El título de esta publicación puede resultar algo paradójico. Sin embargo, tenía que usar algún adjetivo para el compositor de hoy y me salen algunos fuertes e incluso escabrosos pero no quería dedicarlos al título.
La historia de la música, como en todo arte que se precie, ha dado multitud de personajes de todo tipo y, en caso de hoy, de toda calaña. Se trata de un maestro que es más conocido por sus vicisitudes vitales que por su música, aunque esta cada vez se graba más y recibe mayor atención, tanto por intérpretes como por musicólogos.
Ese hombre es Carlo Gesualdo, príncipe de Venosa y conde de Conza (1566-1613), músico italiano nacido en Venosa. Por cierto, que la tumba de Gesualdo se encuentra en la capilla de san Ignacio de Loyola de la Iglesia del Gesù Nuovo de Nápoles. Desde el comienzo (y hasta el final) Gesualdo mantuvo una firme relación con la Iglesia católica ya que, por ejemplo, era sobrino por parte de madre de san Carlos Borromeo y su tío abuelo era el papa Pío IV.
Con la corte también mantenía buenas relaciones ya que se casó con María d’Ávalos, hija del marqués de Pescara y quien también era su prima. Lo truculento de toda la historia es que, el 16 de octubre de 1590 la sorprendió in fragrante delicto di fragrante peccato de adulterio y todo indica que Gesualdo mismo la asesinó, al igual que a su amante, el duque de Andria. Decidió aislarse en sus propiedades de Gesualdo y, digamos que desaparecer del mundo. Iba a titular esta publicación como «Música de un asesino» pero me parecía demasiado fuerte…
En esa reclusión decidió dedicarse en cuerpo y alma a lo que había sido su pasión desde su más tierna juventud: la música, algo que hizo casi en la semiclandestinidad. En realidad la música no solo le gustaba sino que le obsesionaba hasta casi lo enfermizo. Iba a titular esta publicación como «Música de un obseso» pero también me parecía algo poco delicado. Dejémoslo, pues, en melómano… Se puso a componer sus famosos madrigales (el primer libro de ellos lo publicó con el seudónimo de Giuseppe Piloni). Se rodeó de grandes músicos que pagó para que tocaran para él y con él y alabó a varios contemporáneos como Luzzaschi o Gabrieli. A finales de 1594 decidió volver a Ferrara y allí seguía siendo conocido por su querencia obsesiva por la música pero también por su calidad componiendo, con una música muy sorprendente para los estándares de la época. A finales del siglo XVI ya era un profesional de la música de una reputada valía.
Sin embargo, gran católico él, el asesinato de su mujer lo dejó desolado (¡qué menos!) y su melancolía se hizo igual de famosa que su música. Se volvió a casar con Leonor de Este pero ni siquiera la influencia de la familia le hizo cambiar sus humores. Ella pasaba largos periodos en Módena separada de Gesualdo y el nuevo matrimonio se hizo también insostenible. La salud del príncipe, sobre todo la mental, se fue deteriorando y sus escrúpulos se hicieron casi insostenibles. Sentía una veneración enfermiza por su tío Carlos, del que incluso intentó obtener reliquias. Por esa época Gesualdo podría haber sido perfectamente calificado como el príncipe de la melancolía. Se cuenta que se sometió a cruentas penitencias y, como resultado de algunas de ellas, falleció. Tras la muerte de su hijo con Leonor, Leonino, encargó un retablo para la iglesia de su Gesualdo natal en el que el compositor, su tío san Carlos, su mujer Leonor y Leonino aparecían en santa conversación. El compositor no pudo mantener su estirpe ya que Emmanuel, su hijo con su primera esposa, también falleció.
Su obra profana, principalmente madrigales, muestra una complejidad y una irregularidad armónica nada vistas en las composiciones de sus contemporáneos. Estira y moldea todas las reglas de la época hasta casi romperlas, pero no haciéndolo. Crea múltiples ambigüedades pero sus pasajes más cromáticos y disonantes en cuanto a la armonía son ortodoxos en cuanto al contrapunto.
Puede pensarse que todo esto no debía ser demasiado adecuado para la música religiosa de Gesualdo. Sin embargo, el maestro consigue adaptarlo todo muy bien, especialmente en sus responsorios de Semana Santa. Durante los maitines del Jueves, Viernes y Sábado Santos, la liturgia de las horas se hacía especialmente solemne y austeras. Algunos de los llamados nocturnos llegaban a cantarse en vez de recitarse: son las famosas lecciones de tinieblas, formadas por responsorios y fragmentos de las Lamentaciones de Jeremías. El texto de esos responsorios, aludiendo a un Jesús prendido como un ladrón y que es llevado por las calles de Jerusalén hasta su muerte en la cruz, es especialmente adecuado para la música disonante, colorida, nostálgica y sombría de Carlo Gesualdo. La música exuda emoción de una forma muy especial e intensa, de una forma tan peculiar que es única en el Renacimiento.
Para el Sábado Santo está compuesto el responsorio Aestimatus sum. Vemos cómo la presencia clara de las voces graves dota a la obra de una especial profundidad y solemnidad. Esto es algo evidente en el versículo Posuerunt me, que sirve de separación entre las dos secciones en las que puede dividirse la obra. Las cuatro voces más graves están en su extremo más bajo y Gesualdo refleja así el hecho del descenso del alma a la más absoluta oscuridad. Esas exquisitas disonancias casi nos ponen la carne de gallina debido a la crudeza y al realismo con el que el compositor describe ese momento del Sábado Santo previo a la resurrección del Salvador. Casi en ninguna otra obra de Gesualdo pueden apreciarse esos contrastes tan intensos, que nos sirven de perfecta meditación para los misterios de la Semana Santa.
[Imagen de Ylanite Koppens en Pixabay]