“Las guerras siempre invocan nobles motivos,
matan en nombre de la paz,
en nombre de dios,
en nombre de la civilización,
en nombre del progreso,
en nombre de la democracia.
Las armas exigen guerras
y las guerras exigen armas.
Uno se pregunta ¿hasta cuándo?
¿Hasta cuándo seguiremos creyendo
que hemos nacido para el exterminio mutuo
y que el exterminio mutuo es nuestro destino?
¿Hasta cuándo?”
Eduardo Galeano
Hoy se conmemora un triste aniversario: el primer año de la guerra en Ucrania, un conflicto armado que sacudió a la Unión Europea que gozaba de una paz social desde hace más de 50 años. Las imágenes en todos los medios causaron consternación e indignación, seguido de una gran movilización ciudadana. Rápidamente, la sociedad civil se organizó para acoger a los desplazados ucranianos, mujeres y niños en su gran mayoría. No es la primera vez que somos testigos de esto: ya en el 2015 la imagen del pequeño Aylan Kurdi conmovió a la sociedad haciendo que muchísima gente acogiera refugiados sirios; y en el 2021, con la toma de Kaboul por parte de los talibanes, muchas personas se organizaron para recibir refugiados provenientes de Afganistán. Nuestro mundo se ha convertido en un lugar de crisis y conflicto: Irán vive bajo un régimen represivo, Etiopía, Irak y Siria siguen en guerra, la región del Sahel conoce golpes de estado y vive bajo la amenaza yihadista, por nombrar solo algunos. América Latina no se queda atrás con democracias cada vez más débiles, pensemos en el caso de Perú y de Bolivia; la opresión del gobierno nicaragüense hacia la Iglesia; los 6 millones de venezolanos que han debido dejar su país; México tiene 11 feminicidios al día, más de 100.000 personas desaparecidas y un clima de violencia generalizada que se ha convertido en el que cotidiano de todos. De acuerdo con la ONU en este 2023 las diferentes crisis humanitarias nos harán conocer un desplazamiento forzado en el mundo sin precedentes.
Ante este panorama desolador, podemos pensar en las palabras de Pedro Arrupe en el momento de acoger a los boat people durante los años 80: “Frente a este drama mundial, ¿qué podemos hacer?”. Esta pregunta siempre me ha interpelado porque es una invitación a salir de sí mismo, a ir más allá de los diferentes sentimientos de indignación y tristeza que nos embargan, y a preguntarnos cómo organizarnos colectivamente para dar una respuesta digna a la acogida de las diferentes personas que tienen que buscar refugio y, por ende, exiliarse. Por ello, quiero compartirles cómo desde Francia las buenas voluntades se han organizado para dar respuesta a la acogida de refugiados provenientes de Ucrania.
A nivel nacional, cuatro estructuras decidimos organizarnos para mutualizar nuestros recursos, herramientas y experiencia: el Servicio Nacional Misión y Migraciones, Cáritas Francia, el Servicio Jesuita a Refugiados Francia y la Federación de la Ayuda Protestante. De esta manera creamos una plataforma de apoyo para la movilización ciudadana y acogida para los exiliados, de manera general, y en especial, para las personas provenientes de Ucrania[1], una iniciativa para aunar nuestras fuerzas y competencias, cada uno desde su misión específica; un trabajo ecuménico, pastoral, social y civil. Personas de manera individual, así como colectivos ciudadanos, se preguntaban cómo apoyar a las víctimas del conflicto, cómo ayudar y atender concretamente las necesidades de los ucranianos llegando al Hexágono. Este dispositivo nacional permitió aconsejar y acompañar a todos los miembros de nuestras asociaciones, así como a los diferentes voluntarios que se fueron presentando en sus acciones solidarias. Además, contratamos una coordinadora para hacer una investigación de terreno durante todo el año para evaluar nuestro dispositivo, comprender nuestras sinergias y responder al desafío de la acogida de manera nacional y local. Es decir, la buena voluntad ciudadana es el primer motor para movilizarse, pero no es suficiente, se necesita organizarse y coordinarse.
Nuestro corazón está invitado a actuar de manera inteligente; y nuestra inteligencia a dar respuestas desde la compasión, la empatía y la hospitalidad en beneficio de las personas que se acompañan. A todo esto, se sumó la ayuda del gobierno francés, que por segunda vez en la historia abrió un dispositivo de protección temporal para los exiliados ucranianos, lo cual les permitió tener acceso a derechos básicos de manera eficaz: vivienda, cursos de francés, escuela para los niños, salud, trabajo… Al día de hoy, 8 millones de personas ucranianas han dejado su país (recordemos que una gran mayoría han sido acogidos en los países limítrofes como Polonia, Rumania o Moldavia); Francia ha acogido aproximadamente 120.000[2]. Esto nos muestra que la movilización ciudadana, la coordinación mutua y la voluntad política permiten acoger dignamente a las personas que se exilian. Y ahora, poco a poco y con la incertidumbre de cuándo acabará la guerra, los colectivos y la sociedad civil empiezan a proponer acciones que van facilitando la integración: acciones recreativas y de convivencia, fiestas, celebraciones religiosas, actividades culturales o deportivas, etc. A pesar del drama que viven las personas provenientes de Ucrania, la vida continúa, nuevas relaciones se van tejiendo, nuevas historias y recuerdos se van creando, una pequeña luz de esperanza se va alumbrando a pesar de todo.
Sin embargo, la otra cara de la moneda es la política de doble rasero con las otras personas migrantes que ya están presentes en el territorio francés y que están esperando una respuesta a su solicitud de asilo, que están en espera de regularizarse y de tener acceso a los mismos derechos que las personas de Ucrania. Nuestros países están llamados a garantizar una acogida digna para todas las personas que viven en exilio, independientemente del país de origen de donde provienen. Tal como lo dijo el papa Francisco en la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado en el 2018: “Acoger, proteger, promover e integrar son actitudes fundamentales para asegurar que los derechos humanos de los migrantes sean respetados, para tratarlos con respeto y dignidad. Los hombres y mujeres de buena voluntad, los Estados e instituciones, están llamados a responder con generosidad, diligencia, sabiduría y amplitud de miras a los numerosos desafíos planteados por el fenómeno migratorio”. Solo así podremos transformar la hostilidad en hospitalidad y pasar de la cultura del rechazo a la cultura del encuentro. Para mí, ha sido muy conmovedor atestiguar, una vez más, la solidaridad de la gente y la movilización ciudadana, es una oportunidad para transformar nuestra sociedad amenazada de individualismo, de discursos xenófobos y de repliegue identitario.
Los conflictos armados y las tensiones entre los pueblos forman parte de nuestra vida, pero de nosotros depende cómo podemos involucrarnos y colaborar en la construcción de la paz en nuestras sociedades, desde lo que nos anima, con los medios que tenemos y desde donde estamos. Al pensar en ello, me llegan las palabras de León Gieco cantadas con la potente voz de Mercedes Sosa:
“Solo le pido a Dios
que la guerra no me sea indiferente
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente
Solo le pido a Dios
que el futuro no me sea indiferente
desahuciado está el que tiene que marchar
a vivir una cultura diferente”.
Que la justicia y la paz, el amor y la esperanza, la compasión y la misericordia puedan convertirse en los motores de nuestro cotidiano para que todos los días podamos ser constructores de paz para todos y para todas. Y que pronto, no tengamos que recordar un aniversario de guerra, ni en Ucrania ni en ningún otro país.
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[1] Plateforme d’appui à la mobilisation citoyenne pour l’accueil des personnes exilées
[Imagen de wal_172619 en Pixabay]