Jesús RenauDurante aquella terrible primera guerra mundial (1914-1918) en la que murieron millones de jóvenes, muchas veces en situaciones de extremo sufrimiento, hubo reservistas de todos los bandos que se intoxicaron voluntariamente de enfermedades graves para no haber de ir al frente. Preferían el riesgo de la tuberculosis, del tifus e incluso de graves enfermedades contagiosas que ir a morir en las trincheras o en los ataques a bayoneta calada.

Todos sabemos que el juego de las ruletas y otros instrumentos similares, que se practican en los casinos, además de crear adicciones enfermizas y de ir acompañados de otros ambientes de vicio, representan un gran negocio para los dueños y capitalistas de estos centros. Nada que ver, por cierto, con la economía productiva tan urgente y necesaria para nuestra sociedad.

Cuando se pregunta cómo es posible que hoy se den tantas facilidades a este tipo de negocios, la respuesta es que se quieren crear puestos de trabajo y dinamizar la economía. Para evitar el dolor de la crisis se toleran otros males colaterales, como los soldados que para evitar ir al frente enfermaban colateralmente. Hay quien considera que vale la pena esta enfermedad social para crear riqueza y crear unos puestos de trabajo. Incluso se quieren rebajar los impuestos de estos centros de juego, muchos quizás de dudosa vida, para facilitar su instalación.

Desde el punto de vista de los principios se recuerda el gran mito de la libertad: «Va al casino quien quiere ir, somos una sociedad libre». ¿Pero qué libertad es esta, por favor? ¿La del gran capital multinacional que pone condiciones al mismo gobierno democrático? ¿Quizás la libertad de los enfermos del juego? ¿La libertad y los derechos sociales de los trabajadores de estos casinos? ¿La libertad del pueblo catalán que tiene el derecho a ser consultado con temas de trascendencia como los cambios en leyes sociales, reglamentos sobre el uso del tabaco, derechos y horarios laborales, posible llegada, o mayor arraigo, de grupos posiblemente mafiosos, etc. para que se invierta un capital que no tiene otra razón de ser que ganar y ganar más y lo más rápido posible?

¡No al Barcelona World! No a la modificación, por proximidad geográfica, del Port Aventura donde no podremos llevar a nuestros hijos, nuestros alumnos y nuestros jóvenes. El Barcelona World está cerca de Port Aventura. Esta es la Cataluña que no queremos, que rechazamos con contundencia porque antepone el negocio especulativo y financiero al bien común de la gente que es lo más importante de un país.

Hay que cerrar el paso a este tipo de negocios. No nos interesa esta enfermedad. Nos interesa la industria, la sanidad, la universidad, la vivienda, la comida para todos, el derecho a una enseñanza digna y de calidad, el rigor en la forma de actuar, el turismo, la ciencia, el deporte, la moral, la acogida de los inmigrantes, etc. pero no a costa de un engaño como el que ahora nos quieren hacer aceptar con la excusa de una crisis que no ha creado el pueblo sino la gran economía financiera especulativa.

Imagen extraída de: El Periódico Extremadura

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Amarillo esperanza
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Jesuita. Profesor de Teología Espiritual en el ISCREB. Director Espiritual del seminario interdiocesano. Miembro de Cristianisme i Justícia y del equipo de pastoral del Casal Loiola de Barcelona. Autor de artículos y publicaciones sobre la dimensión social de la espiritualidad y temas educativos.
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