Yo, Daniel Blake.

Por primera vez en su vida, víctima de problemas cardiacos, Daniel Blake, carpintero inglés de 59 años, se ve obligado a acudir a la asistencia social. Sin embargo, a pesar de que el médico le ha prohibido trabajar, la administración le obliga a buscar un empleo si no desea recibir una sanción. En la oficina de empleo, Daniel se cruza con Katie, una madre soltera con dos niños. Prisioneros de la maraña administrativa actual de Gran Bretaña, Daniel y Katie intentarán ayudarse mutuamente. (FILMAFFINITY)

Director: Ken Loach

Fecha: 2016

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Las grandes obras de arte son invitaciones al silencio, al recogimiento, a dejar que la mirada del artista te traspase. Son oraciones laicas, humanistas, gimnástica espiritual, artefactos que añaden lo real a la realidad y que nos musculan emocionalmente para hacer cuerpo con las cosas y las personas y así entenderlas mejor. Silencios que alimentan lo mejor que tenemos y que si son morada, nos ayudan a superarnos un poco. Y digo esto porque en silencio y llorosos salimos mi mujer y yo de la proyección de la película de Loach. Leo en The Guardian que no fuimos los únicos. Hamlet, ese príncipe mimado y postmoderno de Shakespeare, que renuncia a la acción se maldice porque un actor es capaz de llorarle a Hécuba en una ficción y él calla ante la injusticia (“canalla insensible, me voy hundiendo en el fango, un soñador iluminado, preñado de indiferencia, que nada puede decir… Nada…”) [1]

Nos os quiero desvelar lo que ocurre en la película. Este escrito es una invitación a los políticos para que la vean. Sí deciros que Loach nos hace llorar ante cualidades humanas que no cotizan en el mercado, las de su protagonista artesano de la madera: la integridad, la compasión, el humor, la práctica del cuidado… En una Europa donde la pobreza se está convirtiendo en sistémica, estamos asistiendo a la demolición de las almas decentes, apaleadas en un laberinto burocrático construido para evitar cualquier liberación humana posible.

La externalización de los servicios básicos es un fingimiento, un teatro que tiene que ver con los deseos del libre mercado asesino. Blake intenta desenmascararla a base de humor, esa “señal de trascendencia” [2] que nos deja ver el sinsentido que vive. La escena del cursillo sobre cómo redactar un curriculum vitae es un ejemplo.

Chomsky explica bien que la Seguridad Social “está fundada en un sentimiento humano que hay que sacar de la cabeza de la gente, a saber, el sentimiento de preocupación por los demás”[3]. Igual que Hamlet, Daniel Blake comprende que vive en un mundo desencajado, paranoico, kafkiano. Pero el insolidario y solitario Hamlet inhibe sus deseos para no volverse loco y deja esta tarea a Ofelia, mientras que Blake carga y se encarga de la realidad con su débil corazón y es una mujer quien nos recuerda al final de la película que las respuestas a la indecencia del Estado y sus apáticos ciudadanos serán comunitarias o no serán.

¿Es demasiado didáctico Loach? ¿O a los europeos nos va bien chapotear en el lodazal de la ignorancia? ¿Son agua salada de un día nuestras lágrimas? Las mías surgieron no del conocimiento, ni de mi capacidad analítica, sino de lo impensable, en concreto, de la escena de la protagonista Katie en el banco de alimentos. ¿Pueden relatos como el de Loach volver vulnerables a los políticos, hacerles perder el control y amigarlos con la pobreza?

El cine, el buen cine, es teología narrativa, nos ayuda a calibrar nuestros sensorios hacia la injusticia. De todo esto y desde una perspectiva cristiana nos habla José Ignacio González Faus en su última ponencia (libro del curso, no te tardes…): el pensamiento se desborda, revientan los púlpitos y entran la escucha, los cuidados, la mirada, nuestros lagrimales… y el dolor (como el amor) si ha sido pensado e interiorizado sólo puede narrarse. Gracias maestro Loach.

***

[1] Traducción de Miguel Teruel, Pilar Ezpeleta y Vicent Montalt para la lectura teatral Shakespeare en Benicassim presentada en el Festival Temporada Alta de Girona 2013.

[2] Simon Critchley, Sobre el humor, ed. Qualea 2002, Cantabria, pág 35.

[3] Noam Chomsky, Sobre el anarquismo, ed Laetoli 2008, Cantabria, pág. 203.

llorar

Imagen extraída de: Pixabay

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Jorge Picó
Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de València. Titulado en Arte Dramático por la ESAD de València. Estudió en l’École Internationale de Théâtre Jacques Lecoq de París. Ha sido profesor de la ESAD de Valencia y del Institut del Teatre de Barcelona. Es profesor del Posgrado de Teatro en la Educación de la Universidad de Valencia. Director artístico de Ring de Teatro donde escribe y dirige sus propias obras que se han exhibido en el TNC, Théâtre Rond Point de París, Teatro de la Abadía de Madrid, Teatre Lliure, CNA de México, el Festival Iberoamericano de Bogotá o la sala Timbre 4 de Buenos Aires. Ha trabajado como voluntario dando cursos de teatro en prisiones y barrios desfavorecidos. Su web con artículos y publicaciones es www.jorgepico.com
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2 Comentarios

  1. Acabo de leer el cuaderno 230 <> por el que deseo darles la enhorabuena por el acierto en su conjunto. ¡Pero! el epílogo de F. Javier Vitoria me ha dejado un mal sabor por dos motivos:1º/ La <> lingüística de no usar el género inclusivo (pg.24) toda vez que la publicación merece cumplir la reglas de la RAE al ir dirigida a todo el mundo; 2º/ Huir de actitudes ideológicas personales, que es algo muy pastoral, cristiano y evangélico. ¿O será verdad que los marginados, (<>, los define usted) son solo contemplados como delincuentes por la extrema derecha? (pg. 24). Lea usted sobre el ocaso de las ideologías y sea inclusivo, también, en temas de tan gran calado como el de la <> que denuncia el papa Francisco y al que usted menciona. Gracias.

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