Todos los imperios han aplicado una fórmula similar para referirse al ejercicio de su poder y a la opresión sobre otros pueblos; lo han llamado paz. Así lo hizo el Imperio romano, llamó “con falso nombre, paz, a robar, matar y destruir. Crean un desierto y lo llaman paz” (palabras que Tácito utiliza en Agricola). Todos los imperios y los regímenes autoritarios han llamado paz a imponer sus intereses y a dominar al resto. Por eso es importante saber qué es la paz. La paz no puede ser aquello a lo que se refiere el dicho latino si vis pacem para bellum, pues no se trata de una paz real, sino simplemente de la entente bélica que sostiene un equilibrio entre potencias, como la también famosa Destrucción Mutua Asegurada, que marcó el comienzo de la era atómica entre las superpotencias en la Guerra Fría. 

No, la paz no es la mera ausencia de guerra. Eso no es otra cosa que el tiempo de preparación para la guerra. Tampoco la paz es el mero irenismo, que tiende a ocultar las causas de los conflictos haciendo como que no sucede nada, como el mal profesor que ante una pelea en el patio del cole toma del brazo a los contendientes y les obliga a darse la mano y “aquí no ha pasado nada”. La paz nace de la justicia en la sociedad y entre las naciones. Pero, además, de la justicia con el medio natural que nos rodea, que tiene unos derechos derivados de ser más allá que la mera utilidad que el ser humano encuentra en él.

Sin embargo, en 2023 nos tenemos que hacer otra pregunta: ¿es posible evitar la guerra, la Tercera Guerra Mundial? La respuesta inmediata es: sí, podemos evitarla. Si somos conscientes de las causas y ponemos los medios para resolver lo que nos está llevando aceleradamente a esa Tercera Guerra Mundial, es posible que en unos meses podamos frenar la escalada en Ucrania y los comienzos de un enfrentamiento en la zona de influencia de China. Para conocer las causas debemos analizar lo sucedido desde 1991, cuando han caído la Unión Soviética y el bloque denominado comunista. Estados Unidos se erige como la única superpotencia global y se instaura un modelo socioeconómico denominado globalización y que debemos apellidar como neoliberal. En lugar de disolver la OTAN en cuanto desapareció el Pacto de Varsovia, Estados Unidos vio la oportunidad de ampliar su zona de influencia y trató de integrar en la globalización neoliberal a todos los países antes comunistas, lo que logró rápidamente, incluida la Rusia de Boris Yeltsin. Conseguido esto y ante la falta de fuerza de Rusia, comenzó a ampliar la OTAN llevándola en 2004 hasta las fronteras con Rusia. 

Como se suele decir, se puede morir de éxito, y esto es lo que sucedió con la globalización neoliberal. Las crisis de 2001 y de 2008 pusieron en evidencia los límites de una economía financierizada y controlada exclusivamente por esos intereses especulativos. Estados Unidos y sus satélites, Gran Bretaña, Holanda y algunos países asiáticos pudieron beneficiarse de este tipo de economía durante varias décadas, pero los límites del planeta comenzaron a pasar factura y la rentabilidad del capital no podía sustentarse en meros espejismos bursátiles. Mientras tanto, China llevaba su propia agenda geopolítica y había comenzado a desarrollar una economía no basada en ser la fábrica a bajo coste del mundo, sino en desarrollar su propia tecnología y un ambicioso plan de expansión y desarrollo desde Asia, África y América. Esta planificación le llevó a superar a Estados Unidos como potencia tecnológica en 2018 y a equiparar su riqueza a la del mayor imperio jamás desarrollado. Lo único que necesitaba era un desarrollo militar similar al de Estados Unidos y, según su presidente, lo logrará en 2025. China se prepara para el enfrentamiento inevitable con los intereses americanos.

Por su parte, Rusia, desde 2004, entendió que la OTAN la había cercado y en 2007 Putin hizo un discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich en el que dejó claro que Rusia no aceptaba ser relegada a un Estado subalterno dependiente de los intereses de Occidente. Desde ese mismo momento, Rusia comenzó su desarrollo militar exponencial, convirtiéndose en el segundo mayor ejército convencional, amén de ser la primera potencia nuclear desde la Unión Soviética. Estados Unidos no cejó en su empeño de cercar a Rusia y continuó con sus revoluciones de colores, la principal en Ucrania, forzando un cambio de gobierno y comenzando una política en Ucrania hostil a Rusia, rompiendo el tradicional equilibrio entre los rusófilos y los prooccidentales. Desde 2014, al menos, Ucrania ha sido armada y entrenada por la OTAN, principalmente por Gran Bretaña, para hostigar a Rusia en su propia frontera. Llegando en diciembre de 2021 al paroxismo al solicitar el acceso a la OTAN y esta no cerrarle las puertas. Se hizo evidente entonces que Rusia no permitiría romper el equilibrio de la Destrucción Mutua Asegurada, pues si se instalan misiles balísticos con ojivas nucleares en Ucrania, Rusia no tendría tiempo de respuesta ante un ataque, lo que de facto le haría perder la guerra nuclear y desaparecer como nación independiente.

Por otro lado, la guerra en Ucrania ha empujado a Estados tradicionalmente “neutrales” como Suecia y Finlandia, a solicitar la pertenencia oficial a la OTAN y, por tanto, a ampliar la frontera de contacto de esta con Rusia en 1500 kms. Estonia, que siempre ha sobresalido como enemiga de Rusia, amenaza con cerrar el estrecho de Finlandia al paso de los barcos de la flota rusa del Báltico, lo que supondría una respuesta inmediata de Rusia. Polonia está preparando un ejército para entrar en Ucrania si se rompe el frente en el Donbas y Rusia avanza hacia el oeste, para anexionarse los territorios que considera suyos. En el flanco sur ruso, Estados Unidos está intentando abrir nuevos frentes de guerra en Georgia, Azerbaiyán e, incluso en Kazajistán, con la idea de desestabilizar las fronteras. El ataque a Irán está integrado en esta estrategia, sea quien sea quien lo haya realizado.

En África, Rusia, mediante el grupo Wagner de mercenarios, ha expulsado a Francia de al menos tres países donde tenía intereses estratégicos y amenaza con expulsar a Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos, lo que amplía el teatro de operaciones de esta Tercera Guerra Mundial en ciernes, sobre todo si tenemos presente que el problema de Taiwan no está resuelto y que China considera que Estados Unidos ha organizado una coalición con Australia y Reino Unido para cercarla en el Pacífico (AUKUS: Australia, United Kindom, United States). Esta situación está madurando y puede convertirse en un casus belli si China ve impedida su salida natural por los mares que la rodean.

Por tanto, y resumiendo, las causas de esta situación hay que buscarlas en la crisis del modelo civilizatorio que se impuso tras la caída de la Unión Soviética, la globalización neoliberal del capitalismo financierizado y en la reducción de los recursos naturales disponibles, especialmente energéticos, de los que Rusia posee el 25% de las reservas probadas. Asistimos al declive de una superpotencia, Estados Unidos, y a auge de otra, China, mientras que una tercera, Rusia, lucha por su espacio propio en el mundo que se avecina. Este choque de intereses geopolíticos y estratégicos se ha resuelto históricamente mediante guerras en las que una potencia derrota a la otra u otras. Así sucedió en el mundo antiguo con los imperios mesopotámicos o con el Imperio romano y recientemente con el Imperio británico (y USA) y el auge de Alemania con el nazismo. Si las poblaciones de los países implicados son capaces de ver que en esta guerra solo pueden perder -y mucho-, quizás tomen conciencia de que hay que movilizarse contra la guerra y oponer una resistencia noviolenta a la misma, negándose al envío de armas, presionando a sus gobiernos para que fomenten las negociaciones y tomando partido por las medidas de paz y no de la guerra. 

Si queremos evitar la Tercera Guerra Mundial hay que forzar las negociaciones entre Rusia y Ucrania y sus patrocinadores. Estas negociaciones, que estuvieron a punto de fraguar en un acuerdo en Estambul, deben partir de la base de que ambos bandos tienen que obtener algunas de sus exigencias. Lo mejor para todos es que Ucrania ceda Crimea y permita un estatus de país independiente al Donbas, así como renunciar a la OTAN y reducir su ejército. Rusia, por su parte, debe renunciar a los territorios de Jersón y Zaporiye y permitir que Donbas sea independiente, con una presencia de cascos azules. De esta manera podremos no ganar la guerra (ninguna guerra se gana), pero al menos no habremos perdido la paz, como sucedió en 1918: los vencedores de la guerra perdieron la paz y sembraron la siguiente guerra.

¿Podemos evitar la Tercera Guerra Mundial? La respuesta es que sí. A pesar de toda la propaganda mediática en Occidente, más del 50% de la población, según las encuestas, está en contra del envío de armas. Esto quiere decir que si la población se organiza, es posible presionar a las fuerzas políticas para que establezcan una política de paz y no sigan en la línea del belicismo. Tengo esperanza y creo que es posible evitar lo peor, pero es necesario apostar decididamente por la paz, la que nace de la justicia entre las naciones y en las sociedades. Porque la guerra es el mal estructural y, en un mundo con capacidad nuclear, es el mal definitivo.

[Imagen de Max en Pixabay]

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Groc esperança
Anuari 2023

Després de la molt bona rebuda de l'any anterior, torna l'anuari de Cristianisme i Justícia.

Bernardo Pérez Andreo
Doctor en filosofia (Universidad de Murcia) i Teologia (Facultat de Teologia Sant Vicent Ferrer de València). Professor Ordinari de Teologia a l'Institut Teològic de Múrcia OFM. Des de 2010 coordina el Màster Universitari en Teologia (On line) a la Universidad de Murcia i dirigeix la Línia d'Investigació en Teologia en el Programa de Doctorat en Arts i Humanitats de dita Universitat. Treballa en dues línies d'investigació: una sobre la relació del cristianisme amb la societat postmoderna i l'altra sobre el Jesús històric i el cristianisme primitiu. Dirigeix la revista de l'Institut Teològic de Múrcia, Carthaginensia. El seu últim llibre: La revolución de Jesús. El proyecto del Reino de Dios (PPC, Madrid, 2018).
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