El Nuevo Testamento es un libro lleno de sorpresas y de hermosas escenas. Una de ellas es la oración de los perros. Tal vez sorprenda esta afirmación al lector. Tal vez le cueste recordar dónde sucede dicha oración. Permítame que se lo recuerde. 

El texto lo encontramos en el evangelio de Marcos, en 7, 24-30. Una extranjera se acerca a Jesús y le ruega que ayude a su hija. Y, de repente, aparecen los perros. Jesús le dice que no está bien quitar el pan a los hijos para dárselo a los perros. Ella, llena de amor y sabiduría, responde que también los perros comen las migajas que dejan caer los hijos debajo de la mesa. 

Alejandro García Durán, más conocido como Chinchachoma, que vivió en México con los niños de la calle, dice que esta es una de las más hermosas oraciones. Una de las que más agradan a Dios. Y le gustaba decir: “Yo rezo así: guau, guau, guau”. Y él, que vivía en la calle, sabía mucho de esto.

Él sabía de qué estaba hablando. Jesús también. Cuenta Marcos que ante la respuesta de la mujer Jesús le dijo: “¡Qué bien has hablado!” Y Mateo, que elabora un poco más la narración, lo cambia por: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!” (cf Mt 15, 21-28).

Obviamente, Jesús ayudó a la hija de la mujer. Volviendo a la oración, no deja de sorprender la fuerza de la misma. Imaginad un perro ladrando, mirando con ojos cristalinos a la espera de comida. Una petición hecha oración, una oración hecha demanda.

Ni el evangelio ni nosotros hablamos de perros. O sí. Hablamos de aquellos a los que tratamos como tales. Hablamos de aquellos a los que apartamos y para los que solo dejamos migajas. Y hablamos sobre todo de su oración. 

Una oración escuchada y una petición que espera respuesta. En los años setenta se hizo popular aquella oración que decía: “Dios no tiene manos, tiene solo tus manos”. Sin duda, la oración del perro nos debería poner en movimiento. Y es que hay un grito sin grito pero que es grito y resulta interesante. Se trata de un grito ahogado, disimulado, pero presente. Como tantos gritos de este mundo que se esconden detrás de una palabra, de una mirada, de un gesto. Ver ese grito, reconocerlo y darle respuesta es importante. Eso es lo que hace Jesús.  

Se trata del grito de tantos y tantas que no tienen espacio ni lugar para los gritos y han de sacarlos de otras maneras. Quién sabe cómo. Por qué no como ladrido. Un ladrido que es oración, porque es demanda, que es una petición de ayuda, un grito de socorro a Jesús. A un Jesús que reconoce a la persona y le da una respuesta sin importarle su procedencia ni su documento de identidad, si es que lo tiene. 

Un ladrido que es también demanda para nosotros. ¿De dónde proviene? ¿Qué me está pidiendo? ¿Cómo puedo hacer para reconocer y dar respuesta? 

Caminar por la vida es también ser capaz de escuchar las oraciones de los otros, de rezar con los otros y de atender sus demandas. Demandas hechas a Dios pero que esperan nuestra respuesta. Caminar por la vida tiene mucho de pararse, de acompañar, de sentarse en el borde del camino para esperar, para estar, para observar mientras se lamen las heridas, para sanar.

Todo en el evangelio nos invita a la transformación. Que la oración del perro nos ayude también a ello. Pero cuidado, porque existe el riesgo de que nosotros también nos convirtamos en perros. Pero no de esos que rezan y esperan las migajas, sino de aquellos incapaces de entender las palabras y las señales de las personas; en aquellos animalizados que van a su ritmo olvidando a los demás. 

La transformación que nos pide esta oración, no es a la insensibilidad ni al abandono, sino a estar más atentos a la realidad y a las necesidades de aquellos que vamos apartando en el camino de la vida. Escuchar, entender qué hay detrás de sus gritos, y responder a esas demandas, que una vez hechas oraciones, no son solo suyas, sino también de Dios. 

[Imagen de Freepik]

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Llicenciat en teologia i psicopedagogia. Educador per vocació i convicció. Treballa fent classes en un centre de secundària. Col·labora amb diverses entitats del món social. Responsable de l'Àrea Teològica de Cristianisme i Justícia.
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