Josep F. Mària. [Al cor del món/Pregaria.cat] Un sábado por la mañana, en mi habitación, estaba haciendo unos ejercicios de Tai Chi. Uno de los ejercicios consiste en un movimiento que se asemeja al de abrazar. Al darme cuenta de la similitud, me pasó por la mente la idea de que haciendo ese ejercicio podría procurar crecer en mi capacidad de acoger y ayudar a los demás. Pero también me vino a la mente la idea hinduista de que debemos renunciar a controlar las consecuencias de nuestros actos: «Sólo tienes derecho al acto, y no a sus frutos. Nunca consideres que eres la causa de los frutos de tu acción, ni caigas en la inacción» (Bhagavad Gita II, 47)
Entonces seguí haciendo los ejercicios centrado en los movimientos, procurando no distraerme.
De hecho, nuestra voluntad y nuestra inteligencia son limitadas a la hora de provocar o prever las conexiones entre actos y consecuencias. En efecto: el impacto de lo que hacemos depende de un grupo no totalmente controlable ni previsible de circunstancias sociales o de disposiciones interiores: nuestros o de las personas con las que interactuamos.
Por otra parte, aceptar el hecho de que no podamos controlar las consecuencias de nuestros actos nos podría llevar a «la inacción», tal como advierte el texto de Bhagavad Gita.
Tal vez de lo que se trata es de encontrar el camino del medio entre la inacción y el deseo de controlar los frutos de nuestra acción. Se trata de considerar previamente si la acción es adecuada o no, y luego sumergirnos en ella sin querer controlar sus frutos. Volviendo a aquel sábado por la mañana, resulta que estaba haciendo Tai Chi porque aquel era un tiempo semanal de práctica de la vida interior; y no un tiempo de oración bíblica sino de Tai-Chi. Es por eso que podía intentar centrarme en el presente, ofrecerme plenamente el presente, confiando en que mi acción sería fecunda sin yo saber cómo.
Hay que señalar que ofrecerse al presente da sentido a cualquier momento de la vida humana. Y por eso da sentido también a la vida de personas que «no tienen futuro», que tienen «el tiempo contado». Una ofrenda que hace más denso este presente. En efecto, en la novela Bajo la misma estrella, dos adolescentes con cáncer incurable (Hazel y Gus) viven una historia de amor poco convencional. Saben que su tiempo es limitado, pero se ofrecen con profundidad. Y lo explican con una imagen matemática: entre el número 0 y el número 1 hay infinitos números. Y así, en un momento de íntima comunicación, Hazel dice ante Gus: «Quisiera más números de los que es probable que yo viva, y Dios mío, quiero más números para Augustus Waters [Gus] que los que le han sido concedidos. Pero Gus, amor mío, no consigo decirte como te estoy agradecida por nuestro pequeño infinito. No lo cambiaría por nada del mundo. Me has regalado un para siempre dentro de un número finito, y por eso te doy las gracias».
Imagen extraída de: Pixabay
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