En el tercer domingo del tiempo de Adviento la Iglesia celebra el Domingo de Gaudete o Domingo de la Alegría. Esto es parte de la tradición de algunas iglesias cristianas y que refiere a la alegría de saber que el Hijo de Dios está por llegar, ya que falta poco para la Navidad y esa Buena Noticia nos causa alegría. Pero también tiene que ver con la alegría de Cristo en la vida de creyente, o esa alegría que brota de sabernos acompañados por Jesús en el camino de la vida. En todo caso, la alegría como un don de Dios se nos da también como prenda futura de saber que Dios está detrás de todo lo que acontece en el mundo y que, aunque en muchos momentos nos sintamos en dificultades, Dios está con nosotros cada día. La alegría brota de un corazón confiado y firme en la esperanza de un futuro mejor, de un todavía-no de aquello que deseamos para nosotros y toda la humanidad, porque no es el momento aún.

He aquí que, frente a los acontecimientos actuales, debemos reflexionar. ¿Podemos decir que la humanidad vive de forma alegre, o por su contrario, vive tristemente? Dicho de otra manera, ¿por qué necesitamos la alegría de Dios? ¿Acaso no podemos construirla nosotros mismos? O profundizando un poco más, nos podemos cuestionar: ¿en qué basamos nuestra alegría?, ¿de qué depende que estemos o no alegres? Y si Dios nos regala su alegría, ¿cómo es esta alegría de Dios? El común denominador de la humanidad basa su alegría en la posesión o no de bienes materiales, desde los más necesarios (casa, comida) hasta los más descartables (móviles, vestimenta). La existencia o no en este mundo pasa por la cantidad de dinero que poseamos para poder adquirir bienes y servicios que nos regalen esa alegría o felicidad que buscamos. Quien pueda consumir, puede alcanzarla. Quien no, queda afuera, pero sabemos bien que esta alegría es temporal, pasajera, se extingue rápidamente.

En el mundo religioso las alegrías aún se esperan de formas bastante más complejas, ya que, siendo parte del mismo sistema capitalista, de mentalidad consumista e individualista, aún se le agrega el factor de la fe, pero dentro de un ambiente de mucha inmadurez. Muchos son los cristianos que calman su conciencia en este tiempo yendo a misa los domingos, preparando la corona de Adviento, adornando su casa con símbolos religiosos (árboles de Navidad, el pesebre, las luces, banderas, etc.), pero que siguen reproduciendo el sistema. La gran mayoría de la jerarquía eclesial, obispos y sacerdotes, basan su alegría en el reconocimiento, en los aplausos, en los regalos que reciben, en los puestos que ocupan dentro del sistema religioso, pero no logran salirse del egocentrismo que los ciega ante la necesidad de verdaderos pastores comprometidos con su pueblo. Muchos en este domingo se habrán vestido de color rosa para la celebración, pero pocos habrán vestido a los hambrientos y desnudos, a los descartados del sistema.

Muchas veces me encuentro pensando que la Iglesia oficial sigue predicando algo que no vive y que, justamente por eso, atrae cada vez a menos personas. Cada vez son menos los que participan en las celebraciones, cada vez es más grande la ignorancia acerca de la vida de Jesús, acerca de la Biblia, y más aún acerca de la Salvación. El Dios de Jesús cada vez le interesa menos a las personas. Esto genera grandes desafíos para todos y todas aquellos que nos consideremos seguidores de Jesús, ya que su mensaje de justicia es muy claro, pero muchas veces queda “adornado” por tantas cosas que lo terminan ahogando. Si hoy debiéramos celebrar la alegría, debería ser porque nos comprometemos cada vez más en ser la parte activa de la sociedad que procura la libertad para los oprimidos, que busca justicia para los que siguen muriendo de hambre o los que no tienen posibilidades de progresar en la vida. La alegría de Dios, y la que debe regir nuestra alegría, debiera ser que el Reino de paz y amor sea visible en este mundo.

En la vida laical, conservar la fe y sentirse parte integrante de la Iglesia es cada vez más difícil ante un sistema religioso que no cambia, donde la sinodalidad propuesta aún no es aceptada, donde las mujeres aún no son reconocidas dentro de un sistema patriarcal, donde los laicos y laicas que estamos decididos a contribuir, no somos tomados en cuenta. A las dificultades y sufrimientos de la vida ordinaria, se nos suma una ideología imperial que sigue ordenando en estamentos los lugares en la Iglesia. Ante el trabajo de cada día, las responsabilidades económicas, los desafíos de la familia, se nos suma una Iglesia que solo nos ve como simple feligresía que debe obedecer las directrices de sus jerarcas. Muchos laicos y laicas nos debatimos entre una obediencia de dientes hacia afuera, pero que en el fuero interno no coincide con lo que hacemos. Es una situación muy particular ya que conocemos al Jesús liberador del Evangelio, pero no siempre lo vemos en la vida eclesial, en las prédicas idílicas de los pastores, en la forma de vivir las celebraciones litúrgicas.

Quizá por eso, en este tiempo de Adviento, será necesario pedirle a Dios la renovación de nuestra fe, la reafirmación de la alegría que viene de él y no de las construcciones humanas. Pero esto no implica el rechazo de lo humano, todo lo contrario, ya que “la gloria de Dios es que el hombre viva” (San Irineo). Es un llamado a abrir nuestros ojos y buscar esa presencia de Dios en el mundo, y que va mucho más allá de la Iglesia. El pueblo de Dios se extiende a lo largo y ancho de nuestro mundo y se manifiesta de mil maneras. No busquemos a Dios en el templo: salgamos de él, vayamos a las periferias de la existencia donde Dios vive de una forma mucho más similar a la del pesebre. Procuremos una renovación de nuestro seguimiento ampliando nuestros horizontes y animémonos a caminar por otros caminos. Si Dios es alegría y puede seguirlo siendo en este mundo, es porque su mensaje de amor y paz es posible de vivirse, pero eso lo veremos cuando la humanidad pueda vivir en una alegría más constante. Para ello debemos seguir trabajando sin descanso en la construcción del Reino que implica, ante todo, una mirada crítica y realista de nuestras situaciones y posibilidades humanas.

[Imagen de Mario en Pixabay]

T'AGRADA EL QUE HAS LLEGIT?
Per continuar fent possible la nostra tasca de reflexió, necessitem el teu suport.
Amb només 1,5 € al mes fas possible aquest espai.
Uruguaià, laic, 43 anys. Professor de Filosofia i Religió. Mestrant en Teologia Llatinoamericana (UCA, El Salvador), Doctorant en Filosofia (UCA, Argentina). Membre d'Amerindia Uruguai, de l'Associació Ecumènica de Teòlegs del Tercer Món (ASETT) i de la XARXA CREA-Còmplices Pedagògics per a Amèrica Llatina. Autor de La fuerza transformadora de la esperanza (2016), “En un camino liberador desde el Sur” (2020), Teologia para um cristianismo libertador (2021) i La fe cuestionada. Aportes desde la existencia (2022).
Article anteriorEl no pessebre al Parlament
Article següentEncarnación y diferencia

DEIXA UN COMENTARI

Introdueix el teu comentari.
Please enter your name here