Manfred NolteEl hombre es un espécimen contradictorio. Su naturaleza paradójica le hace apto para las felonías más abyectas  y el heroísmo más conmovedor, capaz de lo mejor y de lo peor según las circunstancias, estímulos y oportunidades.

La corrupción saca a relucir la sombra humana. Aquellos que delinquiendo desprecian el principio de que todos los ciudadanos están obligados por igual al cumplimiento de la ley, socavan los fundamentos del sistema democrático, conduciendo, si la magnitud del desmán es suficiente en cantidad y duración, a la quiebra del mismo. Así ocurre en determinados regímenes dictatoriales, donde el depravado comportamiento de unos pocos conduce a la arbitrariedad, el hambre, el conflicto bélico y la muerte.España ocupa el puesto 30 en el ranking mundial de percepción de corrupción según la última encuesta de ‘Transparencia internacional’, en la que solo un tercio de los 176 países analizados obtiene el aprobado, lo que obliga, lamentablemente, a catalogar la enfermedad como pandemia.

A decir verdad, no necesitábamos recordatorios estadísticos para sentir entre nosotros la presencia de lo evidente. Los últimos tiempos han sido especialmente prolijos en escándalos de corrupción que han despertado la indignación de la ciudadanía ante el descaro inconfesado de un puñado de miserables.

¿Qué hacer para combatir el engaño de unos y el desánimo de otros? Porque no cabe esperar que la notoriedad de las desvergüenzas conocidas favorezca  espontáneamente la regeneración del sistema.

Es evidente que la solución discurre por la actuación redoblada y sin titubeos de la fiscalía y los tribunales. Pero siendo esto absolutamente necesario resultará claramente insuficiente si no se introducen elementos de reforma que dificulten el recurso al delito hasta hacerlo casi imposible. Perseguir sí, pero diseñando elementos de prevención que eviten la oportunidad, hoy aún tan evidente y generalizada. No me alargaré en la necesidad de una nueva normativa que afronte el hecho de la imposible financiación de los partidos políticos por medios exclusivamente legales. Cualquier párvulo está al corriente del sistema de dádivas, mordidas y comisiones inescrutables a cambio de favores políticos otorgados a todo tipo de proveedor. Debe darse un vuelco a la autorregulación y compadreo del marco vigente que ponga coto a estos desmanes que amenazan con convertirse en rutinarios y normales.

Pero muy por encima de todo lo anterior, se impone la mención a un entramado maldito, que cobija un abrumador porcentaje de escándalos de corrupción, dentro y fuera de nuestras fronteras, en los países centrales y desarrollados y también en las repúblicas del sur. Me refiero a las jurisdicciones secretas comúnmente conocidas como ‘Paraísos fiscales’.

Los paraísos fiscales constituyen hoy la vergüenza institucional más clamorosa permitida y alentada por las potencias democráticas del Planeta. No cabe encontrar otro ejemplo de tan nefastas consecuencias para la salvaguarda moral y económica del sistema de mercado como el de estas jurisdicciones opacas, no colaboradoras y simiente de todo tipo de negocios, turbios todos y objetivamente irregulares los más, desde la mera evasión fiscal al encubrimiento y blanqueo del dinero procedente del tráfico de armas, la trata de blancas, el narcotráfico o el terrorismo, sin mencionar el fraude legal acometido por las empresas multinacionales al deslocalizar de sus centros naturales de facturación sus cifra relativas de beneficios.

El Banco Mundial estima que los flujos financieros ilícitos transfronterizos suman entre 1 y 1,6 billones de dólares al año. Según ‘Oxfam Internacional’, alrededor de 32 billones de dólares es el monto de los saldos remansados en paraísos fiscales, lo que implica que el equivalente al 40% del PIB mundial escapa a la recaudación de los Estados, impacto en cuota que ‘Tax Justice Network’ valora, de forma conservadora, en 250.000 millones de dólares anuales.

Estas sumas impresionantes se propician y alientan desde un elemento común: la clandestinidad y la ocultación. Las jurisdicciones secretas han hecho justamente de esos atributos el objeto fundamental de su negocio, hasta crear una industria global en la que bancos, abogados y asesores contables han tejido un entramado orientado en primera instancia a la evasión fiscal, aunque sus consecuencias son mucho más devastadoras. En efecto, a través del llamado negocio fiduciario o ‘fideicomiso’, cualquier persona física o jurídica obtiene en estos enclaves singulares la posibilidad de trasladar ficticiamente su titularidad y la de sus activos a una tercera persona, que disfrazará en el futuro la identidad de quien en última instancia es el titular de los negocios emprendidos. Bajo esta tapadera, el crimen organizado campea a sus anchas en el blanqueo de todo tipo de fondos. La baja o nula fiscalidad resulta a la postre ser tan solo un mal menor.

También tras la mayoría de casos de corrupción destapados en nuestro país, se esconde la trama de un paraíso fiscal. Pues bien, ha llegado la hora de desenmascarar a estos cooperadores necesarios del gran delito global. Solo hace falta voluntad política.

Imagen extraída de: Qué.es

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1 COMENTARIO

  1. Perdonemos cristianamente a los políticos corruptos y demás trincones de mal vivir, una vez devuelto el fruto de sus rapiñas y cumplida la pena de privación de libertad, que no será muy grande, impuesta por los Tribunales de Injusticia a su servicio, que equivocarse es humano. Démosles la oportunidad de redimirse mediante la reallización de trabajos minijobs a perpetuidad, una vez declarado su arrepentimiento.

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