Todo en su sitio bien escondido y tapadito. Para no escuchar “el ruido de sus llantos”. El Proxeneta.
Este libro es una faena. Es un aldabonazo. Un testimonio-confesión de quien se declara ex proxeneta, traficante de personas, explotador de mujeres, esclavista… El problema con este libro es que deseas que no sea cierto. Que no sea verdad que hay miles de mujeres vendidas y compradas en España, coaccionadas para ejercer la prostitución. Que tiene que ser mentira que muchas de ellas son niñas traídas con engaños de sus países de origen. Que no es verdad que jueces y policía, cuando hacen lo que pueden, tampoco se enteran de qué va la película.
Este libro es una mala noticia. Porque ahora cuando lees esos titulares en la prensa, a los que se refiere “el músico”, que titulan “desmantelada red”, “desmantelado piso”, recuerdas que esas mujeres con toda probabilidad volverán en horas a ser esclavizadas y prostituidas, sujetas por cadenas invisibles en macro burdeles, porque es lo único que conocen. A menos que este libro sea pura fábula…
El proxeneta, Miguel, explica entre sorna y crudo realismo como exprimían a las mujeres, “al producto”, hasta dejarlo “seco”. Una relación de temor y dependencia afectiva, construida desde sus países, donde establecían contacto con sus familias. Coacciones, amenazas, junto con pretendido interés por las mujeres. Las “señoras”, aterradas por su parte pues temían a sus captores “creían que éramos tan violentos y despiadados como los narcotraficantes de su país”, dice de las colombianas que, por ser las primeras, “sufrieron mucho”, “muchísimo”.
Mujeres convertidas en objetos, codificadas, «propiedad de», que como tal ha de ser tratada: “una propiedad… que vendes y hay que tratarla como tal. Si te involucras en su vida o en sus problemas, te puede afectar, porque esa mercancía tiene sentimientos.” Y por si no quedaba claro explicita: “Ella es lo que es, una esclava. Y tú, su dueño, su amo”. El Proxeneta nos asoma al mundo del hampa de la trata. Ese negocio muy lucrativo a costa de la sangre, sudor y lágrimas de las mujeres. Sangre, literalmente, porque hasta los análisis de sangre que hacían para hacerse pasar por respetuosos con las mujeres se los apuntaban a “la deuda” contraída. Esa deuda que nunca acababa.
“El músico” nos introduce en su mundo, un mundo turbio “extremadamente violento”. Con reglas propias, basadas en algo así como “el honor entre ladrones”, o mejor, el saber que la publicidad es mala para el negocio… Miguel relata como las traiciones y delaciones entre clanes de proxenetas era un modo de eliminar la competencia. Los proxenetas, tratantes de seres humanos colaborando con la policía y la “Justicia”. Y es que con desparpajo explica Miguel como este inframundo de la trata de mujeres, el tráfico de “carne fresca”, se sostiene merced a la hipocresía de la sociedad que mira hacia otro lado. Nadie quiere saber lo que se esconde tras las luces que iluminan las carreteras. Por este libro circulan abogados, notarios, taxistas, alcaldes, gestores, médicos, banqueros… Todos sacando rédito de la violencia y abuso sexual continuado ejercido sobre estas esclavas del sexo. Nada que ver con “Pretty Woman” dice Miguel con una sorna que no deja espacio a la confusión “No hay prostitución que se ejerza libremente, eso es radicalmente falso”.
Puteros y sociedad que consentimos este infierno, esto es lo que hay. Compra-venta de mujeres. Sin anestesia. Confiesa Miguel: “Fui tratante de mujeres durante más de veinte años. Las compré y vendí como si fueran ganado, para explotarlas salvajemente en nuestros clubes, sin compasión”. Mujeres que, como Lucía, terminan en un hospital psiquiátrico, tras haber tratado de quitarse la vida en su huida del infierno de la prostitución. Lucía, que como miles de otras, entró en ese mundo buscando un futuro para un hijo al que nunca volvió a ver. Miguel y la industria de la trata la exprimió hasta secarle el alma. No es la única. No es pasado. Ahora hay “Lucías” en nuestras calles y ciudades. En los clubes. Maldiciendo su vida tras esas luces de las cunetas o en esos macro clubs.
Tomen nota de cómo explica Miguel que todo el discurso por la legalización y regularización de la prostitución está financiado y alimentado por el lado más oscuro de la trata. Un discurso y una estratagema pensada en hacer la explotación de mujeres perdurable, en hacerla tratable por la sociedad. No nos dejemos embaucar. Estamos hablando de comprar el cuerpo de un ser humano, o de alquilarlo por un rato. Estamos hablando de violencia física y psicológica contra mujeres, algunas casi niñas, engañadas. Vendidas y compradas, temerosas, empobrecidas. Algunas de ellas embarazadas en el momento de ser captadas, forzadas a abortar o embaucadas para entregas a sus hijos a los servicios sociales o a supuestos familiares. Lo que fuera con tal de que volviesen a trabajar.
En fin, en este libro hay muchas razones para la indignación. Miguel describe ese sórdido mundo, tan a la vista y tan oculto. Explica como en los periódicos que llevan en primera plana titulares de persecución de redes de trata se colocan también anuncios que las favorecen. Como el entramado de “profesionales respetables” que se nutre de la explotación de estas mujeres esclavizadas lo sostiene y como, en el fondo, la oferta existe porque existe la demanda. Es llamativa la descripción tipológica que hace «el músico» de los diferentes tipos de “puteros” que tiene en común el uso de la mujer como producto de usar y tirar. El discurso de los puteros para autojustificarse es el que compramos como sociedad: “si la realidad hubiese sido tan oscura como se pintaba en las campañas oficiales fallidas, la fiscalía y los jueces hubiesen cerrado los negocios y nosotros entraríamos en la cárcel para no salir más.” Pero como eso no pasa y los clubes siguen abiertos, seguimos mirando para otro lado. Business as usual. Todo seguía igual. Mantenido y consentido por la sociedad parásita de la prostitución. Ese ejército de vampiros que mira hacia otro lado siendo consciente de que sus gestiones permiten el sufrimiento de estas mujeres esclavas. Yonquis del dinero los que les permitían blanquear el dinero manchado con el sudor y las lágrimas de sus esclavas, los que hacían exámenes médicos, los que agilizaban los papeles, los ex policías que informaban, los jueces que no se implicaban…
El libro acaba como termina, o aún peor para el lector/a. Ahora sabes. Miguel afirma que quienes empezaron en este mundo de la explotación siguen en él. Que el sistema no funciona porque no hay coordinación, ni un juzgado único para el delito de trata de seres humanos. ¡Es un proxeneta el que lo pide! Es un proxeneta el que se duele de la indiferencia y falta de formación de algunos jueces y fiscales frente a estas mujeres desamparadas. Esa mafia sigue existiendo y operando hoy. ¿Qué vamos a hacer para enfrentarla?
Imagen extraída de: Proyecto Chicas Nuevas 24 horas
Miguel es jesuita, no?