos. «Estamos hablando de una actitud del corazón, que vive todo con serena atención (…) Ese momento de la bendición, aunque sea muy breve, nos recuerda nuestra dependencia de Dios para la vida, fortalece nuestro sentido de gratitud por los dones de la creación, reconoce a aquellos que con su trabajo proporcionan estos bienes y refuerza la solidaridad con los más necesitados» (LS 226-227).
  7. Y si comemos despacio, masticando bien, disfrutando con el sabor de cada bocado y aprovechando al máximo sus nutrientes, nos daremos cuenta de que nos saciamos antes, comeremos lo que nuestro cuerpo necesita, dejaremos de sentirnos pesados después de las comidas y, tal vez, nos sentiremos personas más conscientes, agradecidas y solidarias.

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Imagen extraída de: Ecología en tus manos

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José Eizaguirre
Es autor de libros, artículos, conferencias y cursos sobre ecología, consumo, espiritualidad y estilos de vida alternativos. Autor del del cuaderno Al que tiene se le dará; al que no tiene se le quitará (Colección virtual CJ nº 3). Participa en la iniciativa “Biotropía. Estilos de vida en conversión” y en el grupo “Cristianismo y Ecología”. Vive con su mujer en Cañicosa, un pequeño pueblo de Segovia. Juntos animan un centro comunitario de ecología, espiritualidad y acogida con el nombre de Tierra Habitada.
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