“Complicado, mucho. Pero no ellos, ellos no son complicados; su vida, su contexto, eso es complicado”, dice Melina mientras da otro sorbo al mate que calentito tiene entre sus manos. El mate y unas pastas están al centro de un encuentro al que nos ha traído Rafa Velasco SJ, el provincial jesuita de Argentina y Uruguay. Estamos en el pórtico de la pequeña capilla de San Luis Gonzaga, una de las que articulan las presencias de la parroquia jesuita de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en San Miguel, en el gran Buenos Aires. “¿Y tantos mosquitos?” Pregunto a la señora que tengo al lado. “Es así los últimos años. No era antes. Pero el cambio climático los trajo. Este año llegó el dengue y ha hecho mucho daño”. El mate, siempre compartido, que pasa de mano en mano, me da también su calor. “Es como un refugio”, retoma Melina. Pero el diálogo es coral. Estamos en la media jornada de descanso de la Asamblea de Provinciales Jesuitas de América Latina y el Caribe. Son las 15:00 y tras un breve trayecto en colectivo, caminamos por las calles de San Miguel. Pasamos junto a Radio FM Trujui, la emisora jesuita en la zona. Hace unos días pude compartir un ratito con su equipo mientras emitían un programa protagonizado por las chicas y los chicos del penúltimo año de la secundaria. Al llegar a la capilla de San Luis, nos esperan los miembros de la comunidad parroquial con una sonrisa y gesto cordial y con una mesa en la que está el café, las pastas, algún refresco y, por supuesto, el mate.
“Es complicado” nos dirá más adelante Zarazaga, el jesuita director del CIAS, la obra de reflexión social que tiene la orden ignaciana en Buenos Aires. “Los académicos, los politólogos”, nos dice, “no lo vimos venir”. Se refiere a la irrupción de Milei como estrella política en el país. Confiesa que las encuestas del CIAS venían mostrando que los jóvenes daban credibilidad al mensaje “motosierra” de aquel político, profesor y estrella mediática que fue emergiendo poco a poco de programa de televisión a tertulia radiofónica y con un uso espontáneo, al menos en apariencia, de las redes sociales. Zarazaga traza un relato rápido de un siglo de relaciones entre el estado y la sociedad argentina: “Las exportaciones (commodities) dieron mucha plata y el gobierno de Perón transfirió durante generaciones riquezas de contención a los grupos más populares”. A juicio de Zarazaga, esta relación protectora del Estado con los grupos más populares, capaz de generar índices cercanos al pleno empleo, pervivirá hasta la crisis hiperinflacionaria del final del gobierno Alfonsín.
Antes del encuentro con Zarazaga, en la comunidad jesuita de El Salvador, hemos paseado por el viejo Buenos Aires, desde la plaza de Mayo a la iglesia de San Ignacio, junto al colegio que llevó su nombre y que fueron la principal obra de los jesuitas antes de la expulsión ordenada por Carlos III. La guía, una ágil narradora argentina con apellidos vascos, nos presentó la edificación, su historia, nos dio los nombres de los ingenieros implicados y resaltó la labor de artesanía de los maestros guaraníes traídos desde las misiones con el propósito de levantar la obra. También nos habló de los esclavos de origen africano que fueron usados en los trabajos más duros. El breve relato de los jesuitas en Buenos Aires es épico y está vinculado a muchos de los grandes momentos de la ciudad. Cuando fueron expulsados, las actividades comerciales permanecieron una semana cerradas en manifiesto repudio de la acción de la Corona. La ausencia de la Orden que dirigía el único colegio de aquella Buenos Aires primigenia dejó un vacío enorme en la vida social, política, cultural y religiosa. Pero el relato de nuestra guía es más amplio y narra las dificultades para encontrar un orden social y político razonable por los que atravesó la Argentina desde sus inicios como república.
Después, cuando Zarazaga nos hable de los últimos años, tras la nueva crisis del final de Menem y del frustrante gobierno de De La Rua, vendrá la retoma del poder por el peronismo. Nos habla de la aparición de Kirchner, usando de nuevo un periodo de alzas de los commodities esta vez con destino a China, nos situará de nuevo ante ese estado protector que, sin embargo, no fue capaz de generar una economía de industria y servicios más potente y estable y mantuvo una relación protectora y paternalista con la generación de media edad. La segunda parte del kirchnerismo, con la presidenta Cristina al mando o en la sombra, será un periodo de paulatino agotamiento del sistema que se sostuvo con una política monetaria intervencionista y expansiva que acabó provocando un proceso inflacionista destructivo. “Y sí, se trataba de un estado protector que seguía manteniendo muchos negocios de quienes estaban en la antesala del poder y a los que Milei identificó con la casta”, nos dice Zarazaga. Una ecuación a la que se sumó una generación joven que no podía apreciar la acción protectora del Estado mientras era golpeada por una inflación que le arrebataba sus sueños. Zarazaga subraya ese mundo digital de la inmediatez del like y que presenta en las pantallas a los exitosos influencers como una posibilidad real para la vida de los jóvenes de las villas, los barrios y las clases económicamente más poderosas.
Hoy es huelga. La Confederación General de los Trabajadores ha llamado al paro en todo el país. Según la información de la prensa: los colectivos, el subte, los aviones y los trenes han parado mayoritariamente. “Sí, es un éxito de los sindicatos porque han demostrado que pueden parar el país”, así responde Zarazaga a la pregunta que le hacemos ya a la noche, mientras cenamos. “Pero poder parar el país no es signo de tener una propuesta de país alternativa que pueda funcionar”. De hecho, los números de aprobación popular siguen avalando a Milei. Ciertamente, algunas de sus medidas más duras están siendo limadas por el legislativo y otras, como la retirada de subsidios, se aplaza tácticamente porque los precios serían insoportables para la gente y para los negocios. “Es un éxito en su demostración de poder, pero no en su apoyo popular”. Le pregunto si afecta a Milei. “Es complicado”, repite y luego subraya que “él anda encantado consigo mismo de viaje en viaje. No sé si está preocupado por gobernar”.
“Es complicado”, retoma uno de los muchachos, algo mayores, que parece liderar a la comunidad de San Luis Gonzaga. “Por eso hablamos de refugio”, subraya. Oigo ese término y presto atención mientras siento el aroma del mate antes de volver a chupar. Cecilia interviene para hablar del grupo que se reúne los sábados a cocinar para el barrio. Cuenta que lo habían hecho ya durante la pandemia y que lo hacen ahora porque las cosas están muy mal para mucha gente. Hablan de la colaboración de muchas personas que dan de sus bienes o prestan su tiempo para acción voluntaria. Nos hablan de los grupos de apoyo escolar, de cómo las “mates” se pueden enseñar mientras se toma el “mate”. Los jóvenes asumen las tareas de restauración de la capilla, de la catequesis o de la preparación de las celebraciones. Pero necesitan refugio: “… la vida es dura y no pocos se quiebran, nos quebramos. Y venimos aquí y nos dan la llave y nos quedamos un rato en el silencio o colaborando y mateando”. En muchas de las historias de los mayores entra su paso por esos lugares de comunidad, catequesis o protección, de refugio, donde fueron creciendo y ahora, en una sociedad en cambio, también ofrecen refugio.
Estamos en San Miguel y no puedo menos que recordar que por aquí fue formador de los jesuitas aquel Jorge Bergoglio, ahora Papa Francisco. La Iglesia Argentina, como en todos lados, anda entre luces, en medio del “es complicado” que tanto señala el politólogo Zarazaga como la voluntaria – y bailarina, hay que decir – Melina. Sin embargo, en la capilla de San Luis vemos una “iglesia en salida” que no deja de ser un “hospital de campaña”.
[Imagen de erica ramirez en Pixabay]