Xavier CasanovasUna de las realidades más paralizantes de esta estafa llamada crisis es la espada de Damocles que pende amenazando la cohesión de nuestra sociedad con la cifra actual del 26% de parados (56% entre la población joven de 18 a 25 años). Se trata de un claro síntoma que nos indica el cambio de época que vivimos y cuan grande está siendo la transformación del mundo tal y como lo conocíamos. Las causas han sido descritas muchas veces: los efectos de una globalización que conlleva una progresiva igualación de derechos laborales a la baja, la irrupción de las nuevas tecnologías e Internet en el mundo del trabajo, la incorporación de la mujer plenamente en el mundo laboral y un largo etcétera.

Lo que quisiera a continuación es apuntar tres ideas, que creo que nos pueden dar alguna luz en este debate de ir construyendo un nuevo marco y un nuevo discurso que nos permita vislumbrar qué futuro nos espera como trabajadores, o como parados.

1. ¿Pleno empleo? No a cualquier precio. Como decía recientemente Albert Recio, es necesario que nos metamos en la cabeza que la situación de hace 10 años no volverá. En una economía colapsada, con la imposibilidad de un crecimiento económico sostenido y la asfixia de la deuda, no podemos (ni deberíamos querer) volver al estadio anterior, cercano al pleno empleo. El objetivo del pleno empleo a cualquier precio nos convierte en ejército de reserva y nos lleva a claudicar en cuanto a derechos y condiciones laborales. Así nos acercamos a la realidad de la temida y a menudo idolatrada Alemania, donde el 25 % de los asalariados trabajan en los llamados minijobs, trabajos precarios en cuanto a salarios y condiciones laborales, que además no son contributivos, con los peligros que ello conlleva para el futuro de los servicios públicos y de las pensiones.

Como alternativa habrá que profundizar en propuestas que garanticen los mínimos para una vida digna, como la Renta Garantizada de Ciudadanía, y dar toda la cobertura legal posible sacando de la precariedad los trabajos relacionados con la economía de la atención y el cuidado (trabajadoras de hogar, cuidado de personas mayores, etc.)

2. Una tensión creciente: el binomio profesión-vocación. Si entendemos la vocación como la llamada que uno siente a vivir la vida con sentido, realizándose a través de sus actos y de acuerdo con unos valores, la profesión como vehículo para realizar esta vocación parece cada vez más lejos.

Por un lado, la economía del primer mundo está basada en el sector servicios (en España ésta representa el 71% del PIB). Las profesiones más artesanales, vinculadas a una tarea y a objetos concretos, han ido desapareciendo. El fin y el fruto de nuestro trabajo es cada vez más difuso.

En segundo lugar, han aparecido una serie de nuevas profesiones que requieren múltiples competencias: dominio de las tecnologías, capacidad de venta y persuasión, perfección en idiomas, etc., que junto con la presión por la eficiencia, desembocan en un perfil profesional multitarea fragmentador de la persona, terriblemente exigente y al alcance de muy pocos.

En este contexto, es necesario recuperar espacios fuera del ámbito laboral que posibiliten la realización de nuestra vocación vital. Pasar de la lógica productiva que alimenta, mediante nuestro esfuerzo y trabajo, la maquinaria de un sistema enfermo, a la lógica reproductiva que tiene en cuenta una pulsión vital fecunda, que debe ser capaz de encontrar los espacios para realizarse más allá del ámbito laboral.

3. La emprendeduría no es la solución. El discurso predominante está consiguiendo imponer paradigmas de éxito en los que no podemos depositar toda nuestra confianza. Se traslada al individuo la responsabilidad de la salida de la situación, que es colectiva. El “hazte emprendedor, el éxito sólo depende de ti” es un discurso culpabilizador que puede llegar a generar mucha frustración.

Es engañoso pedir a personas con pocos años de experiencia o recién salidos de los estudios y con poco recorrido profesional, que capitalicen su desempleo para invertir en propuestas innovadoras, o en lo primero que se les ocurra, cuando sabemos que gran parte de la innovación y la creación de nuevas empresas es intraempresarial o que la mitad de las empresas mueren a los 4 años de vida.

Como decía José M. Lozano hace poco en este blog: «Lo que de verdad está en juego es la pretensión de que el éxito sustituya a la justicia o al bien común como horizonte de la vida en sociedad».

El espíritu emprendedor es necesario para construir el futuro inédito del mundo del trabajo en la nueva sociedad emergente, pero no es la solución al problema del paro y a la precariedad. Es necesario que este espíritu se traslade al ámbito de lo colectivo o comunitario. Buscamos liderazgos compartidos para trabajar en luchas por objetivos comunes. Si no, nos veremos arrastrados por el suicida “sálvese quién pueda”.

Una reflexión de fondo

Recordemos que si a alguien hay que exigir responsabilidades últimas es al Estado. Como garante del bien común y corrector de aquellas ineficiencias que el mercado genera, es el responsable de encontrar una salida justa a la situación actual y de crear las condiciones que supongan una vida digna para el mayor número posible de personas.

Al final, pues, hay que entender que el trabajo no es un fin en sí mismo sino un medio para la realización de la persona y para garantizar condiciones de vida de máxima dignidad. Por lo tanto, la importancia no está tanto en el Derecho al Trabajo como en el Derecho a la Dignidad de la persona.

Preguntémonos todos (políticos, sindicatos, movimientos sociales, ciudadanía) qué instituciones y qué organización social necesitamos, no para que todos tengan trabajo a cualquier precio, sino para que todos puedan vivir dignamente. Cambiemos la pregunta y quizás obtendremos respuestas nuevas.

Imagen extraída de: Deconceptos

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Xavier Casanovas
Licenciado en matemáticas y master en filosofía. Profesor adjunto en la Cátedra de Ética y Pensamiento Cristiano del IQS-Universitat Ramon Llull. Ha sido director del centro de estudios Cristianisme i Justícia y es autor del cuaderno CJ Fiscalidad justa, una lucha global.
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3 Comentarios

  1. Está también la reflexión, pero es casi natural que la dignidad de la persona esté ligada a un trabajo que le permita garantizar unas condiciones de vida, no lujosa, pero si sencilla y digna, ?Cómo la puede conseguir un «parado» ?, cómo la consigue un joven o una joven, que no quiere ser máquina trabajando, si no que quiere ponerle sentido vocacional?

  2. El trabajo libera, y no es menos cierto que el trabajo digno realmente es el que libera, pero no el que hacían los presos en campos de concentración nazis («arbeit macht frei», olvidaron würdig : dignidad), ó el que se ejerce atualmente en condiciones de ínfima reputación humana (salarios bajos, condiciones de trabajos deplorables, acoso moral y mobbing, y otros muchos), cuyas manifestaciones son execrables, porque rallan con la dignidad del Ser Humano. Comento el hecho de aumentar la resiliencia necesaria, la esperanza, y buscar la rspuesta en el porqué de las cosas más que en el cómo, que adujera Nietzche, y aplicara Viktor Frankl en su razonamiento humanista. Es mi opinión, respetando cualquier otra.

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