La conciliación, es decir, la concertación entre diferentes ámbitos para combinarlos de manera más armónica y llegar a un compromiso aceptable, puede aplicarse a innumerables esferas. A la resolución de agravios, ofensas o disputas personales, por ejemplo. Todos lo hemos experimentado alguna vez. A escala más amplia, en el terreno de la política, ante el escandaloso y frecuente espectáculo en mítines y bancadas de parlamentos entre los que deberían legislar y gobernar, especialmente en períodos de crisis. ¿No creen que sería deseable la conciliación, con el fin de orientar su acción al bien común y no a intereses partidistas, por legítimos que sean, centrados en pretender arañar mayores cuotas de poder?
Pero el concepto se ha puesto de moda para referirse a la relación entre las horas trabajadas y las dedicadas a otros menesteres. Partiendo de este aspecto particular, sobre la base de numerosas reuniones del grupo de Profesionales de CJ en los últimos cursos, pero intentando alzar la vista y extrapolar el análisis a una reflexión más profunda sobre la relación entre el mundo laboral y la vida contemporánea, presentamos este nuevo cuaderno de la colección virtual de CJ: Valores, emociones, trabajo y vida: El reto de la conciliación.
Con o sin COVID19, transitamos por una época de prisas, presiones y agitación interior. Paradójicamente, cuando como sociedad vivimos estadísticamente más años que nunca antes en la historia de la humanidad, muchos y especialmente en nuestro Occidente teóricamente más rico materialmente, experimentan una pesada sensación de agobio y estrés. Tanto en el terreno profesional, como en el doméstico o privado.
Más que enumerar una serie de herramientas para solventar esta inquietud, la publicación subraya la importancia del cultivo de determinados valores y la gestión de las propias emociones. No únicamente para construir una agenda personal llevadera, sino para que sea sostenible e inclusiva socialmente. Y lo hace hilvanando el relato al compás de reflexiones personales, experiencias compartidas y varios pasajes de autores conocidos de diversas épocas y estilos, con especial énfasis en fragmentos dedicados al trabajo, extraídos de la encíclica Laudato si’.
Sin entrar en el contenido del cuaderno, que animamos a leer junto con los documentos originales en él referidos, este inspira algunos comentarios adicionales sobre el deseo y arte de conciliar -el meollo del asunto- que evocamos a continuación.
Conciliar en la sociedad, en el centro de trabajo, en casa, con la familia, en los momentos de ocio y en los de faena, para construir una existencia más íntegra y coherente.
Conciliar para que el sistema económico no se vea dominado por una competencia deshumanizada y desbocada que descarta a los más débiles.
Conciliar para no dejarse llevar por las emociones negativas y desordenadas, sosegando iras y crispaciones, que tanto daño causan a quienes las sufren y a los que les rodean.
Conciliar para dialogar, acercar posiciones y avanzar hacia soluciones que permitan reducir desigualdades.
Conciliar para hacer buen uso de las nuevas tecnologías, sin que estas nos alienen y aumenten la brecha social.
Conciliar para poner los valores que ayudan a ser mejor personas en la agenda cotidiana, en lugar de vivir subyugados al cronómetro asfixiante o al móvil omnipresente, que nos hacen correr todo el día como títeres sin cabeza.
Conciliar para organizar los horarios de manera más sana y equitativa, adecuándolos al ritmo natural de la vida.
Conciliar para cuidar la casa común de la creación y no socavar sus cimientos con un consumo desenfrenado, un ritmo febril y unas pasiones que encienden el presente, pero queman el futuro.
Conciliar para distribuir con criterio de justicia las tareas, funciones y atenciones entre mujeres y hombres, niños y adultos, ancianos y jóvenes, pobres y ricos, generaciones actuales y venideras.
Conciliar para proteger la dignidad de cada persona, sin lastimarla con actitudes opresivas o destructivas, favoreciendo la convivencia.
Conciliar para que cuando haya discordia o enfrentamiento, se pueda allanar el camino hacia el perdón, la subsanación de la injusticia y experimentar el gozo de la reconciliación.
Conciliar como signo de fraternidad, para crear las condiciones en las que pueda florecer el amor hacia los demás, también en la esfera laboral y ciudadana.
Conciliar como modesto, cotidiano, humilde y a veces esforzado paso, hacia la felicidad, no solamente personal, sino colectiva, indispensable para aproximarse también a la primera.
Conciliar para poder buscar el sentido de la existencia y a Dios, encarnados en la realidad cotidiana, unas veces contradictoria y otras, sencilla.
Como recordaba una viñeta del dibujante de cómics Charles M. Schulz, alguien dijo que solo se vive una vez…, pero es falso: solo morimos una vez. De hecho, vivimos cada día.
Y como el día se alterna con la noche en una eterna cadencia conciliatoria, así se nos invita a conciliar valores, emociones, trabajo y vida. Tanto los que gozan de un empleo, como los que no lo tienen o trabajan precariamente, por desgracia numerosos. Tanto en estos tiempos de pandemia, con el dolor extenso que conlleva, como en momentos de bonanza, empezando aquí y ahora.
Podría parecer utópico, pero la utopía es como un faro cuya mayor utilidad se confirma cuando la tempestad más arrecia. Y en toda biografía, se suceden tormentas con períodos de calma, marejadas y agradables brisas. Cualquier día es bueno para decidirse a conciliar. Y ese es un reto al alcance de todos.
[Imagen de Gerd Altmann en Pixabay]