En una entrevista realizada por el diario Público y publicada el 22 de marzo a mi admirada Yayo Herrero, esta afirma que “cuando se le corta la luz a la gente que no puede pagar, se hace un reparto autoritario de la energía”.

No puedo dejar de pensar en ello desde que lo leí. Vaya afirmación más contundente y más tremenda. Yayo, ¿tienes razón? 

De pequeño me enseñaron que la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Lavoisier ya en el s. XVIII lo aplicaba a la materia. No entraremos en disquisiciones físicas, pero sí que todo esto da un poco para pensar… 

Entiendo que la energía está en nuestro mundo y, por lo tanto, podemos transformarla y usarla. Hacer negocio con un regalo de Dios -diremos los cristianos-, del mundo -dirán otros-, es un poco feo. ¿No somos capaces de generar mecanismos que permitan que todos nos podamos beneficiar de los regalos del mundo? 

El otro día, en clase, hablaba con mis alumnos de la diferencia entre lo que sostiene la vida de nuestras sociedades y nuestras vidas. Parece que los motores de la sociedad vienen marcados por una economía que potencie el beneficio de unos y una política que permita dicha economía. Muchos lo veían como lo normal, lo que tiene que ser. ¿No es esto un uso autoritario de la política y de la economía? Porque, en su vida, en sus relaciones, lo que manda es otra cosa. 

Los mismos que afirmaban que si el mundo se acaba y habría que salvar solo a unos pocos escogerían a los más inteligentes y los que más tienen, reconocían que a sus amigos no los han escogido por esos motivos. A los amigos se les escoge por la afinidad, porque “nos encontramos bien”, porque… A fin de cuentas, porque cuidan de nosotros. El cuidado es fundamental. 

¿Por qué no lo es en nuestra sociedad? ¿Dónde queda el cuidado cuando hacemos un reparto autoritario de la energía?

También hay otras respuestas. Una vez, en una clase, hablando de lo que cuesta el alquiler -otro gran tema-, la comida de una familia, la luz, el agua…, un alumno levantó la mano de manera muy educada para explicarnos que la luz no, que la luz puede ser gratis. 

Tal vez sea cierto. Luz y agua deberían ser bienes comunes para todos, subvencionados por los estados pertinentes. Pero mi alumno iba por otro lado… Nos explicó que él y su padre -después ya le explicamos que se dice mi padre y yo y no yo y mi padre; más teniendo en cuenta que él iba de ayudante…- hacían unos apaños con los cables para engancharlos a los del vecino y no pagar luz. Y se ofrecía a explicarnos el mecanismo para evitarnos pagar la luz. Nada que objetar. Del desahucio hablamos otro día. Lo fácil es lo difícil. 

Intentamos argumentarle que eso no es ético, que no se podía hacer, que no… Todos daban razones. Qué bien preparados que tenía a los alumnos. Nos calló en diez segundos: “Mis padres no trabajan, es invierno, mi hermano pequeño tiene dos meses… ¿le matamos de frío además de hacerlo de hambre?”

Yayo, tienes razón. Detrás de ese “no puede pagar” hay tantos dramas, tantas historias, tantas vidas olvidadas… Si fuesen nuestros amigos, les cuidaríamos. Son los otros, esos fantasmas que no queremos ver para no descubrir que los auténticos fantasmas somos nosotros. Fantasmas que generamos un mundo difícil, de estructuras y normas incomprensibles, para justificar que unos tengan luz y otros no. 

¿Y dónde podemos encontrar a Jesús hoy?, preguntaba aquel… 

Mientras, Jesús le miraba con ojos de frío desde su casa sin luz. Otra vez, se la habían cortado porque no podía pagar. (Noséquién 25)

[Imagen de Suvajit Roy en Pixabay]

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Llicenciat en teologia i psicopedagogia. Educador per vocació i convicció. Treballa fent classes en un centre de secundària. Col·labora amb diverses entitats del món social. Responsable de l'Àrea Teològica de Cristianisme i Justícia.
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