Veus. José María Vera. [ABC] Hace 24 años me fui de voluntario cooperante a Perú a trabajar con comunidades campesinas, desde un centro de los jesuitas en una zona andina. En esa época las empresas españolas apenas habían iniciado el desembarco que se produjo años después. Unos cuantos turistas españoles aparecían por la zona animados por la magia de Machu Pichu. Los flujos migratorios en ambos sentidos eran irrelevantes y la política exterior española hacia la región, estaba centrada en la organización del V Centenario atendiendo a las sensibilidades del caso.

No puedo olvidar el día de Fiestas Patrias en la plaza de Andahuaylillas, el pueblo en el que trabajaba, con el alcalde recordando apasionado la lucha independentista contra los viles españoles. Tras la fiesta oficial, en lugar de ser linchado como llegué a esperar en algún momento, fui invitado a la casa del alcalde junto con el párroco, más acostumbrado que yo a esta aparente contradicción, resuelta por el hondo agradecimiento de la gente al trabajo de desarrollo rural que apoyábamos.

La Cooperación Española ya había llegado a ese rincón del Perú. Lo primero que conocieron de España aquellos campesinos fue el compromiso de unos jesuitas, de algunos voluntariosos cooperantes y de organizaciones como Intermón Oxfam que apoyaban sus esfuerzos con los primeros recursos privados y públicos de Cooperación.

Lo mismo ha ocurrido y ocurre en miles de lugares, en decenas de países. Lo primero que llega, lo que más conocen, lo que refleja mejor la imagen de España es la Cooperación. La acción humanitaria, desplegada en los últimos años, el trabajo silencioso con las comunidades y grupos vulnerables de las ONGD, con personal español y local trabajando codo con codo, en situaciones extremas, cerca de los que más sufren. La participación en iniciativas que abordan retos cruciales para la humanidad como la malaria o la educación básica de niñas, el fortalecimiento de instituciones en América Latina a partir de experiencias exitosas en España y tantas otras acciones.

Sin embargo el recorte brutal en los fondos de Cooperación, más de un 70% en tres años, y una mirada corta hacia la llamada “Marca España”, conforman un escenario de laminación de ese valor y seña de identidad de larga trayectoria e incuestionable actualidad.

La crisis en España no puede ser la coartada para destrozar 30 años de Cooperación. Conviene recordar que a pesar de las caídas recientes del PIB, la renta per cápita en España es ahora casi el doble que a inicios de los 90 cuando las crisis de los Grandes Lagos y las movilizaciones por el 0,7 en cada plaza pública impulsaron el apoyo a la Cooperación. Un apoyo público que se mantiene en el 70% de la población.

Hay varias razones que justifican un peso determinante de la Cooperación al Desarrollo y la Acción Humanitaria en el concepto de “Marca España”. Las primeras son éticas, de principios. Es difícil concebir una Marca España cuyos únicos valores y atributos sean la calidad o la competitividad, el atractivo turístico y cultural y las facilidades inversoras. Además de pobre resultaría injusto con todas las personas y organizaciones que en situaciones duras, se mueven por valores de solidaridad, justicia y compromiso con los que más sufren.

España cuenta hoy con los recursos humanos e institucionales para responder con eficacia a crisis humanitarias extremas, salvando miles de vidas, para participar en procesos de desarrollo en zonas rurales empobrecidas y suburbios de ciudades y para contribuir en la arena global donde se discuten y encauzan los principales retos de la humanidad.

¿O es que no queremos participar en ellos? Quiero pensar que nuestro país no pretende aislarse y dejar de contribuir a desafíos que son de todos y que, además, se entrelazan con la crisis económica y con las políticas para responder a la misma. Más justicia en las migraciones, la lucha contra el cambio climático y sus efectos sobre las comunidades vulnerables, contra enfermedades prevenibles que aún desgarran a la humanidad, el control sobre la especulación financiera desbocada y la evasión fiscal que drena billones de euros de los presupuestos públicos, los conflictos y sus consecuencias sobre la población civil, son algunos de ellos.

Las relaciones con otros países, especialmente con aquéllos en desarrollo, no pueden enfocarse exclusivamente desde lo económico y comercial, considerando el mundo solo como un mercado y poniendo la política exterior al servicio exclusivo de intereses inversores y comerciales. No dudo que las relaciones económicas son importantes, siempre y más en este tiempo. Sin embargo, incluso con esas miras estrechas, el éxito exterior en la economía no vendrá dado por una estrategia de orejeras que desprecie todo lo demás.

Una presencia relevante en el exterior, una relación estrecha, consistente, abierta y provechosa con otros países, vendrá dada por una estrategia más completa y compleja, que incluya la política, el abordaje de desafíos comunes, globales, y regionales, y una cooperación sustancial que tenga como objetivo rector la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Muchos países con los que nos relacionamos no entenderían otra cosa.

Algunos dirán que ahora toca atender la pobreza y la exclusión creciente que hay en España. Por supuesto, pero no es incompatible. Les puedo asegurar a quienes piensen así, que no duden, que somos quienes hemos visto el sufrimiento que supone la pobreza extrema y luchado contra sus efectos y sus causas, los más sensibles a la pobreza creciente en nuestro país. Para el sufrimiento humano no puede haber fronteras, como dijo recientemente el Ministro García Margallo, “son más de 850 millones de compatriotas los que sufren hoy hambre en el mundo”. Actuemos en consecuencia.

Imagen extraída de: Garapen Lankidetzaren Euskal Agentzia

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