Las flores de la guerra

Las flores de la guerra cuenta la historia de John Miller, un hombre que trabaja preparando cadáveres para que estén listos para enterrar. En medio de la segunda guerra chino-japonesa, el protagonista va a la ciudad de Nankín (China) para organizar el funeral de un párroco extrajero que acaba de fallecer. Allí, Miller se verá envuelto en los terribles acontecimientos del 13 de diciembre de 1937, cuando las tropas del Ejército Imperial Japonés irrumpieron en Nankín y cometieron excesos y atrocidades (violaciones, asesinatos a civiles y a presos de guerra...) que convirtieron este día en una auténtica masacre. Cuando el protagonista llega a la catedral, encuentra a un grupo de religiosas de un convento y a las prostitutas de un burdel cercano a la zona. John Miller se convierte en su protector y defensor y todos juntos, tendrán que intentar sobrevivir en medio del terror y el pánico que les tocará sufrir. Dirigida por el chino Zhang Yimou, escrita por Heng Liu y Yan Liu y protagonizada por Christian Bale (John Miller), Tianyuan Huang y Shigeo Kobayashi , Las flores de la guera, es es la adaptación cinematográfica de la novela de Geling Yan, titulada 'Las 13 mujeres de Nankín' (Sensacine)

Director: Zhang Yimou

Fecha: 2013

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Fui a ver Las flores de la guerra hace algo más de un año a los Méliès, en Barcelona. Al salir me temblaban las piernas (y así fue durante un buen rato). Me consta que no soy la única que ha salido revuelta de ver la película… No es para menos.

Las flores de la guerra (2011) es una película china dirigida por Zhang Yimou y protagonizada por Christian Bale y un largo elenco de estupendas actrices entre las que encontramos a Ni Ni, a Xinyi Zhang y a Bai Xue.

La película, adaptación de la novela de Yan Geling Las trece mujeres de Nanking, está basada en acontecimientos reales que tuvieron lugar en 1937, durante la toma de Nanking por parte del ejército japonés en la segunda guerra chino-japonesa (un conflicto, por cierto, del que en Occidente desconocemos casi todo). Tanto la novela como la película giran alrededor del encuentro entre un grupo de prostitutas y las alumnas adolescentes de un convento católico a las que se une el destino de John Miller, un maquillador de cadáveres estadounidense que llega a Nanking para preparar al párroco antes de su entierro…

La crudeza y el hiperrealismo de las escenas bélicas y de las vejaciones cometidas por el ejército japonés recreadas en el film de Yimou, hacen que resulte un relato especialmente estremecedor, aunque no sea la primera vez, ni mucho menos, que el cine se hace eco de un conflicto armado y de la violencia sexual ejercida contra las mujeres en él. Y, al igual que cuando abordamos un conflicto no podemos dejar de lado la perspectiva de género, tampoco podemos hacerlo al analizar la cinematografía que refleja dichos conflictos, especialmente cuando las protagonistas del relato son mujeres:

“Los conflictos armados son realidades profundamente marcadas por las estructuras de género presentes en cualquier sociedad. En el transcurso de los conflictos armados las divisiones de género acostumbran a exacerbarse en las sociedades que los padecen”. La violencia sexual como arma de guerra. (Quaderns de construcción de pau, nº 15). María Villellas Ariño, 2010.

En este mismo informe de María Vilellas Ariño para la Escola de Cultura de Pau, encontramos algunos datos precisamente sobre la masacre a Nanking:

“Entre 80.000 y 200.000 mujeres, la inmensa mayoría de ellas coreanas, fueron víctimas de la violencia sexual en los burdeles militares japoneses extendidos por toda Asia antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Estos burdeles fueron establecidos para elevar la moral de las tropas y evitar que la violencia sexual se produjera de manera descontrolada en los territorios ocupados por el Ejército japonés, después de la masacre de Nanking en 1937, durante la que decenas de miles de mujeres fueron violadas a manos de las tropas niponas” (Chung, 2010).

El uso de la violación como arma de guerra y como instrumento de dominación y de terror colectivo e individual, no es nuevo. La cosificación del cuerpo de las mujeres y su invasión, tampoco. Su documentación y su reconocimiento como crimen de lesa humanidad, en cambio, sí que son relativamente recientes, ya que no fue hasta los años 90 cuando en el Estatuto del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (ICTY, 1993) se catalogó la violencia sexual como un crimen de guerra. Asimismo, el Tribunal Penal Internacional para Rwanda (ICTR, 1994) determinó que la violación y el asalto sexual constituían además actos de genocidio ya que se habían cometido con la intención de destruir al grupo étnico tutsi.

Tampoco podemos pensar que este tipo de violencia es algo erradicado y que forma parte del pasado (¡ojalá fuera así!). El pasado 25 de abril, sin ir más lejos, la Organización de Naciones Unidas (ONU) denunció que la violencia sexual utilizada como arma de guerra afecta a 21 países que sufren o han sufrido recientemente un conflicto. Países entre los que encontramos, por ejemplo, Siria, Afganistán, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Sudán del Sur o Yemen, entre otros muchos.

Pero para no caer en la desesperanza -ni en la realidad ni en la ficción-, me parece imprescindible destacar la maravillosa relación de sororidad que se establece entre las estudiantes del convento y las heroicas mujeres del río Qin Huai que lo darán todo por defender la vida de las primeras. Y es que las verdaderas heroínas de la historia son ellas (por muy relevante que sea el papel del personaje de Christian Bale). Son ellas las que realizan la mayor hazaña, el mayor sacrificio; las que emprenden el gran viaje henchidas de coraje y también de temor… Porque la sororidad, tal como la define la antropóloga y feminista mexicana Marcela Lagarde, va mucho más allá del mero altruismo o de la empatía:

“La sororidad es una dimensión ética, política y práctica del feminismo contemporáneo. Es una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y a la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y al empoderamiento vital de cada mujer”.

Las flores de la guerra es, sin duda, una turbadora y escalofriante historia de violencia, pero también es una historia de valor y dignidad que nos remite constantemente a aquella preciosa frase de Alejandra Pizarnik que decía: “Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero”.

Al pan, pan y al cine, cine…

A pesar de ser la mayor producción cinematográfica china de todos los tiempos –y la más cara–, los más puristas defensores de la “alta cultura” y del cine de culto se ensañaron con el film comparándolo con otras películas de Zhang Yimou como La linterna roja o La casa de las dagas voladoras, mucho más líricas y preciosistas.

Aunque como bien dijo Jordi Costa en su momento, Las flores de la guerra es “una propuesta que parecía reclamar más compromiso con el fondo que con la forma”, yo me pregunto: ¿y qué tiene eso de malo? Muy a menudo –demasiado –, el cine  –tanto el comercial como el de autor(a)– supedita el fondo a la forma, la historia y el compromiso social del realizador/a a la espectacularización, el mensaje a la técnica… y eso, habitualmente, no se critica demasiado. Más bien, suele suceder a la inversa.

Y es que no todo en el cine puede fiarse a la técnica y al virtuosismo narrativo… No podemos, entregarnos ciegamente al bullet time, a la iluminación efectista, a la cámara lenta, a los arriesgados movimientos de cámara y al montaje contemplativo. A veces, la intención que está detrás del relato fílmico o la mera visibilización de una realidad que para muchas personas es totalmente desconocida, genera compromiso social o, al menos, sensibiliza. Y eso es tan importante o más que la compleja técnica audiovisual que se utilice para contar la historia…

Porque más allá de los recursos narrativos magistrales y de la metanoia exagerada e inverosímil del personaje de Bale, si algo le sobra a la película de Yimou es violencia directa. ¿O acaso no es posible emocionar y conmocionar sin que la sangre atraviese la pantalla y nos salpique? ¿Eso le otorga a la película mayor dramatismo y verosimilitud? ¿Es imposible que el lenguaje cinematográfico represente la violencia sexual sin mostrarla y sin recrearse en ella? ¿Podrá el cine representar la vulnerabilidad sin identificarla con debilidad? ¿No existen elementos simbólicos o figuras narrativas (elipsis, silencios, movimientos de cámara…) que nos alejen de la eterna imagen patriarcal de la mujer objeto depredada que no hace otra cosa que revictimizar a las mujeres que han sufrido violencia sexual?

Ante tales cuestionamientos (propios y ajenos), se hace evidente la necesidad de desafiar y romper con las formas tradicionales de representación de la violencia contra las mujeres en el cine, dotando a las mujeres de un lenguaje audiovisual propio, alejado de las formas de expresión cinematográficas predominantes y del discurso edulcorado del patriarcado sobre la violencia machista y así suscitar, como dice Kaplan, “interrogantes sobre la represión de lo femenino fuera de las imágenes patriarcales” (1998: 355). Y esos interrogantes son, precisamente, los que deja Yimou, que en cuanto al género no se ha quitado el corsé de la mirada imperante…

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Investigadora, docente y crítica audiovisual. Doctora en Comunicación Audiovisual y Publicidad. Responsable del Área Social y editora del blog de Cristianisme i Justícia. Está especializada en educomunicación, periodismo de paz y estudios feministas y es miembro de varias organizaciones y asociaciones defensoras de Derechos Humanos vinculadas al feminismo, los medios de comunicación y la cultura de paz. En (de)construcción permanente. Madre.
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