¡Por lo menos eso! Que puedan decir de nosotros, al menos, que no hemos odiado a los pobres. Compartir vida, amar, es más difícil, pero como mínimo, no odiar. Con todo lo que ello supone, de opciones de vida y actitudes concretas.
El título nace de un libro que ha salido hace poco. Se trata de cien cartas de Lorenzo Milani, ese cura italiano del que hemos hablado en otros artículos del blog, y que fue presentado por el papa Francisco como modelo de educador cristiano.
Las cartas son un auténtico regalo de este profeta del siglo XX. En estos tiempos en los que parece que estamos un poco aletargados suponen un terremoto a la conciencia personal.
El libro toma el título de una de sus cartas más conocidas. No hemos odiado a los pobres nos cuestiona en este tiempo nuestro por aquello que ignoramos y olvidamos. La paz, el planeta, la igualdad de derechos y oportunidades… ¡tantos temas! Temas que defendemos y de los que tenemos postura, pero ante los cuales nos cuesta un mundo modificar nuestra actitud.
Los pobres es uno de estos temas. Para Milani son el centro, su patria, como él los define en otra de sus cartas. ¿Y para nosotros? Los datos que nos hablan de aumento de hambre en el mundo, de aumento de desigualdades ya casi ni nos afectan. Parece como si la indiferencia ante el tema se hubiera instalado en nuestra casa.
Removernos, cuestionarnos, ver cuál es el centro, de eso se trata. Y luego, optar, decidir, qué hacer y cómo. Las cartas, que recogen su pensamiento, son dirigidas a diferentes personas: alumnos, familia, colaboradores, consultores… A lo largo de todas ellas transita su opción por los últimos. Opción sin reservas, pero sin seguridades. De ahí, el deseo de que puedan decir de nosotros que no hemos odiado los pobres.
No es sencillo en nuestro mundo. Un mundo convulso, donde cada decisión política, económica o social repercute en los demás, sobre todo en esos otros que se catalogan bajo ese título de pobres. No odiar no es solo no ser indiferente, sino ser conscientes de esta realidad. Cada decisión, cada postura supone más vida o más muerte, mejor vida o más abandono.
¿Con quién nos posicionamos? ¿En quién o en qué pensamos? ¿Cuáles son nuestras prioridades? ¿Podemos afirmar que vivimos bajo el axioma de “en todo amar y servir” o “servir para ser mejores” si no está en la base de cada decisión el papel del pobre?
Poder afirmar que no hemos odiado a los pobres nos hace pasar de puntillas ante nuestros actos y nuestras decisiones, ante nuestras opciones para de verdad no hacerles daño. Milani es tremendamente duro contra quienes hablan de pobres, pero con ellos. Tanto que les dice que eso no es más que una masturbación que les da placer pero que no supone nada para los pobres. Realmente es un auténtico golpe a nuestra conciencia, instancia última de decisión.
Al finalizar el día, al finalizar nuestros días, ¿podremos afirmar como Milani que no hemos odiado a los pobres? ¿Podrán decirlo otros también de nosotros si nos ven y conocen? ¿Es lo que refleja nuestra vida? ¿Con quién estamos? Porque no podemos amar a aquellos con quienes no estamos.
Desde Milani, además de ser una pregunta personal es también una cuestión eclesial. Encontró su modo de ser iglesia desde una escuela con los últimos. ¿Desde dónde la encontramos nosotros? ¿Qué elementos, qué aspectos son los que marcan el devenir de nuestra institución? ¿Podemos decir también, como Iglesia, que no hemos odiado a los pobres? Sin duda, un lugar epistemológico y teológico fundamental desde el cual revisar nuestras comunidades. Como dice Jon Sobrino, fuera de los pobres no hay salvación.
Suerte de tener un nuevo texto como este, que nos obliga a volver la vista hacia lo importante y nos recuerda el porqué y el sentido de nuestro amor primero.
[Imagen extraída de Wikimedia Commons]