Para completar el cuadro de la medicalización de la espiritualidad,[1] es necesario abordar lo que a su vez puede entenderse como la psicologización de la espiritualidad.
Cuando hablamos de psicología hablamos de un hecho propiamente moderno. Por supuesto, se puede argumentar que las culturas y pensamientos premodernos también hablaron de psicología, como es el caso de la indagación titulada Acerca del alma de Aristóteles; o subrayar que existen psicologías no occidentales, como el libro Psicología budista de Chogyam Trungpa.
Las distintas disciplinas o campos del conocimiento moderno suelen mirar hacia atrás y buscar en el pasado su propia genealogía. Si bien se puede decir que la psicología moderna puede tener ciertos antecedentes, no fue sino hasta el contexto propiciado por la modernidad que podemos hablar de psicología como tal, por lo menos en el sentido en el que lo hemos hecho durante los últimos ciento cincuenta años. Por otro lado, el que haya paralelos en otras culturas a lo que en la nuestra llamamos psicología, no significa que podamos hablar sin más de una psicología budista, hindú o nahuatl. Hacerlo no solo occidentaliza a la otra cultura, también nubla la comprensión de la psicología como fenómeno moderno.
Reconozco que la anterior discusión es de largo aliento, por lo que no me detendré más en ella. Me conformo con haber puesto en duda la supuesta ahistoricidad y universalidad de la psicología. En cualquier caso, me parece que lo que sí es imposible negar es que, poniendo entre paréntesis las supuestas psicologías premodernas y no occidentales, existe una psicología propiamente occidental y moderna. A esta psicología es a la que me refiero cuando hablo de la psicologización de la espiritualidad.
Hay quien dice que la modernidad le debe tanto a Teresa de Jesús como a Descartes, ya que ambos, así como la Reforma, enfatizaron la dimensión del sujeto a niveles sin precedentes. Desde el cogito ergo sum de Descartes hasta la autonomía kantiana, eso que llamamos modernidad se ha caracterizado por haberle quitado el cetro de mando a Dios para convertir la teocracia europea en un antropocentrismo. Es la modernidad de igual modo el artífice del individuo, la creación inédita de un átomo separado del resto del cosmos con un juicio interno que proviene desde la obligación del sacramento de la reconciliación en el siglo XII. En ese sentido, la modernidad no inicia en el siglo XVII, como en ocasiones se considera, sino desde la ya decadente Edad Media que dio la espalda a la civilización del amor cisterciense aspirada también entre las beguinas.
Poco a poco, desde la creación de un fuero interno a partir de la confesión obligatoria de los pecados, la alfabetización cultural, el cogito cartesiano y la autonomía kantiana, se fue forjando uno de los grandes inventos modernos: la individualidad. Es por ello que de manera magnífica Vanessa Pérez Gordillo, autora del libro La dictadura del coaching, habla de la automodernidad como “una posmodernidad que profundiza sobre sí, que no avanza ni progresa, sino que salta hacia arriba para, al caer, acabar más dentro.”[2] Única y exclusivamente en este campo de cultivo era posible que naciera algo así como la psicología.
La psicología, como los derechos humanos, es un esfuerzo intracultural de los propios modernos por atender las problemáticas creadas por la misma modernidad. En otras palabras, la psicología fue creada por modernos para atender a modernos, de ahí el peligro colonial al intentar psicologizar lo no occidental. La razón es simple, la psicología sirve muy bien para quien ha sido formateado como un individuo, pero para quien todavía no lo ha sido, lo que termina haciendo el tratamiento terapéutico es individualizarlo.
Es cierto que en las últimas décadas se han movilizado una serie de revisiones críticas a las psicologías tradicionales, muchas de ellas sobremedicalizadas -y es que la psicologización moderna va de la mano de la medicalización de la vida, en tanto que la segunda opera en los ámbitos más fisiológicos y la primera en la llamada “salud mental”-. Los esfuerzos van desde la psicología social, la psicología de la liberación, hasta la conocida psicología transpersonal, la cual retomaré más adelante. Subrayo esta aclaración para enfatizar la importancia y la valía de estas otras psicologías que tanto aportan a la lucha social. Sin embargo, no por ello tendríamos que olvidar que la psicología es un hecho propiamente moderno que únicamente pudo nacer como tal en las condiciones que la modernidad plantea.
Ahora bien, dentro del gran abanico de apertura de las psicologías, podemos reconocer el interesante y muchas veces fecundo diálogo entre la psicología y la espiritualidad. En el cristianismo, por ejemplo, cada vez es más común que las y los acompañantes espirituales también tengan algún tipo de formación psicológica. Si hace años ir a terapia era un tabú, especialmente entre feligreses católicos, ahora se ve como algo normal y hasta positivo. La psicología ha ayudado a humanizar la espiritualidad, logrando tomar en cuenta dinamismos y ámbitos que no siempre se habían reconocido, incluso acompañar procesos de heridas causadas por abusos religiosos, lo que a su vez ha ayudado a denunciar dichas prácticas y cambiarlas.
Las relaciones entre psicología y espiritualidad se dan entre las distintas tradiciones. Un autor muy nombrado en la espiritualidad carmelitana, por ejemplo, es el mexicano Luis Jorge González OCD, autor del libro Psicología de Teresa de Lisieux. También sobresalen los estudios del jesuita Carlos Domínguez Morano en torno al psicoanálisis y la espiritualidad y mística cristianas, así como las muchas obras sobre psicología budista u oriental que pueden encontrarse. No puedo dejar de mencionar a Maribel Rodríguez, autora del libro Más allá del narcisismo espiritual, una importante y novedosa obra que aporta al diálogo entre psicología y espiritualidad.
Además de los ejemplos anteriores, cabe resaltar la psicología transpersonal, la cual nace como una escuela en sí misma cuyo objetivo es propiamente el diálogo entre la psicología y la espiritualidad. Algunos personajes importantes en esta escuela son Ken Wilber, Stanislav Grof y, más recientemente, Jorge Ferrer. Desde sus inicios (a partir de los años 60 de siglo XX), la psicología transpersonal quiere superar el reduccionismo al que las otras escuelas psicológicas condenaban al ser humano por no tomar en cuenta la dimensión espiritual, sea cuales fuesen las razones. Curiosamente, en muchas ocasiones la supuesta psicología transpersonal tiene poco de transpersonal, recayendo en un individualismo exacerbado y en prácticas que giran en torno a lo que Vanessa Pérez Gordillo nombra el protayoísta, el yo como el epicentro del mundo y, en este caso, de la vida espiritual. Existen por supuesto visiones críticas dentro de la propia psicología transpersonal que buscan solventar este hecho.
Más allá del diálogo entre la psicología y la espiritualidad, a lo que me refiero con psicologización de la espiritualidad refiere a que, la narrativa espiritual que va perfilándose como la predominante en esta etapa de la cultura moderna, tiende a sobrepsicologizar la espiritualidad. ¿A qué me refiero? A que por espiritualidad comienza a entenderse una versión espiritualizada de los objetivos psicológicos: bienestar personal, funcionalidad existencial, equilibrio mental, sentido de vida, salud mental, autoestima, etcétera. La mayoría de las prácticas que conforman el entramado de lo que algunos han llamado los “movimientos psico-espirituales”, sean estas prácticas nuevas o relecturas de antiguas como el yoga o la meditación, giran en torno al bienestar del individuo y su propia búsqueda de “sanación” (medicalización) o “conexión” (véase mi columna respecto a dicho término).[3]
María Albert Rodrigo y Gil Manuel Hernández Martí, definen dichos movimientos psico-espirituales en los siguientes términos: aquellos en donde se da “el reconocimiento de la conexión y unidad entre la psique, el cuerpo y las experiencias tenidas por espirituales.”[4] Estos investigadores subrayan que una característica propia de estas formas espirituales es la búsqueda autónoma del sujeto más allá de las instituciones religiosas clásicas. El problema es que operan desde una falta o total ausencia de autocrítica, considerando la espiritualidad como algo transcultural sin detenerse a reconocer los influjos que la automodernidad tiene en sus propias narrativas. Fenómenos como cierto tipo de mindfulness o distintas prácticas neochamánicas están produciendo subjetividades cada vez más ensimismadas y desentendidas de su entorno.
La psicologización de la espiritualidad está principalmente presente en los llamados nuevos movimientos religiosos, también conocidos como la New Age, con sus excepciones y sin “generalizar”. Si bien es verdad que dentro de dicho concepto suele meterse a una amplia gama de grupos, también es cierto que no cualquiera cosa entra. En otras palabras, la apertura que supuestamente caracteriza a los movimientos religiosos contemporáneos, principalmente a los de la psico-espiritualidad, tiene su límite. Así lo muestran los estudios de Renée de la Torre y de Alejandro Frigerio.
La antropóloga mexicana habla de que estos movimientos se conforman no de “un discurso unificado, sino una matriz de sentido, o mejor dicho un `marco interpretativo´ basado en el principio `holístico´ a partir del cual la sacralización del self genera la sacralización del cosmos”.[5] Frigerio complementa señalando tres núcleos alrededor de los cuales giran estos movimientos:[6] el primero es el self sagrado, el segundo la circulación permanente y el tercero la valoración positiva de alteridades. Sin embargo, hay que matizar estos núcleos.
El primer núcleo es donde probablemente se manifiesta de manera más obvia la psicologización de la espiritualidad, en tanto que la matriz de significado de dichos movimientos es la creencia en un self (yo) sagrado, con lo que el camino espiritual se convierte en una psicología espiritual. El segundo núcleo se refiere a cómo estas subjetividades tienden a moverse entre distintos grupos y narrativas espirituales, dando la apariencia de mucha apertura. Lo mismo sucede con el tercer núcleo, el cual plasma el valor que estos movimientos y sujetos espirituales les dan a otras culturas y religiones. Sin embargo, todo esto lo hacen única y exclusivamente dentro de su matriz de significado, en otras palabras, toman lo que encuentran significativo o útil para su camino, siendo el criterio “lo que les funciona”, desechando el resto. La espiritualidad se convierte en consumo que forja la identidad espiritual de sus usuarios. Repito, la centralidad está en el self y su propio camino o trabajo, convirtiéndose la espiritualidad en una psicología.
Pero la psicologización de la espiritualidad no se detiene en los nuevos movimientos religiosos. Al contrario, ha llegado a permear a las religiones más tradicionales. El budismo, por ejemplo, en su versión ahora llamada Euroyana o Westyana (vehículo europeo u occidental), muchas veces traduce sus enseñanzas a términos psicológicos para transmitirse de una mejor manera en la sociedad contemporánea. La espiritualidad cristiana no se queda atrás. Me he dado cuenta de un fenómeno muy interesante en los Ejercicios Espirituales ignacianos. Es muy común que, en los retiros de una semana basados en los Ejercicios, las y los ejercitantes se detengan buena parte del tiempo o incluso todo el retiro a trabajar la primera semana, que dentro de la mistagogía de los Ejercicios es la que más se presta para incluir técnicas y narrativas psicológicas. Para muchas y muchos, los Ejercicios Espirituales de Ignacio se han convertido en una técnica de autoconocimiento.
El autoconocimiento, ya lo decía Teresa de Jesús en el libro de la Vida 13, 15, “es el pan con que se han de comer todos los manjares”. En este punto, la mística está de acuerdo y considero que es el gran aporte de la psicología a la espiritualidad. Sin embargo, lo que me parece peligroso no es la luz que la psicología ha brindado a la espiritualidad en términos de autoconocimiento (al contrario, lo celebro), sino el psicologismo al que se han reducido actualmente muchas de las prácticas y narrativas espirituales.
A lo mucho que puedo aspirar con un breve artículo como este, es a plantear la problemática de la psicologización de la espiritualidad. Esta problemática ha de entenderse dentro del marco de mis artículos anteriores respecto a la búsqueda de las condiciones contemporáneas de la espiritualidad, partiendo de la convicción de que es necesario conocer nuestro contexto para darnos cuenta de cómo este influye en nuestra vida espiritual. En ese sentido, valgan las anteriores reflexiones para advertir acerca de la psicologización de la espiritualidad contemporánea y sus consecuencias, las cuales todavía tenemos que ir comprendiendo.
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[1] https://blog.cristianismeijusticia.net/2022/09/19/medicalizacion-de-la-espiritualidad-y-espiritualizacion-de-la-salud
[2] Vanessa Pérez Gordillo, La dictadura del coaching. Manifiesto por una educación del yo al nosotros (Madrid: Akal, 2019) 20.
[3] https://blog.cristianismeijusticia.net/2022/07/21/desconectandonos-de-la-conexion-espiritual
[4] María Albert Rodrigo y Gil Manuel Hernández Martí, “Los movimientos psico-espirituales en la modernidad globalizada. Una mirada desde la ciudad de Valencia”, en Revista de Antropología Iberoamericana, Volumen 9, Número 3, septiembre-diciembre 2014, p. 278.
[5] Renée de la Torre, “Religiosidades indo y afroamericanas y circuitos de espiritualidad new age”, en Renée de la Torre, Cristina Guitiérrez Zúñiga y Nahayeilli Juárez Huet (coordinadoras), Variaciones y apropiaciones latinoamericanas del new age (México: Publicaciones de la Casa Chata, 2013) 33.
[6] Alejandro Frigerio, “Lógicas y límites de la apropiación new age: donde se detiene el sincretismo”, en Renée de la Torre, Cristina Guitiérrez Zúñiga y Nahayeilli Juárez Huet (coordinadoras), Variaciones y apropiaciones latinoamericanas del new age (México: Publicaciones de la Casa Chata, 2013) 49-56.