Podría discutirse si la película de Bong Joon-ho es la justa merecedora del Oscar a la mejor película de 2020, pero no cabe ninguna duda de que es la que posee el guion más original. De ahí su otro Oscar al mejor guion.
Desde aquí relacionamos a Corea del Sur con su desarrollo industrial y su innovación tecnológica pero muy poco con su producción cultural. Conocemos muy bien las grandes marcas de coches Kia o Hyundai y las tecnológicas Samsung y el grupo LG, pero nada del cine coreano. Y, sin embargo, está viviendo una época dorada, con la ayuda de una legislación que impone una cuota de pantalla a la producción nacional que supera el 50%.
Parásitos es una reflexión y una crítica brutal a la separación de clases económicas. La creciente desigualdad del país producida por el nuevo capitalismo se mezcla con elementos de clasismo autóctonos. Pero la originalidad estriba en su guion, que somete al espectador a una sorpresa tras otra, y le mantiene en constante tensión. Lo hace, además con una mezcla de géneros: comedia, thriller y humor negro. De esta manera, el director propone un cine de contenido social completamente diferente al que Ken Loach nos tiene acostumbrados con I, Daniel Blake o con Sorry We Missed You.
La película comienza en un suburbio coreano, con una familia que vive prácticamente bajo tierra frente a la que hasta los borrachos se acercan para orinar. Es literalmente una de las cloacas de la ciudad, de donde salen, a modo de parásitos, los diversos miembros de una familia para sobrevivir. Desde el principio esta condición queda patente cuando uno de los hijos piratea la señal de internet del vecino.
Como si fuesen cucarachas salen de su escondite para nutrirse de una de las familias acomodadas de la ciudad. Para ello, no dudarán en falsificar documentos e idear mil argucias para irse apoderando de la casa adinerada. Las astucias que al principio hacen reír al espectador van revelando su crudeza y su crueldad hacia otras personas de su misma clase social. El director impide con este guion que el espectador vuelque su compasión hacia esta familia que vive en condiciones de extrema miseria, a la vez que critica la gran desigualdad social. Uno de los temas que aparece en diversos momentos es el “olor a pobreza” que desprenden todos los que viven en los suburbios. Es de las cosas más insoportables para la clase adinerada. Este olor que es tratado con un spray como si fuese una desinfección nos da la idea de la lucha de los ricos por fumigar a la clase empobrecida que actúa para ellos como plaga. El desprecio hacia estos hombres llega a su zénit en una escena en la que los ricos son incapaces de actuar contra un agresor a causa de su olor.
Pero el director quiere decirnos mucho más que el hecho de que los pobres sean como parásitos de los ricos. En efecto, aquellos intentan vivir gracias a estos a partir de lo mucho que les sobra, pero los pobres no son los únicos parásitos.
La familia bienestante de la película es ridiculizada al extremo. Más allá del humor con el que se describe su ingenuidad, el director quiere decirnos que los ricos no serían nadie sin los pobres. En un giro que nos recuerda la “dialéctica del amo y el esclavo” de la Fenomenología del espíritu de Hegel, el rico acaba siendo dependiente del pobre (o el amo del esclavo) en la medida en que, al delegar todas las tareas prácticas a este, acaba dependiendo de él para su subsistencia. El amo, en Hegel, acaba siendo un inútil porque acaba sin saber hacer nada.
¿Consiguen los pobres hacerse con la casa de los ricos? Animo al lector a ver la película. En cualquier caso, el director nos devuelve una y otra vez a la difícil solución de una injusticia estructural.
Imagen extraída de El País