[Este artículo se corresponde con el prólogo escrito por el jesuita Cristóbal Jiménez del libro Acompañados por Bach de Pepe Gallardo Alberni].
Nacieron en siglos y lugares muy diferentes. Pertenecieron a épocas históricas muy distintas. Es más, ni siquiera compartieron la fe en la misma Iglesia. Uno es Ignacio de Loyola, español, fundador de la Compañía de Jesús. Fue el gran defensor de la fe católica en tiempos de la Reforma. Nació en 1491 y murió en 1556, tiempos en los que Lutero clavaba sus tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg. Un hombre del Renacimiento. El otro, Johann Sebastian Bach, alemán, compositor, organista, clavecinista, violinista…, máximo exponente del Barroco. Nació en 1685 y murió en 1750. Perteneciente a la Iglesia luterana, puso vida y música a muchos textos de Lutero, el hombre cuyos pensamientos batallaron, en términos religiosos, los jesuitas. A estos dos personajes, por tanto —Ignacio de Loyola y Johann Sebastian Bach—, les separan doscientos años de historia con sus respectivos contextos sociales, políticos y religiosos. Ponerlos a ambos en común puede parecer una osadía o una tarea estéril, pero este libro se arriesga en esta aventura de una manera profunda y muy original.
A pesar de las diferencias, tienen muchos puntos en común. Por ejemplo, la música. Lo de Bach es evidente, pero también Ignacio de Loyola era un amante de la música. Se sabe que tocaba la vihuela, instrumento musical parecido a la guitarra y que aprendió a tocar durante su formación como cortesano en Arévalo. Él mismo cuenta además cómo la belleza de la música le ayudó a encontrar a Dios y que frecuentaba algunos monasterios para escuchar el canto de vísperas. Además de la música, a Ignacio de Loyola y a Bach les une una profunda experiencia de Dios plasmada de forma diferente, pero que el autor de este libro ha unido de manera asombrosa.
Ignacio de Loyola dirá que los Ejercicios Espirituales son «todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y entender», es decir, lo mejor que él podía ofrecer a la Iglesia y al mundo. Comenzó a escribirlos en Manresa, como fruto de una profunda experiencia interior, y tardó más de veinte años en redactarlos de manera definitiva. Los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola son una ayuda para encontrarse con Dios y, desde ahí, orientar la propia vida. Un encuentro para sentir y gustar internamente, pero también para fortalecer el compromiso personal. Son experiencia vital y también un método, una pedagogía, para sentir y gustar internamente de las cosas. Requieren silencio interior y también impulsan a salir fuera de uno mismo para amar y servir. El autor del libro los conoce bien y va reflejando las ideas más hondas que Ignacio va plasmando en esta experiencia, que él mismo dividió en cuatro partes o «semanas»: la del pecado y la misericordia, la del seguimiento del Señor, la de su muerte y, finalmente, la de su Resurrección.
Dicen que para comprender la grandeza de Bach se requiere madurez. Sus contemporáneos lo admiraron, pero no adivinaron toda su valía. Su gran testamento musical, El arte de la fuga, tuvo una fría acogida y el editor vendió las planchas al peso. La monumental Pasión según san Mateo empezó a ser debidamente valorada un siglo después de su estreno, cuando Mendelssohn consiguió ofrecer una versión digna de ella. Un compañero y amigo jesuita, organista y músico, me dijo una vez que «todo lo que se escribió para órgano después de Bach es pura Spielerei, puro tocar por tocar». Hoy nadie duda de la maestría de Bach. Su música la escuchamos, gustará o no, pero no es habitual que nos centremos en la letra, en el contenido, en su mensaje de fondo. A través de este libro se descubre la hondura de un genio para el que la vida del ser humano se hace plena en la esfera de lo sobrenatural. De manera parecida, invitándonos a vivir desde y para Dios, comienza Ignacio de Loyola su libro de ejercicios.
Sobre los ejercicios de san Ignacio se han escrito en los últimos quinientos años de historia cientos de libros, algunos muy valiosos. Y sobre la música del maestro alemán, todavía más volúmenes. Este libro que presentamos no es uno más, añadido a otros muchos.
Tiene la originalidad de unir espiritualidad ignaciana y música, de poner alma sonora a una parte de la experiencia ignaciana y de darnos también a conocer la hondura espiritual y mística de Bach. Este libro, podríamos decir, es un tres en uno. Es un libro para leer, para escuchar y para orar. Tiene además el mérito de estar escrito por una persona que dice no ser experta en música ni en espiritualidad ignaciana. Se define como un mero aficionado, pero estas páginas reflejan una doble sabiduría, la de quien se maneja perfectamente en la mística ignaciana y posee, además, bastantes más conocimientos musicales de los que el mismo autor cree tener.
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