“No es fácil. Pero quizás, lo de la seguridad”, le digo a Pancho, el rector del colegio de San Felipe Neri, en Riobamba. Me preguntó por la imagen que me llevo del país tras estos días de visita en Ecuador. Es verdad que no es lo único: todavía traigo en los ojos la multiplicidad de colores, de olores y de vida de la feria de Guamote, donde pasé unos días con la comunidad de jesuitas y acompañando al equipo que llena de sonidos y vida la Voz de Guamote, la AM, sus redes, sus canales de vídeo. Disfruto con Alfonso, el locutor local, quichua parlante, y con Chloe, la joven voluntaria de Calais, en el norte de Francia, que aprendió castellano y no pocas palabras en Quichua en los meses que lleva en el cantón. Vamos de un lado a otro de la Feria, entrevistando a comerciantes, paseantes, agentes de la seguridad y presuntos compradores. Nos paramos ante los sacos de papas y verduras, preguntamos precios que llegan a las gentes a través del canal de Facebook. La curiosidad me detiene delante de un puesto de sombreros como los que veo que llevan todas las mujeres quichua del cantón. Mil colores en los ropajes, en las frutas y las flores. Los aromas varían casi siempre dulzones. “Para dolor de piernas, de tobillos, de rodillas…”, oigo que resuena una voz por un parlante situado en algún lugar entre la multitud. “Eso es para mí”, pienso. Y al poco la misma voz asegura que tiene algún tipo de remedio “por si su niño llora mucho, por si su bebé no se duerme, por si es muy revoltoso…”. Esta vez me digo que eso no me toca. Al rato, en la plaza central, junto a unas letras enormes que leen Guamote, Alfonso entrevista al teniente de la policía local. Cuando acabe, le preguntaré cómo bajar a Guayaquil, en estado de excepción como otros siete departamentos del país. “No vaya solo”, me dice. “Es usted muy gringo”.
Así que no es fácil elegir una sola cosa, pero a Pancho, el rector del colegio, le digo que lo que más me ha impresionado es lo de la seguridad. A pesar de las curvas, bajamos tan rápido que noto el aumento de presión en los oídos como un ligero zumbido muy tenue. Apenas hemos dejado atrás la inmensa mole encanecida del Chimborazo e iniciamos el descenso, cuatro mil metros, hacia Guayaquil. Dejaremos atrás el frío no molesto de la sierra. Cambiará la vegetación, de los bosques parecidos a pinares con mucho eucalipto que alguien debió pensar apropiado, del pajonal de los páramos que retienen aguas y suelos, a la aparición paulatina de los árboles y frutales propios del trópico, adaptadas a un ambiente a la vez intensamente húmedo y caluroso. Luego, el llano inmenso hasta Guayas, atravesando zonas inundables sembradas de arrozales, extensas áreas de palma africana o los amplios cañales para el azúcar y el biocombustible. “Ahí están Los Lobos”, comenta Pancho. Se refiere a una de las bandas articuladas con los carteles mexicanos que vienen sembrando terror y violencia creciente en las rutas del narco que atraviesan Ecuador. Estamos llegando a Guayaquil, antes de entrar a la ciudad cruzando uno de los puentes sobre el río Daule, dejamos atrás Durán, dominada por la filial criminal del cartel mexicano.
No es fácil lo de las carreteras. Dos días después, ya en la capital portuaria del país, circulamos por La Perimetral, así la llaman. “Otro abusón. Ya se metió el bus por donde no debe”, dice Eduardo girando levemente el volante hacia su derecha. En la autovía que circunda Guayaquil la ley del más grande impera. Sonrío recordando las ocasiones en que con mi bicicleta me tuve que pegar al arcén cuando venía de frente una “guagua” en las carreteras de mi isla natal. Vamos camino de Hogar de Cristo, una institución que parte de la inspiración de Alberto Hurtado, jesuita chileno del pasado siglo, cuya experiencia no entiende de fronteras. Las siguientes horas, mientras me encuentro con los equipos de la institución, prestaré atención a relatos que tienen que ver con la vulnerabilidad: carencias en las viviendas, falta de formación, desamparo migrante, violencia contra las mujeres, descarte, desprecio, abandono. También oiremos hablar de programas, proyectos, sueños, historias de superación y crecimiento. “Yo empecé a venir con ocho años”, comenta Raúl. Estamos en una sala que respira tecnología. “Queremos ir a Turquía”, subraya enfático. Allí será el campeonato mundial de robótica escolar. No sería la primera vez que el equipo de Hogar de Cristo lo consiguiera. Ya estuvieron en Corea representando a su país. El profesor que dirige el proyecto enfatiza: “Por primera vez, la mitad son muchachas”.
“No es fácil”, me dice Carlos, que vive de su mototaxi en Trinipuerto. A su juicio, las cosas han ido a peor durante los años del presidente Laso y no piensa que vayan a mejorar con Noboa. Añora el tiempo en que Correa lideró el país y en el que él tenía trabajo en una empresa de papelería. “Y lo peor es no poder salir tranquilo a la calle. Llevas el celular escondido. La cartera la dejas en casa. Lo que te pagan los clientes es poco y lo tienes que defender cediendo ante quien te ofrece una vacuna para la seguridad”. Se llama vacuna porque te protege frente a las mismas bandas que te lo piden. “No, no lo hacemos. No tendría marcha atrás”, me dice Eduardo cuando le pregunto con descaro si la seguridad de Hogar de Cristo pasa por responder positivamente a la extorsión. Luego me contarán que ha habido problemas, que alguna delegación recibió muchas amenazas, que incluso tuvieron que retirarse durante un tiempo de sus instalaciones en algún territorio. “Nos pidió el padre que no fuéramos a la sede para la reunión del directorio”, me cuenta un amigo empresario asociado a la obra social de los jesuitas. Me alaba la obra y al equipo que la dirige. Pone el foco en los problemas de seguridad.
No ha sido fácil. Monte Sinaí, el sector urbano donde está Hogar de Cristo, es uno de esos barrios empobrecidos en los que imperan las bandas. Eduardo condujo con pericia desde el colegio Javier y el recorrido permitió ver un deterioro progresivo de la infraestructura viaria y también del tipo de viviendas. “Aquí nació Hogar de Cristo con ese objetivo: proporcionar viviendas baratas para las personas que llegaban a la ciudad”. Antes de entrar al amplio recinto, preciosamente arbolado, donde están las instalaciones, Eduardo me pasea por Monte Sinaí, una inmensidad de casitas bajas que suben y bajan colinas. Me muestra algunos programas piloto de nuevas viviendas, ya no de madera y caña, como empezaron el pasado siglo. Me habla de los microcréditos y de los proyectos de huertas familiares, del cultivo de hierbas medicinales, de las empresas de tejidos, reciclajes, artesanía. “Lo más difícil es comercializar. Ahí les acompañamos también”, comenta Eduardo que habla con normalidad, como si no cayera en la cuenta de la grandeza de la esperanza que siembran. Junto a las instalaciones del Hogar de Cristo diviso otro logo conocido: el corazón y las criaturas de Fe y Alegría. “Las chicas lo tienen más difícil”, repite el profesor del proyecto que quiere llevar su robótica a los concursos internacionales. “Lo tienen más difícil porque tenemos miedo. Hay que ir a buscarlas. No pueden venir solas. Ya sabe donde estamos”, dice dando a entender la inseguridad que vive el país y, concretamente, este área de su capital portuaria.
Pero lo de Correa tampoco es fácil. Su suelo electoral casi coincide con su techo en torno a un 30%. Desde hace años vive en Bruselas, huyendo de la justicia ecuatoriana, de la que reniega. Asegura que todo es persecución política aunque quienes no están con él, aunque reconocen unos inicios brillantes, le reprochan estar en el origen y ser parte de una corrupción que ha arrastrado al país a manos de los narcos. Desde Bélgica, Correa es un activista de las redes sociales y hace de la crítica a los nuevos gobernantes un oficio continuado. Por su parte, el joven presidente Noboa, milenial de esa nueva generación que hace de la política espectáculo, celebró sus seis primeros meses de presencia en el gobierno con un discurso televisado en directo ante las cámaras, plagado de insumos tecnológicos. Aseguró que está desembarrando lo que embarraron los gobiernos anteriores. Y que en seis meses ha cambiado la tendencia de sumisión ante el crimen en la que vivía la sociedad ecuatoriana. Frases breves. Dichas con contundencia. Mensajes claros centrados en la seguridad y respuestas sarcásticas a los dichos que llegan del correísmo. Al poco de su llegada al poder, tras unas elecciones en las que fue asesinado el candidato Villavicencio, Noboa declaró el estado de conflicto bélico interior y tomó una serie de medidas encaminadas a promover la seguridad: estado de excepción, ejército en la calle, toma de los centros penitenciarios que se habían convertido en instalaciones en manos de las bandas y sus cabecillas. Convocó un referéndum en el que la población aprobó que el Ejército pudiera hacer funciones policiales sin necesidad de aprobación parlamentaria y la posibilidad de extraditar a ciudadanos ecuatorianos cuando tuvieran cuentas pendientes en otros países.
“No es fácil”, le digo a un amigo que vive en la ciudad. No es fácil pero están ahí. Conversas con ellas y ellos a diario. Los millones de personas que cada día salen a los mercados, crean empresas que dan trabajo o microemprendimientos que responden a las necesidades de su sociedad, de fundaciones solidarias y que ponen su empeño en la transformación política. Ciertamente, desde la sierra a la costa, desde la selva amazónica al Pacífico, Ecuador está sembrado de buena gente, belleza paisajística y riquezas minerales y agrícolas. Muchas buenas personas y muchas oportunidades. Pero no es fácil construir una sociedad democrática, participativa y responsable, cuando las desigualdades brutales tientan a los jóvenes para alistarse en bandas que ofrecen identidad, prestigio, adrenalina y plata. Y menos cuando las mafias internacionales parecen articularse en su negocio mucho mejor que los gobiernos en su defensa de la libertad y la justicia. La mucha esperanza de tantas buenas personas que trabajan cada día por hacer más fácil la vida a los demás, chocan con el espectáculo que dan las clases dirigentes y con la corrupción criminal que parece ya adn de no pocos funcionarios de seguridad y altos cargos de las administraciones. De lejos, del Caribe, me llega la frase de otro compañero, este Haitiano: “Si no hay justicia, la venganza se abre camino”. Estamos a la búsqueda. Afrontando.
[Imagen amalavida.tv from Ecuador, CC BY-SA 2.0, via Wikimedia Commons]