Esta expresión nos lleva inmediatamente a ese momento emocionante en el que un presbítero dice su primera misa una vez ordenado o un diácono sirve en su primera liturgia. Pero, en este caso, no hablaré de ningún ministerio, sino de música, que es de lo que humildemente hablo.

En los comienzos y hasta la Edad Media predominaba el llamado canto llano, es decir, básicamente el que se cantaba con una sola línea melódica. El canto gregoriano es un tipo de canto llano pero no es el único: el canto milanés, el galicano o el mozárabe son otros ejemplos.

Sin embargo, llegó un momento en que una segunda voz se separó, dando lugar a la llamada polifonía. Uno de los primeros ejemplos de composición polifónica es el llamado órganum, en el que el canto llano está acompañado por una segunda voz, superior o inferior. Es más, además de una segunda voz apareció una tercera y una cuarta, por lo que las composiciones polifónicas comenzaron a aflorar por los grandes centros musicales de Europa. Al comienzo no dejaban de ser obras elementales desde el punto de vista de la polifonía pero, sin duda, sorprendentes, no solamente para los oídos de la época sino que lo siguen siendo para los de la nuestra.

Este desarrollo de la polifonía tuvo su germen y posterior expansión en las grandes catedrales y templos de Europa. Por tanto, no es algo extraño que los compositores dirigiesen su mirada tanto al ordinario (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei) como al propio (Introito, Responsorio, Aleluya, Ofertorio y Comunión) de la misa. Era en la eucaristía cuando se congregaba una mayor multitud y, en contadas ocasiones, podían asistir personajes ilustres que escuchasen cuáles eran las últimas tendencias que se estaban llevando a cabo en los grandes centros musicales europeos, muchos de ellos financiados por tales importantes personas.

La investigación musicológica ha establecido que hay cuatro misas anónimas y una de autor conocido que son las pioneras en cuanto a la composición polifónica. Las cuatro primeras se conocen por un topónimo: Tournai, Barcelona, Sorbona y Toulouse; la otra es la famosa Messe de Nostre Dame del gran Guillaume de Machaut. Las cinco son composiciones del siglo XIV.

La Misa de Tournai se conserva en un manuscrito en esa localidad francesa, está compuesta a tres voces y hace uso tanto de la música modal del siglo XIII como de las innovaciones contemporáneas del Ars Nova.

La Misa de Barcelona se encuentra en un manuscrito que está en la ciudad y que posiblemente perteneció a la capilla del rey Martín I de Aragón. Presenta influencias de la escuela de Aviñón con una interesante mezcla de técnicas y está considerada como una de las mejores muestras litúrgicas del Ars Nova (un periodo del siglo XIV de una gran innovación técnica que dio a la música un aire totalmente nuevo).

La Misa de la Sorbona nos ha llegado de forma fragmentaria y ha sido atribuida con muchas dudas a Jehan Lambulet. La Misa de Toulouse está compuesta para tres voces y presenta también una gran variedad de estilos, aunque los indicios hacen pensar que fue pensada como una unidad.

El ejemplo más grandioso quizá sea la Misa de Notre-Dame. Fue compuesta por el francés Guillaume de Machaut quien no solo era compositor sino poeta y cuya música conocemos gracias a sus propios esfuerzos en publicar manuscritos con su propia música. La misa parece ser que está relacionada con la misa de la Virgen del sábado, que fue instituida en la catedral del Reims en 1341. En esta obra sí encontramos diversas técnicas pero, en este caso, del propio Machaut, siendo no solamente su mejor composición, sino una de las obras más importantes de toda la Edad Media.

Los musicólogos piensan que la Misa de Barcelona es una compilación de obras, dada la cantidad de estilos que presenta. Aunque el anónimo compilador sí tuvo cierto criterio, la obra no goza de una gran unidad estructural. Fue descubierta por Higinio Anglés en 1925 en la Biblioteca de Cataluña. Presenta un llamado plan mensural simétrico: el Kyrie y el Agnus Dei están en tempus imperfectum, prolatio minor y los intermedios Gloria, Credo y Sanctus en tempus imperfectum, prolatio maior (términos medievales algo complejos que hacen referencia al compás). Además, el Gloria y el Sanctus son movimientos tropados, es decir que, además del texto litúrgico presenta otro distinto que es interpolado en la composición.

Como muestra de ejemplo, podemos escuchar el Gloria con el tropo Splendor patris in celis oriens. Que esté en tempus imperfectum significa, en notación mensural, que el compás usado es binario (todo lo perfecto era ternario, por la Trinidad). Que la prolación sea maior quiere decir todo correspondería a un actual compás de 6/8, es decir, usando seis corcheas (pápapa-pápapa, pápapa-pápapa). Se trata también de una llamada «misa parodia» (no tiene nada que ver con algo cómico), es decir, que se basa en un material preestablecido, en este caso, el del propio Kyrie. La voz superior es la más elaborada mientras que las inferiores, tenor y contratenor, a veces la sostienen con notas más largas. La inserción del tropo hace que el texto del Gloria se vaya escuchando de forma fragmentada.

Todo puede parecer algo técnico pero el arte medieval tiene la peculiaridad de que era capaz de llevar todas estas complejidades a un punto que luego suenan perfectamente al oído. Los cantores debían exprimirse al máximo y, muchas veces, debían elaborar ellos mismos el canto conforme a las indicaciones del compositor, es decir, que no todo estaba escrito aunque sí suficientemente indicado para que el intérprete fuese exacto a la hora de cantar.

La música medieval puede resultar dura y, a veces, fría y matemática pero es la base y pilar de todo lo que vino después. En el texto de la eucaristía, al que muchos fieles tenían acceso (aunque no comprendiesen lo que se estaba diciendo), los maestros eran donde podían conectar más con la espiritualidad de los fieles quienen asistían a esa liturgia que no solamente era la que los conectaba con Dios sino que profundizaba aún más en ese misterio insondable en el que lo más profundo de la persona se comunica con el Padre.

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Nacido en El Puerto de Santa María (Cádiz), es licenciado en Matemáticas por la Universidad de Granada. Es profesor de esa asignatura en el colegio de los jesuitas de El Puerto, donde también fue alumno. Desde pequeño le ha gustado la música clásica y se aproxima a ella desde el punto de vista aficionado. La vivencia de la espiritualidad ignaciana, con la que lleva en contacto toda la vida, y de los Ejercicios Espirituales le ha llevado a escribir el libro Acompañados por Bach, sugerente por cuanto permite disfrutar de la música de Bach desde un punto de vista novedoso.
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