Sonia Herrera. Hace ya casi un año tuve la oportunidad de charlar con Héctor Epalza, obispo de Buenaventura y activista por los derechos humanos. Charlamos sobre la situación en Colombia y en su diócesis, sobre la violencia inclemente del modelo socioeconómico y sobre la pobreza que sufre la población. Fue una entrevista dura y, por ello, necesité digerirla y dejarla reposar en una especie de barbecho antes de poder enfrentarme de nuevo a este firme y desolador testimonio fruto del compromiso social con los últimos, desde los márgenes. Hoy, por fin, lo comparto.
– Para situarnos en el contexto… ¿Qué es lo que está sucediendo en Buenaventura y cuál es la situación social y de derechos humanos que se está viviendo allí?
La ciudad de Buenaventura está situada en el mar Pacífico colombiano. Es una ciudad fundada en 1540, pero ha sido sistemáticamente marginada del desarrollo y ahora diríamos de la inclusión social. Buenaventura es una ciudad que tiene 400.000 habitantes más o menos. Es un municipio de 6.663 km2, con unas cuencas hidrográficas muy grandes -como siete- y con un potencial de 45 millones de metros cúbicos de agua dulce. Ahora parece que “Aguas de Barcelona” quiere ir por allá, a quitarnos el agua.
Por ser un corredor estratégico Buenaventura es como la manzana de pelea, de discordia, para el narcotráfico y para todo. Es el primer puerto del Pacífico y de Colombia porque de allí entra y sale el 60% de las importanciones y exportaciones. En los últimos años se ha acentuado esa disputa del territorio. Allí la mayoría del pueblo es afrodescendiente, más o menos el ochenta 80%. Entonces el pueblo afro ha ganado al mar ese territorio, con rellenos, con basura. Y ahora como viene el boom de los megaproyectos para Buenaventura -de una manera diabólica, maquiavélica diría yo-, quieren sacar a la gente. El asunto es que el mismo gobierno ha “colistado” eso, porque, según la ley colombiana, debería hacer una consulta previa a las comunidades y eso no se ha hecho.
Es la muestra de la voracidad del modelo económico que tenemos, que es un neoliberalismo salvaje. Se está asediando a las comunidades para echarlas y las que se quedan lo hacen en condiciones muy precarias, sin calidad de vida.
Por ejemplo, en el barrio donde está TCBuen (un terminal marítimo especializado en el manejo de contenedores), la Inmaculada, los habitantes son ahora los intrusos y los de TCBuen son los dueños, amos y señores. Estas empresas no se dan cuenta del daño ecológico que han hecho, del daño a la ecología humana, mediante el ruido de las máquinas de TCBuen que provoca problemas de audición, estrés y falta de descanso.
Todo se ha deteriorado con su presencia. Todos estamos de acuerdo en que haya desarrollo, pero que el desarrollo tenga unos valores, una ética, porque si no, va en contra de la misma comunidad que ahora se siente afectada.
– Leyendo su perfil, cuando me lo pasaron desde Lafede, pensaba en lo paradójico del nombre de “Buenaventura” y pensaba en las bienaventuranzas…
Sí… Cuando fui ordenando obispo hace once años, ese día de mi ordenación episcopal, como si fuera adivino o profeta, dije: “Empiezo mi aventura misionera pastoral”. Y es cierto: el nombre es muy bonito, pero la realidad es totalmente contrastante. En el fondo el problema es este modelo económico neoliberal que reina en el mundo y que lo que ha hecho es enriquecer a unos pocos y empobrecer a la gran mayoría.
Mientras persista este modelo económico que el Papa llama perverso -así lo llama en la última encíclica sobre la casa común y la ecología del mundo-, es imposible que ese objetivo del milenio de disminuir la pobreza sea una realidad. Será una quimera, un sueño muy lejano.
– Usted fue quién empezó a denunciar públicamente, a principios de 2013, la existencia de las “casas de pique” mucho antes de que este tema fuera portada de los medios de comunicación y mucho menos de que oyéramos hablar aquí de ello. ¿Podría contarnos en qué consiste?
Para el Gobierno nacional, departamental o regional “aquí no pasa nada”, “son hechos aislados”. Pero la situación social y humanitaria en Buenaventura es insostenible. Por ello, las organizaciones sociales de la ciudad, la pastoral social, la Diócesis, nos empezamos a cuestionar esas respuestas simplonas de las autoridades y decidimos afrontar esa realidad con la denuncia.
Organizamos lo que se llamó “Marcha para enterrar la violencia y vivir con dignidad” que fue un hecho masivo con la participación de unas 30.000 personas por las calles. Hicimos nueve paradas porque en Colombia cuando muere una persona, después del día del funeral se hacen nueve noches. Por eso hicimos nueve paradas: por los desplazamientos, las fronteras invisibles, los feminicidios, los desaparecidos… Cada parada tenía un tema. Y luego la agremiación de comerciantes hizo también un plantón del comercio un día.
Ya no estábamos hablando del imaginario, sino de hechos, de la existencia de unas casas de pique a las que llevaban a las personas vivas y con motosierra las desmembraban. En septiembre de 2013, por ejemplo, hicimos una marcha de la paz. La respuesta a esa marcha fue que desmembraron a un joven de veintitrés años y al día siguiente de la manifestación su cabeza apareció en la cancha de fútbol donde habíamos terminado y los demás miembros del cuerpo de este joven, en bolsas por varios barrios de la ciudad. Esto es la barbarie.
Se denunció eso y junto con el defensor del pueblo empezamos a preguntarnos dónde desmembraban a la gente, pues tenía que haber lugar. Y aunque suene muy horrible decir ese nombre tan impresionante, es decir, casas de pique, es así, picaban a las personas. Eso ha sido lo más impresionante de la barbarie que ha azotado Buenaventura. En 2015 han disminuido los asesinatos. Hubo treinta y dos días en que no hubo asesinatos. Ha mejorado y ha disminuido pero el problema de Buenaventura es que el control del territorio lo tienen estas bandas del narcotráfico, no la policía por más que quiera.
– Esa especialización de la violencia, esa crueldad, recuerda en cierta manera a lo que ha vivido México en la última década…
Yo creo que lo que ha vivido México, lo vivió Colombia primero. Eso le decíamos a los obispos, aunque a los obispos mexicanos no les gustaba mucho esa comparación. Pero la barbarie y la violencia no tienen nombres, digamos. No tienen fronteras.
– Usted ha llamado repetidamente a un compromiso para romper con una historia de indiferencia estatal hacia los sectores sociales más desfavorecidos. ¿Ha obtenido alguna respuesta institucional de esta demanda, de esta llamada al compromiso?
El Papa ha hablado con una claridad impresionante de que en el mundo de hoy se ha globalizado la indiferencia y también en Buenaventura. Yo le decía a la gente: “Deja la indiferencia, manifiéstate, despierta”. Y no se ha solucionado, pero hemos hecho visible el problema. Es una cuestión social, compleja, con muchos actores implicados. Para llegar a ese bienestar, esa ventura que se merece Buenaventura, apenas hemos empezado. Yo creo que el hecho de hacerlo visible ya es algo pero no lo es todo. Hemos empezado la etapa de la solidaridad.
Y precisamente nuestra venida acá, a Barcelona, tiene que ver con eso. Para que en el mundo se conozca, en Europa se conozca todas esas barbaridades, pero no sólo las de allá. Sino para pedir que las empresas sean una parte de la solución y no vayan a incrementar más la violencia con la injusticia y sus actitudes de prepotencia y soberbia, de economía neocapitalista, sino que vayan en un plan de respeto a las personas que están allá y a su territorio. Es un llamado más que a la legalidad, a la humanidad.
Entonces que respeten por lo menos los derechos humanos y luego, sí, hablemos de legalidad. Hablamos tanto de derechos humanos, pero de qué vale que estén escritos si en la realidad de las relaciones de un país y otro no se viven. Pedimos que no nos vayan a atropellar, sino que nos respeten, no por lo que tenemos, sino por lo que somos, porque es el valor innato de la persona humana. Si no que creemos que hay Dios y somos imagen y semejanza de Dios, por lo menos que nos veamos como seres humanos que no hay que esclavizar, humillar, victimizar, sino ayudar a elevar.
Imagen extraída de: La Directa