Como parte de una indagación, someramente compartida en mi columna anterior, conocí a Lucía Camo, española y creadora de contenidos en redes sociales. Entre otras cosas, Lucía publicó un libro titulado Yo he decidido estar aquí. Conseguí el libro, lo leí con mucho interés y posteriormente tuve un diálogo con la autora en el cual intercambiamos sentires e ideas.[1] Entre los muchos aspectos que rescataría de la conversación, quiero detenerme en un concepto que me parece fundamental. Se trata del buenismo espiritual. Lucía lo describe en los siguientes términos:

“Ojito porque el tema de ser buenos se nos cuela en muchos sitios y la espiritualidad es uno de los lugares donde a veces reina. El buenismo espiritual es un verdadero asco. Y me vais a perdonar por decirlo así pero he comido de él y me he rodeado mucho de su hedor a lo largo de mi vida. Usar la espiritualidad para generar identidad es caer en el mismo cuento pero con diferente retórica. La espiritualidad es el camino del espíritu y por tanto es un camino individual que nada tiene que ver con factores ni morales, ni éticos, ni sociales, sino sutiles e íntimos. Es un camino de pura intimidad con la existencia, y es sagrado. Por supuesto que, en este camino, al encontrarse con la verdad de lo que eres habrá cosas que no volverás a hacer más. Pero eso no implica que para ser espiritual debas empezar por manipular tu comportamiento. Estoy harta de ver a gente vestida de gurú aguantándose sus demonios y tragando bilis”.[2]

Si bien podrían discutirse algunos elementos de su texto, mismos que parecen acercarse a la automodernidad descrita en otra columna (como su énfasis en la dimensión individual de la espiritualidad o su negativa a relacionar espiritualidad con ética y factores sociales), me interesa sobre todo recuperar su concepto de “buenismo espiritual” y comentarlo.

Desde que lo leí, quedé fascinado con el término. Me parece que complementa magníficamente la crítica a la moral del wellness, ese imperativo que confunde espiritualidad con bienestar. Las nuevas subjetividades espirituales -como el spiritual travel blogger-, atravesadas por el wellness y la automodernidad, se ven obligadas a “siempre estar bien”, incluso a tener comportamientos éticos y morales impecables dentro de sus propios criterios, que no necesariamente coinciden con otros grupos sociales. Si describiéramos a modo de caricatura al personaje “espiritual” contemporáneo -dentro del paradigma del que estoy hablando-, normalmente se le presenta como una persona “buena”, ecuánime, tranquila, calmada. Esta imagen puede estar directamente relacionada con la concepción psicologizada de la espiritualidad, la cual reduce las prácticas espirituales al trabajo con las ansiedades, traumas y aflicciones. Todo queda dentro del marco en donde uno se pule a sí mismo, trabaja sus emociones para conocerse y así “ser mejor persona”.

Lo anterior crea un estereotipo de “persona espiritual”, repito, que es calmada, se viste de cierta manera, fomenta cierto tipo de actividades y frecuenta cierto tipo de sitios. Como una persona espiritual tiene que ser una persona buena, se le castigan cruelmente sus debilidades e incoherencias, como si estas fueran contrarias a la búsqueda espiritual o no formaran parte del camino. Por dentro, sin embargo, este personaje espiritual puede estar viviendo una tormenta emocional, tragándose su bilis -como dice Camo- y encubriendo problemas reales que pueden no solo convertirse en serios obstáculos para la vida espiritual, sino que incluso pueden llegar a ser un peligro para sí mismo y los demás. Cabe preguntarse si no estamos frente a un nuevo tipo de puritanismo, una nueva forma de moralismo postmoderno heredado de ciertas corrientes cristianas o incluso si no se trata de una nueva versión de lo políticamente correcto.

El buenismo espiritual repite el mismo gesto que encontramos ya en la psicologización y medicalización de la espiritualidad, así como en el wellness espiritual. Se reduce la espiritualidad a un “estar bien”, tanto a nivel psicológico, físico y ahora en comportamiento. El ya aludido spiritual travel blogger es un buen ejemplo, puesto que su aparente libertad está condicionada a la aceptación o rechazo de sus followers, los cuales le juzgan constantemente impidiendo que se salga de personaje, e incluso si llega a hacerlo, tiene que justificarse ante ellos.

Esta manera contemporánea de entender la espiritualidad suele dejar de lado el trabajo con la sombra, o por lo menos la endulza reduciendo su papel. Peor aún, subraya la individualización de la espiritualidad, la cual deja de ser un contacto o relación comunitaria con la dimensión divina o mistérica de lo real, para terminar siendo un mero aspecto más del autocuidado, vivir una vida con sentido o parte de una identidad social entre otras. En lo que no puedo más que sopesar como un giro exagerado del personalismo moderno, muchas de estas nuevas formas de la espiritualidad contemporánea han dejado de lado la centralidad de los grandes protagonistas de la espiritualidad (llámense Dios, budeidad, el Tao, la Madre Tierra) para posicionar en su lugar el propio bienestar, el cultivo de la identidad individual o incluso una profesión.

El camino ético ha acompañado desde siempre a las distintas tradiciones. En el budismo, por ejemplo, toda practica meditativa ha de ir acompañada de Śīla, los principios morales. Cualquier comunidad de los pueblos originarios regula la vida a través de distintos códigos morales entre los miembros de la comunidad, y no me refiero únicamente entre humanos, también con los demás habitantes del territorio, tales como los bosques, lagos, animales y montañas. La mística cristiana, por su lado, ubica la práctica de las virtudes como el paso más elemental en la vida mística. Tradicionalmente se ha denominado como la vía purgativa, en la cual la persona se va deshaciendo de sus desórdenes en aras de cultivar la virtud.

En ese sentido, la ética siempre ha formado parte de la vida espiritual. El riesgo se da cuando los códigos de comportamiento se convierten en fines en sí mismos, confundiendo espiritualidad con legalismo. Tristemente esto ha sido demasiado común en las grandes religiones. Históricamente han sido las nuevas espiritualidades las que han criticado este moralismo -sobre todo el sexual- de las religiones. Lo curioso es que hoy contemplamos el retorno de este moralismo ahora en su forma de buenismo espiritual. Quizás ya no es la Iglesia o los gurús los que imponen normas morales opresoras, sino que es el propio estereotipo de “persona espiritual” la que sirve de vigilancia y castigo a quienes, diciéndose espirituales, muestran de algún modo u otro su humanidad.

Tal vez ya no es la clásica moral religiosa la que domina las narrativas espirituales contemporáneas, salvo importantes excepciones. Sin embargo, en la era de la psicologización y medicalización de la vida, una nueva moral se asoma para reclamar su hegemonía. Se trata de la moral del “bienestar” en todos sus niveles, misma que da como resultado el buenismo espiritual como una exigencia social -pero también autoexigencia- hacia las y los practicantes espirituales. Mientras nos empeñemos en reducir la espiritualidad a una serie de prácticas para “estar bien”, no podemos esperar otro resultado más que la condena y el juicio a todas y todos aquellos que según dichos parámetros no lo están. Y así, de nuevo, se cuela la jerarquización espiritual junto con todos sus males y peligros.

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[1] https://www.youtube.com/watch?v=ZnLcUH7JSH0&t=1s

[2] Lucía Camo, Yo he decidido estar aquí (Madrid: autoedición, 2020) 63.

[Imagen de javi_indy en Freepik]

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Filòsof, professor, mistagog i escriptor. El seu camp dinterès és la relació entre la mística i les lluites socials. Col·labora en diferents col·lectius socials, de diàleg interreligiós, espiritualitat i universitats. És autor dels llibres Encuentro, Religación y Diálogo. Reflexiones hacia un diálogo Inter-Re-ligioso (Samsara, 2020) i Impotente Ternura (PalabrasPalibros, 2021), Descubrirte en lo pequeño (Buena Prensa, 2021), Convivencialidad y resistencia política desde abajo. La herencia de Iván Illich en México (CuLagos, 2021), Los llamo amigos (San Pablo, 2022), 7 místicas para transitar los tiempos actuales (Buena Prensa, 2022), El dinamismo místico. Mística, resistencia epistémica y creación del mundo nuevo (Aliosventos, 2022) i Religarnos. Más allá del monopolio de la religión (Kairós, 2023). . Forma part del Grup de Religions i Pau de Cristianisme i Justícia i del Centre d'Estudis de Religió i Societat (CERyS) de la Universidad de Guadalajara, així com de l'Acadèmia de Transcendència i Societat de l'ITESO. També és col·laborador de la Universitat de la Terra Oaxaca, acompanyant espiritual i principiant zen.
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