Acaba de ser publicado por la editorial San Pablo, Hombres de cuidados. Una historia de andar por casa. Quién lo lea encontrará una historia contada en primera persona, un trocito de vida a la que le he colocado una lupa para agrandar las vivencias y experiencias que van desde el 2013 hasta el momento actual. ¿Y por qué desde el 2013? Porque en ese año fue en el que me quedé en paro y me convertí en «amo de casa», para entendernos, viví mi particular revolución y todo, o casi todo, se puso patas arriba.
A día de hoy no me considero el mismo que hace nueve años. ¿Qué ha cambiado? ¿Qué transformación he sufrido? Vivir la experiencia de ocupar un puesto de retaguardia en las «trincheras permanentes», como diría Carolina León para hablar de las tareas de cuidados, me ha enseñado mucho, me ha ayudado a ensanchar el horizonte y abrirme a un nuevo mundo de significados nacidos de un rol masculino distinto que se va desplegando con sus luces y sombras, sorpresas y dificultades, descubrimientos y resistencias. He tratado de echar la vista atrás y poder reconocer así el proceso de liberación vivido que, como sabemos, nunca concluye.
El nuevo hombre al «estilo casero» se va cocinando poco a poco, sin prisas, gracias a la ayuda de muchas personas con las que compartes vida y otras muchas que te ofrecen, sin conocerlas directamente, su inspiración. Uno solo no puede reencontrarse consigo mismo y conocerse mejor, ensanchar la libertad y dar lo bueno que tiene. Necesitamos de otros y otras que nos brinden su reconocimiento y nos ayuden a querernos más a nosotros y a nosotras mismas.
¿Y quién es ese hombre en transformación? Podremos decir que se trata del varón que, ante el momento de encrucijada que vivimos como civilización, elige, desde su libertad, atravesar viejas resistencias y prejuicios y vivir una mudanza integral que le vuelve más auténtico y humano. Su vocación es a vivir en armonía con todo lo que le rodea y, por eso, renueva su mirada ante la realidad. Son muchas las bondades de este estilo alternativo al que somos invitados para transformar esta sociedad individualista, competitiva y consumista. Si hubiera que pregonar sus bondades podríamos anunciarlo así: «Ya está aquí el nuevo hombre pero con el «sabor» de los cuidados de siempre».
El «estilo casero» no nos ha de llevar a confusión. No se trata de un hombre centrado única y exclusivamente en sus problemas y en el de los suyos, los de su clan. A lo que se refiere, más bien, es a los ingredientes naturales, de «Km 0» si puede ser, que va incorporando en su día a día. Por eso, además de contribuir al calor del hogar y apostar por la corresponsabilidad en las tareas domésticas, su mirada se extiende más allá de lo familiar para saberse parte de algo más grande, de una casa «común». Esta visión ampliada de la realidad le lleva a «colocarse un mandil» diariamente, ya sea para cocinar unos garbanzos como para ir hasta la tienda del barrio dónde compró a granel, previamente, esas mismas legumbres que luego transportó hasta casa en una bolsa de tela, de producción casera igualmente. Porque sabemos que de esta manera contribuimos a generar menos residuos, reducir la contaminación y, sobre todo, fomentar la relación con la gente del barrio.
Porque cuidar de ambas casas, la común y esa otra que llamamos nuestro hogar, es necesario y muy urgente. No se trata de agobiarse ante esta tarea tan grande y descomunal. Habrá que echar mucha paciencia, que los hombres vamos con la «L» puesta y necesitamos aprender todavía muchas cosas. Es un estímulo y una gran oportunidad que tenemos por delante. Por si anima diremos que, para reducir el consumo de agua y electricidad y tener presente el entorno y los costes sociales aparejados a la producción textil, por ejemplo, no hace falta ni lavar ni planchar tanto la ropa.
Si algo guía nuestra vida y la impulsa es, sin duda, la búsqueda de sentido. Personalmente no podía sospechar que las tareas del hogar ante las que tenía una actitud titubeante al principio, por creer que se trataba de un campo exclusivo para las mujeres y en el que un hombre no pinta nada, iban a terminar ayudándome a «ver nuevas todas las cosas», como diría Ignacio de Loyola.
Cuenta una historia que un transeúnte se detuvo un día ante una cantera en la que trabajaban tres compañeros.
Preguntó al primero:
– ¿Qué haces, amigo?
Y este respondió sin alzar la cabeza:
– Me gano el pan.
Preguntó al segundo:
– ¿Qué haces, amigo?
Y el obrero, acariciando el objeto de su tarea, explicó:
– Ya lo ves, estoy tallando una hermosa piedra.
Finalmente preguntó al tercero:
– ¿Qué haces, amigo?
Y el hombre, alzando hacia él unos ojos llenos de alegría, exclamó:
– Estamos edificando una catedral.
Puedo decir que en todo este proceso he ido sintiendo, poco a poco, que iba «tallando una hermosa piedra». Fui cogiendo gusto a eso de ponerme un mandil y hasta me pareció que sería buena idea transmitir todo lo que iba aprendiendo en mi aventura como «cantero» dentro del hogar. Escribir me ha ayudado mucho a poner nombre y dar valor a lo que vivimos de manera cotidiana.
Y al final sientes alegría cuando te preguntan: “¿a qué te dedicas en estos momentos?” Ahora puedo decir, como el cantero del relato, que tengo la suerte de ejercer mi labor de padre con delicadeza, con cariño, con toda la empatía de la que soy capaz. Un amigo, padre de tres hijos, comentaba el otro día que su manera de relacionarse y cuidar a su familia la consideraba una contribución, tal vez muy pequeña, imperceptible si se quiere, pero una «piedrecita» destinada a esa nueva catedral que para muchas personas representa un mundo más humano.
Las tareas domésticas y de cuidados son una invitación, una llamada para todos los hombres a vivir al “estilo casero”. Son una estupenda guía en la búsqueda de sentido que vive toda persona. Una oportunidad que no podemos desaprovechar para hacer este mundo un poco más humano.
[Imagen de Benoît DE HAAS en Pixabay]