En el marco del seminario teológico del curso 2023-24, que llevaba por título «Teología y ecología. Fundamentación teológica de la ecología», mi reflexión gira en torno a la pregunta de si la ecología realmente tiene que ver con la economía y en qué medida. El juego de palabras economía – ecología, ¿podría resultar proporcional a la pareja necronomía (I. Zubero) – biofilia (J. Laguna)?
Nos lo preguntamos tras observar cómo Zubero describe las reglas de muerte (necronomía) con la metáfora del mundo colonizado descrito en dos pares de palabras: capitalismo caníbal – privilegio patriarcal. Con esta estructura entrelaza en intersecciones muy precisas y de grado equiparable los planos: económico, ecológico, político, emancipador.
Las connotaciones de ambos autores mencionados y su sintonía con el sensus fidei de la Iglesia revelan la necesidad de poner la cuestión ecológica a la altura de la economía y como tema central de las democracias, en el ejercicio de «hacer de lo personal, lo político» (K. Millet). Además, sitúan la preocupación ecológica como primordial en el plano cultural y político. De esta forma, la ecología se convierte también en un nuevo paradigma teológico, como propone José Laguna.
Este paradigma necesita aún discernimiento y profundización. La caída del ideal del estado westfaliano[1] hace que las reglas económicas nacionales queden eclipsadas por las reglas financieras de los supuestos mercados libres y comporta la necesidad de unas alianzas internacionales que sean capaces de resistir la rapacidad de los mercados. Se trata de que las democracias no se limiten a sus marcos territoriales y no lleguen a pervertir su sentido y pretensión igualitaria al permitir la elección de representantes cuyos principios se alejan o difieren de los principios democráticos.
¿Dónde buscar estas alianzas? ¿Qué estrategias pueden enseñar las teologías feministas en pos de un mundo sostenible? ¿Qué tipo de alianzas verdes y violetas promover? Hilaré unas pocas reflexiones que, más que responder, pretenden suscitar otras preguntas, como lo atestiguan los participantes de la semana teológica en el Centro Ignacio Ellacuría de Burgos de este año. Este artículo es un sucinto resumen de aquella ponencia[2].
Judith Butler, en la muy interesante entrevista que concedió a la TV3 con ocasión de ser galardonada con el Premio Internacional Catalunya 2022 por la lucha feminista y por la lucha por la no-violencia, afirma:
La extrema derecha con sus discursos homófobos, racistas, ha ido creciendo en el mundo. Las cuestiones relacionadas del feminismo, de la violencia de género, de la libertad sexual y de género forman parte de los discursos de los nuevos autoritarismos. Esto quiere decir que todos los que nos oponemos al autoritarismo y que queremos preservar la democracia, deberíamos defender el feminismo, el género, los estudios de género. Deberíamos defender los derechos de las personas migrantes y construir solidaridades cada vez más grandes para poder resistir las influencias de la derecha.
Mi aportación al seminario ecoteológico a la luz de la importancia que establece Zubero a la cuestión económica es que la teología ecofeminista es una oportunidad para la Iglesia y de que el feminismo es una oportunidad para una plena democracia en la medida en que sepamos hacer el balance (equilibrar, deshacer los desajustes) entre economía-ecología y necronomía–biofilia.
El sesgo político de una teología al servicio de la humanidad y de la vida (en su amplio sentido) es innegable, como afirma la ecoteóloga y filósofa feminista de la religión Catherine Keller. La reflexión teológica feminista, a su vez, busca alianzas biofílicas más allá del ámbito religioso para cumplir con su cometido interseccional e interdisciplinar y apunta —ya desde hace tiempo— a la gin/ecología (Mary Daly, 1978), a la Green Theology (Trees van Montfoort, 2019) o el ecofeminismo (Alicia Puleo, 2011). Entre los retos que destacan estas autoras, recalco principalmente: (1) los nacionalismos extremistas que desdibujan las facetas y los esfuerzos políticos feministas, (2) la disipación de las fuerzas del movimiento feminista y la necesidad de «plantear mejor los desacuerdos», como sugiere Linn Tonstad (2016), (3) descubrir los modelos del cuidado y las alianzas laicas para una reflexión que (4) incida en las prácticas gin/ecológicas sociales glocales (globales/locales).
Marco europeo y glocal
Los terremotos, la explotación de bosques y ríos para asegurar el petróleo junto a la existencia de los gobiernos populares de administración neoliberal deja a la tierra sin recursos y empobrece a las comunidades indígenas y a los ciudadanos a pie de calle. Ante tal panorama, Judith Ress (2022) propone seguir construyendo la consciencia feminista y continuar buscando las hermenéuticas que permitan re-cordar las memorias de las mujeres olvidadas. También reclama traer a la luz las políticas, doctrinas, y vivencias que pasan por el cuerpo sin violarlo con el fin de recuperar la espiritualidad y el equilibrio psico-somático en las mujeres y, de este modo, y por medio de un lenguaje inclusivo que genere alianzas, ir ganando peso y relevancia política.
Europa, desde su diversidad lingüística y climatológica, cultural y filosófica, se encuentra en la encrucijada entre Oriente (China) y Occidente (Estados Unidos) y, pese a ser un territorio relativamente pequeño, juega un papel de «equilibrio de fuerzas» en la arena política internacional, un rol debilitado por la guerra en Ucrania. El propio rostro de la dependencia de los recursos energéticos rusos-ucranianos (el gas, trigo, materias primas para la construcción) que ha descubierto recientemente Europa deja patente que los intentos políticos de paz y democracia están en profunda crisis y auguran un cambio de estrategias y alianzas mundiales, un cambio de los ejes de fuerza y el desplazamiento de temas «periféricos», como pueden ser los derechos de las mujeres.
Intersecciones político-ecológicas y feministas
¿En qué afectan los nacionalismos al feminismo y a la teología feminista? En primer lugar, como afirma Catherine Thorleifsson, los partidos de extrema derecha utilizan los signos cristianos de forma ecléctica para buscar puntos de referencia comunes en la religión cristiana. Se manipula los sentimientos religiosos para que sirvan de pretexto contra los extranjeros (procedentes de otras religiones), pero se promueve las políticas que no tienen mucho que ver con los valores cristianos[3].
En este panorama, parece que las mujeres nunca acertaremos: o negamos la pertenencia a la Iglesia (que parece afín a los partidos de derecha) o al progreso (codificado como ateísmo neoliberal). La pretendida igualdad social sigue siendo un espejismo y la sostenibilidad no deja de ser una presunción de ella: la tendencia ecologista de movilidad hibrida o eléctrica, los carriles bici, el uso del tren en lugar del coche o avión, etc. chocan con los basureros no reciclables de los residuos europeos en la India, con la fabricación destinada para el bienestar a cambio de bajísimas remuneraciones en China, Vietnam, Marruecos, la dependencia de la logística marítima contaminante, las inversiones en la energía nuclear (con la denominación de energía «limpia»), etc.
En la pirámide de los privilegiados la base la siguen formando las mujeres en los trabajos de asistencia a mayores, porque la pirámide demográfica está ya invertida en Europa (Eurostat 2017). En estos trabajos no hay seguridad social ni contratos laborales, se fomenta la economía sin impuestos e se imposibilitan los trámites para obtener la ciudadanía en caso de las extranjeras, las limpiadoras de casas o industrias, las cocineras en los restaurantes de carretera, las inmigrantes.
Propuestas ecoteológicas feministas
Si bien el cristianismo nos recuerda que necesitamos la salvación, ante este marco complejo y diverso, donde las mujeres tienen condición de oprimidas, la reflexión crítica de la teología feminista muestra que no necesitamos un salvador cualquiera. Es más, confiamos que Cristo ya ha salvado el universo y por eso las mujeres debemos tomar el destino en nuestras manos.
Catherine Keller (2018) busca, en una democracia sostenible, los medios que refuercen la relacionalidad interdependiente de las (y los) ciudadanas. Entre glaciares que se derriten, aguas que suben y sequías que se extienden, la Tierra ha dejado de tolerar nuestra pretensión de dominio sobre ella. Pero, ¿cómo podemos afrontar el cambio climático cuando las crisis políticas nos siguen explotando en el presente? Si la política del excepcionalismo es de origen teológico, Keller se pregunta: ¿no deberíamos alistar a las comunidades religiosas del mundo como parte de la resistencia? En este sentido, la autora pide que se disuelva la oposición entre lo religioso y lo secular en favor de un amplio movimiento planetario por la justicia social y ecológica.
Cuando nos enfrentamos a las derechas populistas y autoritarias fundadas en el supremacismo cristiano de los hombres blancos, podemos contraatacar con una teología cargada de mesianismo, a menudo tácito, del momento presente, que reclama un nuevo público complejo. Esta teología política de la tierra activa a las poblaciones del mundo, unidas en solidaridad y comprometidas con soluciones revolucionarias a las crisis entrelazadas del Antropoceno.
Los lenguajes marcan las coordenadas de los mapas de representación y relaciones sociales. Los conceptos de biofilia[4] y de ego-ecología[5] son una invitación a las mujeres para que tomen conciencia de su importancia y responsabilidad en la creación de un nuevo mundo y en la transición hacia una justicia de estilo feminista.
La teología feminista conecta con estas reflexiones precisamente como una instancia crítica que busca una reflexión equilibrada sobre la escatología y la creación, más allá del androcentrismo y antropocentrismo (J. Laguna, Cuaderno CJ 195; C. Magallón, Cuaderno CJ 209).
Conclusiones
La crisis política que experimentamos se desarrolla en medio de una crisis ecológica. Nos hallamos como especie humana dentro del mismo «oikos planetario de nuestra ecosocialidad» (C. Keller) y comprender esta materialidad enmarañada y las identidades que conforman requiere una amplia gama de recursos teóricos. El reto del momento consistirá en crear alianzas multifacéticas que eviten que la causa feminista sea eclipsada por la urgencia de la «paz» ante la guerra o de la comida ante la «hambruna».
El ecofeminismo reclama poner el foco en el patriarcado como el mal a desarraigar para poder plantar un futuro biofílico, y la teología ecofeminista trata de desmontar los imaginarios religiosos patriarcales para que no eclipsen a la mujer detrás del «hombre perfecto/dios» o para que no prioricen la raza humana sobre la «vida» del planeta y del cosmos. Por eso se necesita la presencia de las mujeres conscientes ego-ecológicamente en diferentes plataformas, colectivos y alianzas, para debatir mejor y no perder representatividad en las corrientes de futuro.
Las propuestas de teología ecofeminista pasan por recuperar los orígenes místicos de la inspiración ecológica en la tradición teológica y por seguir revisando transversalmente las implicaciones simbólicas entre soteriología y cristología. Se propone también repensar la categoría del cuidado y de la biofilia con el fin de buscar medios de una democracia sostenible que refuerce la relacionalidad interdependiente de las (y los) ciudadanas y para encontrar los lenguajes y medios de transmisión a diferentes ámbitos científicos de los avances de la reflexión teológica. Finalmente, pretende determinar las praxis concretas de la puesta en marcha de un modelo ecoteológico que sea relevante socialmente en alianzas con otras plataformas y movimientos afines.
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[1] Nancy Fraser, Fortunas del feminismo. Del capitalismo gestionado por el estado a la crisis neoliberal, Madrid: Traficantes de Sueños, 2015.
[2] https://www.youtube.com/watch?v=HeaDW9LD2v0&t=4908s
[3] «En las luchas políticas se utilizó la confrontación de las feministas liberales y radicales en base a las convicciones con respecto a la maternidad y el ámbito familiar» (Wozna, 2019, p. 63), «la estrategia de manipulación de género sirvió para la victoria de Bush porque invocaba una política de reconocimiento codificada en términos de género para ocultar la política regresiva de distribución» (Fraser, 2008, p. 198).
[4] Daly define la biofilia como «la lujuria original por la Vida que es el núcleo de la E-moción Elemental; la Lujuria Pura que es Némesis del patriarcado y del estado necrofílico» (Mary Daly, 1984 ed. 2022, 30). Esta biofilia señala los aspectos de una justicia ubicada en el marco personalizado por la divinidad Némesis, ya que las luchas por la justicia, sean de derechas o de izquierdas, se han vuelto yermas y el concepto «justicia» ya no inspira a las mujeres, siendo su tradición demasiado tergiversada en el patriarcado.
[5] Zavalloni (1987), plantea la cuestión de cómo una mujer, miembro de una sociedad y una cultura determinadas y que se desenvuelve en un entorno determinado, elabora una imagen de sí misma, de los demás y de la sociedad. Las representaciones no son solo ideas, una traducción mental de una realidad externa percibida, sino que se refieren a todo un espacio imaginario y simbólico, a una creación que expresa al mismo tiempo valores, una concepción de sí mismo y del mundo. Es este espacio imaginario y simbólico que subyace y acompaña, como pensamiento de fondo, a las representaciones que una persona o un grupo se dan a sí mismos lo que el análisis ego-ecológico se propone explorar.
[Imagen de Frauke Riether en Pixabay]