En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
– «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: – «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: – «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó: – «Ninguno, Señor».
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Juan 8, 1-11

El pasaje conocido como «Jesús y la mujer adúltera» se encuentra hoy inscrito en el Evangelio de Juan, pero los expertos están de acuerdo que este pasaje no formó parte de este Evangelio hasta, al menos, el siglo V, pues no se haya en los primeros manuscritos que se conservan. Ha existido una amplia investigación sobre los motivos de la inclusión tardía de este texto, pues ni si quiera pertenece a la órbita de las comunidades joánicas que dieron lugar a los documentos que están escritos bajo el nombre de este apóstol. Lo más interesante de este pasaje no es, sin embargo, su tardía inclusión, sino que conserva, con mucha probabilidad, una tradición del Jesús histórico, es decir, que ese hecho ocurrió tal como nos lo cuenta. El motivo para opinar así es que las primeras comunidades judeocristianas vivían un fuerte rigorismo penitencial y aquí nos encontramos con un Jesús que perdona sin mucha dificultad a una mujer adúltera, lo cual llevaría a dejar fuera de los textos un pasaje donde Jesús se muestre tan condescendiente con un pecado público tan evidente.

Ahora bien, este pasaje está en consonancia con muchos otros momentos de la vida de Jesús donde acoge con cercanía a las  mujeres que se le acercan y hasta se ponen a su servicio libremente. La relación de Jesús con las mujeres es escandalosa según los criterios de la época: un varón célibe que se rodea de mujeres «de mala vida» en general y que las trata como iguales, pero sin buscar en ellas la sumisión machista. Estamos, con absoluta nitidez, ante un modo de relación entre hombres y mujeres que se sale de los cánones de la época, pues la relación solo podía ser de sometimiento dentro de las relaciones familiares o de uso y abuso fuera de ellas. Una mujer solo podía ser esposa, prostituta o «invisible» para un varón, como sucede aún hoy en ciertos ambientes fundamentalistas que obligan a las mujeres a cubrir completamente su cuerpo en el espacio público. Jesús fue capaz de una relación de igual con las mujeres, rompiendo el ámbito patriarcal y machista que le debía haber marcado a fuego.

En el pasaje de la adúltera vemos cómo sus enemigos plantean una celada: «aquí te traemos una mujer sorprendida en flagrante adulterio, la ley de Moisés dice que la apedreemos, tú ¿qué dices?». Si Jesús dice que no la apedreen estará negando a Moisés; si lo contrario, y esta es la trampa de verdad, estará oponiéndose a su propio discurso y a sus acciones anteriores donde siempre ha acogido a los pobres, pecadores y gentes con mala vida. Jesús no cae en ninguna trampa. Su respuesta permite dejar intacta la ley, pero aplicarla con toda la misericordia del mundo. Solo podrá apedrear quien no haya cometido pecado alguno. Teniendo presente que se habla del adulterio, es muy probable que algunos de los presentes hubieran colaborado en el mismo. Una mujer era considerada adúltera aún si era violada, pues lo que se juzga no es su acción, sino la pérdida del honor del varón a la que está sujeta. Aquella pobre mujer es muy probable que hubiera sido forzada, con lo que el honor de su marido o padre queda en entredicho y la única forma de restablecer el honor mancillado es matándola. Contra esto se manifiesta Jesús, pues esos mismos que la traen a apedrear seguramente son cómplices del abuso. El pasaje debiera ser llamado «Jesús y la mujer violada».

[Imagen de Pexels en Pixabay]

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Doctor en filosofia (Universidad de Murcia) i Teologia (Facultat de Teologia Sant Vicent Ferrer de València). Professor Ordinari de Teologia a l'Institut Teològic de Múrcia OFM. Des de 2010 coordina el Màster Universitari en Teologia (On line) a la Universidad de Murcia i dirigeix la Línia d'Investigació en Teologia en el Programa de Doctorat en Arts i Humanitats de dita Universitat. Treballa en dues línies d'investigació: una sobre la relació del cristianisme amb la societat postmoderna i l'altra sobre el Jesús històric i el cristianisme primitiu. Dirigeix la revista de l'Institut Teològic de Múrcia, Carthaginensia. El seu últim llibre: La revolución de Jesús. El proyecto del Reino de Dios (PPC, Madrid, 2018).
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1 COMENTARI

  1. Buenas tardes:
    Desde el máximo respeto, y admitiendo que no soy ningún especialista bíblico, me gustaría hacer un comentario sobre esta interpretación del pasaje de la mujer adúltera.
    Pensaba sobre la posibilidad de que se tratara de una mujer violada, tal y como sugiere este artículo. Bien es verdad que en esa época, incluso si tal fuera el caso, la mujer podía ser culpada y lapidada. No obstante, hay algo que no me encaja en esta hipótsesis, y son las palabras que dice Jesús a la mujer. Ante una experiencia tan terrible vivida por la mujer, de la que claramente sería una víctima, cuando Jesús se queda a solas con ella, ¿sería esperable que el dijera “Tampoco yo te condeno”? Y, sobre todo, no me encaja en absoluto que le pudiera llegar a decir “Anda, y en adelante no peques más”. Entiendo perfectamente que esta frase Jesús se la dijera a una persona que ha pecado, pues Jesús es sobre todo misericordioso. Pero, incluso con todos los condicionantes sociales que pudiera haber en esa época, me cuesta muchísimo aceptar que le pidiera “que no pecara más” (frase que lleva implícita la acusación de un pecado cometido). Creo que en tal caso se hubiera preocupado más por su estado físico y de ánimo. E incluso pienso que su reacción en público hubiera sido de una denuncia todavía más contundente.
    Es por ello que yo, sinceramente, en principio descartaría la posibilidad sugerida en el artículo.
    Personalmente, este me parece uno de los pasajes más intensos, misericordiosos, revolucionarios e instructivos de los evangelios. Nos hace un llamamiento a todos a la humildad, a no mirar por encima del hombro a nadie, y menos a la gente más humilde. Tal cual está expresado el pasaje, nos interpela a todos.
    Un saludo

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