Este verano, Kuddu acabará sus estudios de Bachillerato. Lejos de estar preparándose los exámenes del Baccaleurat, pasa los fines de semana capitaneando su pequeña canoa. Lleva pasajeros de una orilla a la otra. Navega por el río Casamace. Sostiene el timón con firmeza, esquiva bancos de arena y aprovecha las corrientes de agua que van a su favor.
A diferencia de sus compañeros de escuela, ha decidido quedarse en casa. No tiene ninguna ansia de salir a ver mundo, de irse al extranjero para estudiar en la universidad. Ha encontrado su vocación donde nació. Se siente orgulloso de su clan y su etnia, los diola, conocidos por defenderse con valentía de colonizadores portugueses y franceses.
Kuddu admira sus antepasados, gracias a su lucha, los diola pueden disfrutar, aún hoy, de este lugar virgen y selvático. Se levanta y se arrodilla en perfecto equilibrio sobre la canoa. Otea el horizonte y corrige la trayectoria con el remo. Un grupo de pelícanos alza el vuelo.
Los diola mezclan varias religiones: algunos son musulmanes, otros cristianos y los hay que conservan la religión tradicional. Kuddu es uno de ellos. Al joven le gusta escuchar y hablar con todos.
El profesor Corominas ha decidido pasar unos días en Casamace para conocer a los diola. “Estoy impresionado de esta cultura, tienen un sistema de creencias muy complejo que me ha impactado”, me dice por videollamada. Lo felicito por el nuevo libro, Entre los dioses y la nada, que acaba de publicar en la Editorial Fragmenta.
Ya hace más de diez años que conocí a Jordi Corominas. Fue una tórrida tarde de junio. Hacía tanto calor como el que invade ahora al profesor en el Senegal. Un sol ardiente, el mismo que golpea cada tarde a Kuddu en sus trayectos fluviales.
Quedamos en la plaza dels Àngels. Teníamos que entrevistarlo sobre la importancia que tiene el hecho de dialogar. Íbamos cargados con baterías y cámaras, hechos un lío con cables y micrófonos y, sobre todo, arrepentidos de haber escogido aquella ubicación: jóvenes por todas partes haciendo acrobacias en monopatín.
El chasquido de las ruedas de uretano y la madera de las tablas contra los escalones de cemento impedían una buena escucha. Aun así, Corominas sonreía cómo si nada, y empezó a responder las preguntas en medio de aquel espectáculo.
El profesor explicaba que el éxito del diálogo depende mucho de la autoestima y la empatía que tengan los interlocutores. La persona que se siente segura no tiene miedo de cuestionarse o incluso de reinventarse. Después de dialogar se mantendrá en sus ideas o las cambiará.
“En el drama del Enemigo de sí mismo, de Terencio, esto se explica muy bien: hay un filósofo que se acerca a otro y le pregunta: ‘¿Por qué vives así?’, y el otro le responde: ‘¿Y a ti que te importa?’ El primer filósofo se justifica: ‘Me importa mucho porque si lo que me dices me convence, también yo lo haré; y si no lo encuentro interesante, te explicaré por qué y te intentaré convencer de que lo dejes de hacer’”, relataba Corominas.
El profesor también nos invitó a hacer un ejercicio de imaginación: “Piensa que te haces amigo o amiga de una persona que vive en un país lejano al tuyo, que tiene otra cultura, otra religión, que habla otro idioma; ¡esto sería sorprendente y apasionante! Las diferencias cuestionan tu persona, te hacen revisar tus ideas o la manera de estar en este mundo.”
La historia de Kuddu, el día que conocí al profesor Corominas y el libro Entre los dioses y la nada me llevan a pensar en la Tierra como un lugar plural. “En estas páginas, he intentado dar herramientas para quienes se quieran orientar en este mundo con infinitas posibilidades de escoger entre una tradición u otra; un mundo donde a la vez es fácil perdernos en la confusión de términos, planteamientos y ofertas de sentido”, dice Corominas.
Buena lectura.
[Imagen de los diola extraída de Wikimedia Commons]