Tres anuncios en las afueras

Es una película de cine dramático, misterio y comedia negra, que gira en torno a la historia de Mildred Hayes, una madre que tras haber pasado más de cinco meses de la muerte de su hija y no haber encontrado al culpable, alquila tres vallas de anuncios para llamar la atención sobre el crimen sin resolver del que su hija fue víctima.

Director: Martin McDonagh

Fecha: 2017

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Hace unos meses, en el marco del Ciclo de cine Ignasi Salvat de Cristianisme i Justícia tuvimos la oportunidad de ver la película Tres anuncios en las afueras, de Martin McDonagh. En la película, Mildred Hayes es una mujer divorciada cuya hija ha sido brutalmente violada y asesinada. Como la policía del pueblo no encuentra al culpable, Mildred decide hacer justicia por su cuenta y emprender una serie de acciones que desembocarán en una escala de violencia sin freno.

Pasado un tiempo de la visualización del film, resulta interesante reflexionar sobre cómo de relevantes son algunos de sus mensajes en nuestro día a día. Especialmente con respecto al concepto de víctima y el de violencia.

Los grandes protagonistas de esta historia son víctimas de situaciones miserables y el factor determinante es que ninguno de ellos es capaz de ver más allá de su miseria. Todos ellos actúan desde la ceguera propia de aquel que cree que tiene un agravio y se le debe restituir. Es interesante ver cómo, en este rol de víctimas, nadie tiene derecho a exigirles nada, al contrario, todos los personajes piden que el entorno les haga justicia a ellos, más allá de la realidad del otro.

¿Y cómo se hace justicia? Con la violencia. Con una violencia sin freno, lo que llaman mindless amenace of violence o lo que es lo mismo: ojo por ojo, diente por diente. Toda la película es un compendio de agravios que, con un ritmo agotador, se van sucediendo sin cesar. Pero lo más interesante es el papel que juega justamente esta violencia: convertir las víctimas en victimarios (verdugos).

Es curioso que durante toda la película el director nos refuerza la legitimidad de las causas de sus personajes para sentirse víctimas de la realidad, pero a la vez remarca una y otra vez la insensatez de la violencia como medio para restituirse. Hay un elemento muy relevante a este respecto: la película está llena de pequeños momentos de misericordia, momentos en los que los personajes son capaces de salir de sí mismos, abandonar este papel de víctima justiciera y compadecerse del otro.

Pero, ¿para qué puede ser relevante, en términos de nuestra cotidianidad, la reflexión del director? La mayoría de nosotros no vivimos situaciones tan extremas, pero el mensaje de fondo sigue siendo tremendamente actual: todos hemos sufrido situaciones de dolor, hemos estado en situaciones conflictivas y hemos sido víctimas de las actuaciones de nuestro entorno. La pregunta clave es: desde este dolor o agravio, ¿qué rol adquirimos? ¿Adquirimos ese rol de víctima, que sentada en su trono de sufrimiento, exige, sean cuales sean las condiciones del otro, la restitución de su verdad? ¿Nos volvemos justicieros? ¿Esto nos da derecho a aquejar al otro? ¿Nos volvemos victimarios?

Esta reflexión no viene a contradecir que como víctimas de cualquier situación injusta no tengamos derecho a restituirnos. En absoluto. La reflexión interesante pasa más bien por darnos cuenta de cómo nos comportamos en estas situaciones y qué tan fácil nos es ponernos en el rol de ofendido/agredido/indignado… En la versión más light, Twitter es veces una gran red de gente ofendida que se dedica a atacar e insultar en pro de su propia y única verdad. Pero no hay que ir a Twitter para encontrarse grupos de personas que se sienten maltratados y se erigen como justicieros afligiendo a los demás o humillándoles.

La pregunta de fondo es: ¿realmente esto restituye? Primero, porque si asumimos con cierta alegría el rol de víctima ofendida, entonces, los que tienen agravios reales se pierden en un mar de reivindicaciones sin sentido. Cada vez es más difícil encontrar aquellas causas o personas que sí merecen nuestro interés.

Y por otro lado, porque, aunque todos tenemos derecho a transitar un duelo después de una situación de miseria, quedarnos cegados en este dolor u ofensa, hacernos fuertes en esta situación y convertirnos en justicieros agresivos, seguramente no acabará por restituirnos el daño causado.

Por tanto, en la batalla continua que nos propone McDonagh, la misericordia, la compasión y la empatía son mucho más motor de restitución de lo que nunca lo será cualquier tipo de violencia o agresión, porque tal y como él lo relata, la violencia, por muy legítima que pueda parecer, sólo engendra más violencia. Y el odio, la ira y la culpa no serán nunca restituidos, si no es con el amor.

Imagen extraída de: El Periódico

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