En esta ocasión dedicamos nuestra habitual reseña cinematográfica a La invención de Hugo, una película de Martin Scorsese que se convirtió en la gran sorpresa de la gala de los Premios Oscar 2012 al ser galardonada con 5 premios de la Academia (de los 11 a los que estaba nominada).
Y es que el film de Scorsese es un film entrañable cargado de una gran belleza estética que construye un ambiente onírico lleno de luces y sombras como lo es el cine en sí mismo; con toques de Oliver Twist y cierto aroma a aquella ciudad que retrataba Murger en Les scènes de la vie de bohème, a la Ville lumière, a un París azul como el invierno, como los increíbles ojos de su protagonista, Hugo Cabret (interpretado por Asa Butterfield).
Los espectaculares movimientos de cámara ideados por Scorsese destacan la magnificencia de la ciudad frente a las vidas “pequeñas” de sus gentes que se preguntan cuál es su misión, su razón de ser, qué guía sus pasos hacia su destino y cómo encajan en el mundo… como piezas de un engranaje.
“Todo tiene un propósito, incluso las máquinas. (…) Quizás pase lo mismo con las personas. Si ya no tienen un propósito, están como rotas”.
La película narra las aventuras de Hugo, un niño huérfano de 12 años privado del derecho a la educación que vive en la estación de Montparnasse, en 1930, arreglando relojes clandestinamente mientras intenta encontrar la pieza clave que le permita arreglar el último recuerdo que tiene de su padre: un autómata.
Las idas y venidas de Hugo le llevan a averiguar la verdadera identidad del dueño de la juguetería de la estación. Para conseguirlo, el muchacho se sumerge en un mundo extraordinario donde cine clásico y literatura se entremezclan continuamente a través de alusiones a lugares como la Biblioteca de la Academia de cine que esconde todos los secretos de la “fábrica de sueños”; a obras como David Copperfield, Peter Pan, El maravilloso Mago de Oz o La isla del tesoro; a autores como Julio Verne, James Joyce o la poetisa Christina Rossetti; a importantes personajes de la literatura francesa como el Jean Valjean de Los Miserables; a insignes actores y directores de la historia del cine mudo como Charles Chaplin, los hermanos Lumière o Buster Keaton; y a películas míticas de la historia del séptimo arte como Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir y Llegada de un tren a la estación de la Ciotat de los hermanos Lumière o Viaje a la luna rodada en 1902 por Georges Méliès, el otro gran protagonista de la película que nos ocupa y al que da vida el veterano actor Ben Kingsley.
Entre las obras literarias mencionadas en el film, cabe destacar el Robin Hood de Alexandre Dumas con el que se establece un paralelismo entre el mítico ladrón del bosque de Sherwood que robaba a los ricos para repartirlo entre los pobres y el propio Hugo que roba piezas para arreglar el mecanismo del autómata que le dejó su padre y que se ve obligado a huir continuamente de las autoridades de la estación para no acabar en un orfanato.
“El cine tiene el poder de capturar los sueños”.
La película contrapone continuamente conceptos, objetos, personajes y escenarios. Así el espectador/a se topa con múltiples dualidades: simpleza y orden versus poesía y cultura; amistad y familia frente a la soledad de Hugo; conflictos armados que destruyen la juventud, la esperanza y la magia eclipsados por flores, luces y vida; realidad versus fantasía; villanos con miedos e inseguridades contra héroes y heroínas con confianza y empuje; búsqueda y descubrimiento…
La invención de Hugo es el metacine por antonomasia, la autorreferencialidad por excelencia, el cine dentro del cine, los sueños dentro de un sueño. Un elogio de las emociones en un fabuloso mundo de libros, películas y juguetes con complejos mecanismos; un sincero homenaje a la vida y obra de Méliès y a los primeros cineastas; una lección de historia del cine centelleante y adornada con ingenio que pone de manifiesto de forma rotunda que el cine es creación que se construye con magia, movimiento y tiempo.
Pero más allá de la narrativa cinematográfica, el film se convierte en un relato lleno de matices, connotaciones y guiños que nos permiten extrapolar el relato a nuestra sociedad. Por un lado podemos comparar la situación actual con la reconstrucción del autómata. Vivimos una profunda crisis social y política. La democracia, sin duda, se nos presenta oxidada y desmembrada, pero la esperanza y la ilusión nos llevan a creer que podemos hacer que las piezas encajen y renovar las estructuras. A su vez, la presencia constante del tiempo a través de los relojes refuerza la idea de que todo llega en su debido momento. Los cambios también, aunque requieren acción y movimiento (al igual que el cine).
Eso sí, para alcanzar esa transformación social que tanto ansiamos, debemos ir más allá del autómata, porque no somos máquinas, sino seres animados con anhelos y afanes. Debemos escudriñar nuestro entorno y poner nuestro granito de arena para engrasar y echar a andar la maquinaria. Observación, diálogo, debate público, creatividad, reflexión… Tomar la palabra y la calle. En definitiva, ejercer la ciudadanía plena para construir un mundo mejor desde lo local, desde nuestro alrededor más inmediato. Hugo pudo, nosotros también.
Sònia, molt ben escrit,
Moltes gràcies, Jaume. Per mi sempre és un plaer escriure sobre cinema.