En una societat del càlcul i de competició permanent, els que cauen deixen d’existir i el lloc de revelació del Déu del Crist es troba en aquest anorreament silenciós. Els qui cauen són els prescindibles. Els altres som amnèsics. El destí dels qui cauen, dels que sobren, dels que no compten per a ningú, és la seva desaparició. Un Déu que no compta, i que no és comptat, és un Déu que no compta als ulls del món. Amb aquesta afirmació, aparentment un senzill tripijoc de paraules, el que diem és una veritat gran per a molts de nosaltres: el nostre Déu, el Déu que s’ha fet carn no compta, no és un Déu comptable i tampoc és un Déu que compti. Nostre Déu no és una variable més del capitalisme que, d’altra banda, no té cap necessitat de Déu. Els ídols –i el capitalisme n’està ple– no compten amb un Déu de veritat, el dels coixos.
Viure la trobada amb Déu a partir dels més vulnerables, els humils de debò, els humiliats, els coixos, els cecs, és clau per a la nostra espiritualitat i per a poder redescobrir l’Evangeli en tota la seva força. No intentem subratllar una obligació moral, una afirmació dogmàtica qualsevulla o una dimensió existencial, sinó (re)descobrir un lloc teològic que hem de fer veritablement nostre, més enllà de la retòrica. Només si descobrim a Déu entre els expulsats d’aquesta societat del consum compulsiu, els que s’enfonsen en els mars o en la sorra dels deserts, en primer lloc, el mar que tenim més a prop, el que anomenem mare nostre, mare nostrum, podem continuar buscant i creient en Déu. La crida dels que s’enfonsen és el lloc de la revelació de Déu. En buidar-se i fer com un home qualsevol, com un no res, un esclau, abaixat, humiliat, obedient fins a la mort (Flp 2: 6-8), el Crist ens ha evangelitzat al Déu de debò. Com escrivia el profeta, “llavors brillarà com l’alba la teva llum i les teves ferides es clouran” (Isaïes 58: 8). Llavors, només quan comptis amb el Déu que no compta.
A continuació faig un extracte de Le Dieu qui ne compte pas. À l’écoute des humiliés et des boiteux d’Étienne Grieu. El llibre em va ajudar i em va impressionar força. Com que aquest resum és meu, també la responsabilitat pels errors és només meva. L’interès de las idees i provocacions son de l’autor del llibre.
«Dios está entre los humillados y los cojos, Dios no cuenta, es decir no es un contable, tampoco un severo fiscalizador de nuestras existencias. ¿Qué lugar hay para el Dios de Jesucristo en la sociedad del cálculo y la competición?, ¿no debe ser expulsado del juego ya que no representa ningún papel? Él ha estado, como quien “no retuvo celosamente el rango que le igualaba a Dios” (Flp 2:6) y se dejó conducir a una muerte indigna».
«Sólo una “teología de la prosperidad” que lo imaginase como un campeón –incluso atípico– para escalar los peldaños del éxito, habría de tenerlo en cuenta. Al describirla así, nos damos cuenta de que ésta es una idea grotesca. Ese dios quedaría reducido a un instrumento al servicio de nuestros deseos de grandeza».
«En sus antípodas, el Dios bíblico se revela como un Dios que, no contento de sostener e insuflar vida a la creación, busca establecer una relación en la que uno es llamado por otro y éste puede responder con todo su ser. Ese vínculo que da vida, que en la Biblia recibe el nombre de Alianza, no tiene otro “porqué”, sino “porque eres tú”. La llamada no pone condiciones previas, no mide, no calcula, ni exhibe ninguna factura que debiera pagarse antes de comparecer ante Dios; es Él quien se desplaza cuando la persona de su Hijo viene al encuentro de la humanidad, a la búsqueda del último de los últimos, de aquel que no cuenta a los ojos de nadie, para inaugurar con él la Alianza que a partir de ese momento puede acoger a todos los otros».
«Desde que somos conscientes, notamos esa diferencia de lógica tan radical entre esta dinámica de la Alianza y los modos de organización en que todo se debe aprovechar, en que cada uno no existe sino en función de las prestaciones realizadas o de los frutos que aporta. Ése es un mundo sin llamadas, ni encuentros ni perdón. Por suerte aún no ha llegado a dominar todo con su lógica insensible, aunque gana terreno, sobre todo en el espacio público, de manera que nuestros intercambios tienden a resumirse en una competición, mezcla de comercio, juego de imágenes y golpes de efecto».
«Cuando vencen el cálculo y el río revuelto, el Dios de Jesucristo ya no cuenta. Sólo le queda desaparecer de los radares. Para quienes dan crédito, no aporta nada. En el juego –por lo menos en el ámbito religioso– sólo siguen en danza los poderes que luchan por imponerse y no saben hacer otra cosa que seducir, controlar y someter».
«El Dios de la Buena Noticia se ha retirado, ¿no es acaso eso lo que estamos viendo cada día? Los cristianos hemos de afrontar esta situación no como un drama o una injusticia sobrevenidas, sino como el contexto del anuncio del Evangelio. Es ése, el Dios que no cuenta, el que hay que anunciar, lo que no es posible desde la competición. Aunque pueda suceder que, más pronto o más tarde, ese gesto de disponibilidad radical y gratuita sea reconocido como una verdadera Buena Noticia, una noticia que libera de las lógicas inmisericordes y bloqueadas».
«Este combate no es sólo el de la fe; es también el de la humanidad, pues consiste en preocuparse de hacer crecer los vínculos humanos que nos permiten decir a los otros a quienes nos dirigimos, simplemente “porque eres tú”. No se trata de una prestación o un golpe de efecto, sino de un cuidado de los otros indisociable de una manera de habitar el mundo desde la atención, la escucha y el respeto. La acogida del hermano va unida a la preocupación por la creación pues, en ambos, hay una llamada a cada uno a la existencia».
«El Dios que no cuenta es el que nos convoca. Dios no pretende hacer valer sus actos de servicio o imponerse en nuestras competiciones. Dios, puro don, siempre ha rechazado que el cálculo ocupe la primera plaza. Ése es el rasgo del rostro de Dios que queremos presentar en nuestro contexto».
«En efecto –y con ello tocamos el corazón de nuestra pretensión–, acoger al Dios que no cuenta está unido al reconocimiento del valor de todos aquellos que, habitualmente, “no cuentan”, no son dignos de interés. El encuentro con el verdadero Dios abre para los cristianos, una cita crucial con todos aquellos de quienes nos liberaríamos con gusto, los humillados, los sufrientes, todos aquellos con los que no sabemos bien qué hacer en las búsquedas de éxito. Más allá de una obligación moral, es para los creyentes un verdadero lugar teológico. Ahí se juega el descubrimiento del rostro del Dios verdadero, un camino recorrido con aquellos que no cuentan. Muy frecuentemente, ellos sí que cuentan con Dios, pues, confrontados a la desgracia, perciben cómo actúa en su existencia y les acompaña. Algo de la resurrección hay en ello. El Dios que no cuenta no ha renunciado a ser Dios, aunque su poder lo ejerza de otra manera a como lo imaginamos. Es un poder que da vida, alza a quienes han caído y ofrece una respuesta».
«Aquí entra en juego lo que en el lenguaje de fe llamamos salvación. La señal de la salvación es una existencia feliz: no hay que demostrar nada, sino recibir la vida de alguien que llama y ama. La salvación es recibida en una relación que pasa por “aquellos que no cuentan”, con quienes somos salvados. Sin ellos no lo seremos. Ésta es nuestra tesis».
«Todo esto tiene consecuencias para pensar la Iglesia y su misión. Ésta no puede anunciar la Buena Noticia como si la relación con los humillados y quienes viven al borde del camino derivase sólo de una responsabilidad ética, lo que sin duda es cierto. El núcleo del anuncio del Dios “que da la vida a los muertos y llama a la existencia a la nada” (Rm 4,17) es el punto que permite recuperar fuerza, vigor y esperanza. En la escuela de los más vulnerables, como pasaba en tiempo de Jesús, los discípulos son los testigos sorprendidos ante las maravillas que Dios opera en aquellos que en todas nuestras competiciones han sido descalificados».
«La Iglesia anuncia lo que normalmente no tiene carta de ciudadanía, la búsqueda del Dios que no cuenta. Entonces, su palabra es nueva y provocadora. Cuando, por el contrario, busca alzarse sobre una u otra de nuestras escalas de grandeza, su voz no llega a hacerse escuchar sobre lo insólito del Evangelio y su mensaje cae de nuevo en la banalidad».
[Imatge d’Aurélien Barre a Pixabay]