Recientemente publiqué en este mismo blog una entrada titulada Notas para una ascética contemporánea. Al día siguiente de su aparición recibí un comentario al cual creo que he de responder con el fin de que se comprenda mejor lo que intenté expresar. El comentario decía lo siguiente:
“¿Esta propuesta exactamente para quién es? Para curas y frailes, me parece. O para jóvenes adultos sin más compromiso o dedicación que el cultivo de su propio narcisismo espiritual. Desde luego no lo es para mujeres y hombres trabajadores precarios, para migrantes, para padres y madres, especialmente aquellos separados, para personas con discapacidad, etc. ¿Cómo se puede proponer algo tan desencarnado, que ignora las condiciones materiales y culturales en las que vivimos las mayorías? Por cierto, ¿cómo se hace uno «mistagogo»? ¿es un título universitario? ¿qué le lleva a alguien a definirse como tal? Salud”.
Me sorprende esta lectura del texto que compartí, aunque por otro lado entiendo su posibilidad. La columna tenía implícita una serie de caminares políticos -particularmente de contextos latinoamericanos- que de no conocerse podrían malinterpretarse. Aclaro que intentaré no caer en los cuestionamientos y ataques personales tal y como lo hace quien escribe el comentario.
“Mistagogo” no es un título, sino el intento de recuperación de un concepto que me parece importante volver a utilizar. Podría haber escrito “acompañante espiritual”, que de hecho colaboro como tal en distintos círculos eclesiales y no eclesiales, pero eso implicaría dejar de lado una crítica personal a la utilización actual del término “espiritualidad”, crítica que parece que se comparte en el comentario cuando se habla de “narcisismo espiritual”. Prefiero hablar de mística, que necesariamente remite a un “Misterio”, una alteridad que interpela y que puede servir de contrapunto al ensimismamiento “espiritual” actual. Por ese motivo, “mistagogo”, quien acompaña a otra persona en su relación con el Misterio, me motiva más. Recordemos que “pedagogo” no era el maestro, sino quien acompañaba al infante de su casa al lugar de aprendizaje. Así que bueno, espero esta aclaración despeje un poco el ataque desfundado del comentario.
Sobre el resto de las cuestiones, no podría sino estar de acuerdo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que yo hablaba de una “ascética”, no de una espiritualidad como tal. Es decir, de prácticas ascéticas concretas. Ciertamente algunos de los ejemplos que mencioné pudieron haberse malentendido, incluso interpretado como carentes de sensibilidad hacia ciertas circunstancias. ¿Me refiero que hay que lavar los platos como Thich Naht Hanh? No, porque ciertamente no se podrá, mucho menos para quienes de una u de otra manera compartimos “las condiciones materiales y culturales en las que vivimos las mayorías”. Pero nunca quise indicar ni sugerir tal cosa.
La ascética de la que hablo no es el privilegio de unos cuantos que puedan darse el lujo de dedicar el tiempo al autoperfeccionamiento, sino un esfuerzo tanto espiritual como político por transformar precisamente las señaladas en el comentario. A finales del siglo XX, Zbigniew Brzezinski inventó la palabra “entetanimiento” (teta y entretenimiento) para referirse al nuevo plan mundial de control social. Se asumía la imposibilidad de que la totalidad de la población alcanzara los niveles de vida de las clases medias y altas norteamericanas, por lo que se comenzaron a crear los programas sociales, implementados tanto por derechas como por izquierdas a lo largo del mundo, que se basaban en atender las “necesidades básicas”. Hoy por hoy continúa vigente en varios grupos de pensamiento crítico que insisten en impulsar este tipo de programas sociales. Su horizonte sigue siendo la toma del Estado y la modernización de la sociedad en los términos clásicos.
Mi escrito no se refería a nada de lo anterior. Por el contrario, parte de la experiencia arraigada en los territorios en los que he caminado, la cual muestra que muchos de los grandes males provienen justamente de la creación de las “necesidades básicas”, en otras palabras, del despojo sistemático de las capacidades personales y colectivas para organizar la vida y su cuidado. Un término más utilizado para referirse a esto es el de “colonialismo”. Cuando escribía mi columna no estaba pensando en subjetividades que asisten a retiros caros cada fin de semana o pueden dedicar buena parte de su vida a cuestiones por el estilo. Tampoco y mucho menos hablaba de “curas y frailes”, sino de colectivos sociales que han optado por disminuir el impacto tecnológico en sus comunidades, por ejemplo, o de quienes se han organizado para producir sus propios alimentos o hacer alianzas entre consumidores urbanos y productores rurales, como sí mencioné. En otras palabras, pensaba en grupos que quieren recuperar la agencia de sus propias vidas, la autonomía colectiva que es distinta a la autarquía individual.
Estoy de acuerdo con que existe una espiritualidad autocomplaciente y narcisista. Concuerdo que esa ascética o espiritualidad a la que parece apelar no puede ser vivida por tres cuartas partes de la población mundial, continuando así con una larga tradición elitista de la religión. Pero es justo ahí donde entra el círculo vicioso: la precariedad es producto del sistema y no una deficiencia del mismo. Las opciones reales que muchos pueblos y colectivos están construyendo parten justamente de este hecho, de una espiritualidad encarnada y no desencarnada como se apunta en el comentario; de buscar liberarse de dichas condiciones no mediante la conquista o mejoramiento dentro de las mismas reglas del juego, sino tratando de crear otro mundo posible desde la autonomía y creatividad colectiva según sus lugares, circunstancias y espacios.
La ascética a la que yo me refería no se relaciona en el comentario, sino que intenta ser una crítica directa a aquella desencarnación. Sin embargo, la encarnación no podrá darse mientras continuemos anestesiadas y anestesiados desde el “entetanimiento”. Este es el enorme reto al que se enfrentan las diferentes espiritualidades hoy en día. ¿Cómo transformarse de tal modo que puedan realmente encarnarse en los contextos reales de las personas y las comunidades? Por eso quise hablar de una “ascética contemporánea”, que tuviera los ojos bien abiertos a las condiciones socio-materiales, pero también socio-históricas actuales. La ascética, comenté en mi columna, no puede ser la misma para un budista de tiempos de Siddhartha Gautama (o para un “cura o fraile”) que para quien vive la impronta de la explotación salarial, un migrante, padres o madres de familia en las ciudades modernas, etcétera.
Si a la pregunta planteada en el párrafo anterior respondemos a través de querer poner al alcance de todas y todos lo que antes era privilegio de unos cuantos, entonces lo que terminará pasando es aquello que Iván Illich nombraba como “la modernización de la pobreza”, es decir, cómo aquello que antes no era necesario ahora se convierte en “necesidad básica” y una obligación a modo de estándar para salir de “la pobreza”. Existe otro camino, aquel que están tomando muchos colectivos y distintos grupos en el planeta: construir desde abajo su alternativa. Para esto es necesario liberarse -colectivamente porque de forma individual es imposible- de tanta imposición exterior, llámese comida chatarra, normatividad para construir viviendas, reglamentos de ciudadanía, etcétera.
Las cortas e incompletas notas que pretendí esbozar en mi columna anterior querían apuntar por un ejercicio organizado y colectivo por establecer límites a la vida que nos quieren imponer las instituciones y los gobiernos. Pero claro, vivimos aquí y no en Marte. No podremos dejar de trabajar y buscar esos sueldos. No dejamos que nos exploten por gusto, sino porque la distribución social parece impedir la construcción de algo diferente. Creo que nunca hay que perder esto de vista y por lo menos yo no lo hice en mi columna. Buscaba ejemplos cotidianos que he visto practicar a personas de muy distintas condiciones materiales. Con todo, también hay que gritar que las alternativas existen y que las personas se están organizando para construirlas. Parte de estas pasan siempre por una suerte de “ascética contemporánea” que pretende recuperar la vida que nos ha sido quitada.