Hacerse sacerdote puede ser hoy más “contracultural” que manifestarse públicamente como homosexual. Así es como, en tono cómico, empieza la ópera prima de Edoardo Falcone. Después de haber trabajado como guionista con cierto reconocimiento en Italia, se estrena con esta película agradable de ver.
Los primeros minutos son trepidantes, de escenas cortas, con música dinámica que solo enmudece para dejar paso a los “gags”. Se nos describe con humor a un padre cardiólogo, déspota con las enfermeras, liberal y ateo que vive con orgullo que su hijo siga sus pasos en la universidad. El hijo manifiesta su interés de reunir a la familia para comunicarles algo muy importante. Ellos, que le han visto salir a menudo de noche con un amigo, intentan prepararse anímicamente para acoger lo que creen que les va a decir: que es gay. Y sin embargo les dice que quiere hacerse sacerdote.
La foto fija de la cámara que retrata las caras de la familia, sirvienta incluida, es de lo más cómico de la película. El tráiler lo ha querido recoger. La noticia es mucho peor de lo que pensaban: ¡Quiere ser sacerdote!
El inicio de la película plantea el proceso de la progresiva “extranjeridad” de los sacerdotes en contraste con la normalización y aceptación de las diversas inclinaciones sexuales de los individuos. Tommaso, el padre, habría preferido tener un hijo gay con el que al menos podría mantener el orgullo de tener un brillante hijo médico.
Esta reacción de rechazo, desde parámetros de la antigua sociedad de “cristiandad” puede vivirse como fracaso y como pérdida de relevancia pública pero desde el punto de vista del Evangelio es una verdadera oportunidad. La aceptación pública y el éxito numérico de las vocaciones puede ser un criterio que indique que el discurso y vida eclesiales coinciden con las esperanzas y anhelos de la sociedad pero no son nunca, sin más, un criterio evangélico. San Marcos, siempre que utiliza la palabra “muchedumbre”, aunque sea de los interesados por oír a Jesús, siempre tiene un sentido negativo. La “muchedumbre” que se agolpa en la puerta de una casa impide a un paralítico transportado en camilla acercarse a él. En la cruz, cuando está completamente solo, queda revelada su verdadera identidad.
Sin duda, la Iglesia puede ser perseguida por seguir al Cristo crucificado pero también por escándalos e incluso delitos cometidos por algunos de sus miembros. Algo de esto segundo parece alegar el padre ateo para oponerse a la decisión de su hijo, además de una visión cientista de la existencia que relega la religión a la Edad Media. Sin embargo, algo de lo primero empieza a despuntar: los valores de Tommaso de eficacismo y superioridad van a entrar en crisis cuando descubra la sinceridad del sacerdote que ha fascinado a su hijo. De hecho va a descubrir que su familia es un desastre, porque ha ninguneado a su mujer y ha despreciado tanto a su hija como a su yerno por su escasa brillantez.
Al tratarse de una comedia , el padre es presentado de manera caricaturesca, y la vocación del hijo no se trata con profundidad. Tampoco es creíble que el sacerdote entre en el seminario a los pocos días de su conversión: la Iglesia debe (o debería) analizar concienzudamente a los que expresan su vocación si quiere evitar no solo escándalos futuros sino también poner a prueba a muchos pobres parroquianos que ven al sacerdote de su parroquia como a un “extraterrestre” caído de no se sabe qué planeta.
La relación entre el padre ateo y el sacerdote hace un guiño a la famosa relación entre “don Cammillo y don Peppone”. En Si Dios quiere simboliza la necesaria complementariedad de la ciencia y de la fe, del cuerpo y del alma, de lo material y lo espiritual. Tommaso, que representa lo primero, lleva una vida inerte y crea muerte a su alrededor (aunque salve vidas en el hospital). El descubrimiento de lo segundo, sin hacer necesariamente ninguna profesión de fe explícita, humaniza profundamente a la persona; y humanizado queda vivificado, y quedando vivificado, irradia vida a su alrededor. Es la experiencia de Tommaso pero también del sacerdote, por su trayectoria de vida y por la iglesia que está restaurando como símbolo.
Esta vida renovada –toda vida en realidad, según el mensaje de la película-, está en manos de Dios. Tal es el simbolismo de la caída del fruto de un árbol frente al que ateo y sacerdote reflexionan sobre sus soledades respectivas. No cae simplemente, según dice, “por la fuerza de la gravedad” sino «si Dios quiere», y llega en el momento menos pensado, como el ladrón en la noche. De ahí que sea preciso poner en relación la escena frente al fruto, una cita del Nuevo Testamento que pronuncia el sacerdote frente al ateo en su iglesia, y un acontecimiento final sorpresivo que hace saltar al espectador de su asiento.
Imagen extraída de: El vuelo del Yobirou